Espiritualidad Cristiana
Espiritualidad cristiana es el modo de vivir, por impulso del Espíritu Santo, siguiendo a Jesús, tendiendo al Padre Dios, de quien provenimos y por quien hemos sido creados.
Vivir la espiritualidad cristiana, implica dejarme transformar por la acción divina, sin caer en el extremo ´quietista´. Es el camino de liberación, de cuanto me impida ser plenamente feliz, para llegar a ser quien Dios Padre sueña, realizando mi misión en la historia. En la relación con el Espíritu Santo, desde dentro, encontramos la fuente de nuestra espiritualidad que nos lleva a darnos como, y en Jesús.
La espiritualidad cristiana es, simultáneamente, don (Dios nos regala llamarnos a ser felices en Jesús) y tarea (nos toca poner de nuestra parte en cada momento de la vida para llegar a comulgar plenamente con Cristo, y se vive en la vida cotidiana).
Ser imagen y semejanza
El horizonte de la espiritualidad cristiana es la comunión plena en la persona de Jesucristo, llegando a ser plenamente imagen y semejanza divina. En eso consiste la plena felicidad; a que nos propone el Evangelio de Jesús. Realizar, en este espíritu bienaventurado, la santidad que recibimos por el bautismo.
Cuando vivimos cada momento al modo de Jesús de Nazaret, buscando primero el Reino de Dios y su justicia, entonces somos felices (bienaventurados).
En la Iglesia, reconocemos diferentes escuelas espirituales; es decir, diferentes perspectivas y énfasis del modo de seguir a Jesús. No hay una mejor que otra, son diferentes pero no están en competencia. Solamente hay distintos énfasis y distintas circunstancias de hacer vida el Evangelio.
pistas para vivir en clave espiritual
Cuidar el mundo interno: Practicar la oración, guardar silencio y poner atención a lo que está sucediendo: Ejercitar la capacidad de captar la presencia de Dios, que habita en nosotros y en cuya presencia divina habitamos. La vida interior también significa poner atención a los demás, saber escuchar y mirar, para comprenderles; así como a cuanto acontece en el entorno. Dejarnos asombrar, conmover, indignar, encariñar… y, constantemente, captar la presencia de Dios en todo ello.
En fin… Saber estar conmigo, con los demás y con Dios. Saber estar aquí, haciendo lo que hago y siendo quien auténticamente soy.
Poner atención en nuestro quehacer. Vivimos en constante acción cada día; las decisiones y los encuentros, el trabajo y los esfuerzos, lo que da fruto y lo que no sale como esperamos. Cómo nos afecta lo que acontece alrededor, y de qué manera nos hacemos parte de ello y actuamos. Aprender a trabajar para que, cuanto hagamos, grande o pequeño, se sume al nosotros, y seamos parte del constante movimiento del mundo, ayudando a que sea mejor para todas las criaturas, que sea más hogar y que reine más y más el amor.
En fin, poner manos a la obra, y hacer las cosas con y por amor.
Saber vivir el tiempo: Aprender a dejar de machacar el pasado con remordimientos o resentimientos, y recordar con gratitud, aprendiendo y agradeciendo lo que hemos recibido. Fortalecer y fortalecernos en las certezas y en el buen humor, que anima y robustece el espíritu.
Aprender a vivir el presente, disfrutando, poniendo atención en lo que ahora hacemos, viviendo (sin pausa, pero sin prisa). Vivir el presente con amor (a nosotros, a Dios, a los demás), haciendo lo que podemos y lo que nos corresponda, cultivando la gratuidad (gratis recibimos la vida y gratis podemos dar…), sobriedad y la paz (que conlleve paciencia).
Aprender a vivir el futuro con esperanza. No dejar que el miedo o la angustia nos entuman, y aprender a confiar en el amor creador de Dios. Siempre amanecerá y la vida se abrirá paso. Aprender a prever, pero sin querer tenerlo todo bajo control, nutriendo el espíritu con una sonrisa interna.
Vivir la espiritualidad implica despojarnos de lo que nos impide ser felices. Es abrir nuestra vida al Espíritu Santo. Es trabajar en conjunto para vivir en comunión

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