El primer domingo de junio habrá elecciones en cuatro estados: Nayarit, Coahuila, Estado de México y Veracruz. Como ya lo había señalado en un artículo pasado, estos procesos electorales revisten interés nacional no sólo por lo que representan los resultados en sí mismos, sino porque son la antesala de los comicios del año 2018 donde se elegirá al nuevo presidente, se renovarán las cámaras de diputados y senadores; y varios estados también van a elegir a su nuevo gobernador, entre ellos Jalisco.
Además de los impactos electorales que estas contiendas tendrán, me parece que otro asunto fundamental que debemos analizar y seguirle la pista es la forma como se desarrollan las campañas políticas en sí mismas, es decir, verificar qué modelos de comunicación política son los que están operando y ponderar su verdadera efectividad. Uno de los lastres de la democracia mexicana es que el modelo de comunicación adoptado por la mayor parte de la clase política mexicana ha generado un doble problema, por un lado son campañas que empobrecen de forma muy preocupante el debate político, y por otro lado son campañas que cada vez son más caras.
Hasta ahora, buena parte de la comunicación política en México tiene las siguientes características:
1. Es una comunicación política que reduce los discursos políticos a su mínima expresión, no plantea grandes diagnósticos ni tampoco propone soluciones sólidas a los problemas sociales, más bien busca posicionar eslogan o frases grandilocuentes con contenidos políticos muy empobrecidos y ocultando deliberadamente las posturas ideológicas y los intereses están detrás de los candidatos y sus partidos.
2. Esta comunicación política sobrevalora la imagen y los mensajes emocionales. Efectivamente estos asuntos son importantes en las campañas, pero para muchos políticos y sus asesores piensan que sólo eso basta, por ello cuidan en exceso la apariencia del o la candidata y buscan en todo momento llevar a los ciudadanos a la arena de lo emocional para generar identificaciones afectivas hacia la persona del candidato, dejando de lado las adhesiones al proyecto político que se supone debería enarbolar cualquier candidatura. Esta situación aunada a la anterior provoca que tengamos candidatos que en realidad son envases vacíos, porque se cuida la mercadotecnia de lo exterior, pero la pobreza de propuestas es más que evidente.
3. Otra de las características de esta comunicación política es que privilegia los ataques a los adversarios, más que proponer y discutir la agenda de soluciones. Esta dinámica antecede a la guerra sucia en las campañas y propicia que el objetivo primordial de los contendientes sea generar la mayor cantidad de negativos hacia sus contrincantes, para que entonces los electores terminen votando por la opción “menos mala”. Esta forma de hacer campañas también deja como saldo que las posibilidades de entablar relaciones de colaboración posterior a los comicios sean mucho más complicadas por las descalificaciones que se generan durante los procesos electorales.
4. Este tipo de comunicación política cree que la mejor forma de convencer al electorado de que su opción política es la mejor es a través de la saturación de mensajes. Se piensa que si un candidato es visto “hasta en la sopa” por sólo esa razón los ciudadanos optaran por elegirlo. Esta forma de pensar provoca dos problemas, la primera es que encarece mucho las campañas ya que las formas de llegar a los electores tiene que ser múltiples e intensiva, y por esta razón son muchos los medios que se utilizan para dar a conocer a los candidatos. El otro problema es que provocan el hartazgo de los ciudadanos y la repulsión hacia todo aquello que hable de “política” dejando con ello un saldo de desinterés hacia lo público.
5. Finalmente esta comunicación política parte del supuesto de que los electores son flojos, que no les interesa lo público, que no tienen capacidad de discernimiento y que sólo responden a estímulos directos. Esta manera de concebir a los ciudadanos provoca que se diseñen campañas con niveles muy precarios de debate y donde la parafernalia y la teatralización sea más importante que la discusión de los problemas públicos. Creo que los últimos comicios que se han dado en México reflejan que pensar de esta forma es una gran equivocación.
Para la segunda semana de junio sabremos qué tipo de campañas adoptaron los distintos candidatos en estas elecciones y qué resultados les dieron, pero desde mi particular perspectiva, creo que este modelo de comunicación está en crisis y necesitamos construir otros modelos que realmente respondan a las realidades sociopolíticas que vivimos en México.
Correo electrónico: jerqmex@hotmail.com

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