Ser provida siempre fue algo fácil para mí. Fui criada por una madre que era parte de la generación que comenzó a protestar y orar a las puertas de los abortorios. Cuando yo era adolescente escribía cartas a los senadores para acabar con el aborto. También he sido voluntaria en centros de ayuda a mujeres embarazadas.
Estas cuestiones para mí eran blanco o negro. La única "zona gris" o casos de excepción eran: violación, incesto, o para salvar la vida de la madre. Los políticos y los medios de comunicación me decían que éstas eran las únicas situaciones en las que era necesario el aborto. Cuando me encontré en una de esas situaciones, con la barriga hinchada llena de pequeñas patadas y movimientos y un médico me dijo que lo más probable era que muriese si continuaba con el embarazo, tuve que luchar codo con codo por lo que yo consideraba "zona gris". Yo estaba embarazada de 20 semanas de mi hijo Eli cuando recibimos la noticia. Nos encontrábamos eufóricos de que íbamos a tener un hijo y estábamos en la consulta médica para conocer el sexo del bebé. Sin embargo, los médicos nos dijeron que Eli tenía menos del 1% de posibilidades de sobrevivir. "Lo más probable es que muera en los próximos días. Si por un milagro sobrevive nacerá posiblemente con una anomalía cromosómica llamada triploidia" nos aseguraron.
"Nos dijeron que la mayoría de los bebés que nacen con triploidia mueren inmediatamente después"Esta condición era incompatible con la vida y nos afirmaron que la mayoría de los bebés que nacen con esto mueren inmediatamente después. Así que de cualquier manera, perderíamos a nuestro hijo. Mi corazón se rompió en mil pedazos. Mi esposo Chris y yo sólo llorábamos abrazados. Queríamos al bebé. Ya habíamos imaginado nuestra vida con él, que creciese junto a su hermano Rhett que tenía 9 meses en ese momento, que fuesen mejores amigos... Después de comunicarnos esa noticia, el médico siguió hablando: “Mi mayor preocupación es tu salud en este momento.” Me dijo que estaba en riesgo. Tenía un embarazo molar parcial y esto significaba que tenía cáncer en mi placenta y que se me extendería al cerebro, los pulmones y el hígado. Yo estaba en riesgo de sufrir convulsiones y accidentes cerebrovasculares, ceguera y finalmente la muerte. Me advirtieron que estos síntomas podían ocurrir rápidamente y sin previo aviso por lo que me recomendaron abortar y comenzar la quimioterapia cuanto antes. Me sentía como si no tuviera otra opción. Lo que el médico me decía tenía sentido y era la única opción lógica. Sin embargo, mi cabeza pensó ¿cómo voy a hacer eso?. Yo, el gurú provida. Me puse a pensar en todo, no quería perder lo que tenía. Mi marido y yo solo llevábamos casados dos años y era el hombre con el que quería envejecer. ¿No van a darnos esa oportunidad? Yo tenía un hijo de 9 meses de edad que me amaba con todo mi corazón. Quería ver sus primeros pasos, su primer año de vida, su graduación, su boda, conocer a mis nietos. La mente me la jugaba una y otra vez. No quiero perder esto, decía mi cabeza.
"Me acordé de esas pequeñas manos y pies que acababa de ver a través de la pantalla de ultrasonido, de las patadas y sus movimientos, y dije ese es mi hijo también"Pero entonces me acordé de esas pequeñas manos y pies que acababa de ver a través de la pantalla de ultrasonido, de las patadas y sus movimientos, y dije ese es mi hijo también. Las palabras del Salmo 139:16 se vinieron a mi cabeza: "Tus ojos vieron mi cuerpo en gestación: todo estaba ya escrito en tu libro; todos mis días se estaban diseñando, aunque no existía uno solo de ellos". Yo sabía que el Señor tenía los días de Eli escritos en su libro. ¿Quién era yo para acortarlos? Mis días también estaban en ese libro, y nada, ni siquiera el cáncer o un embarazo de alto riesgo, podría acabar con ellos a menos que el Señor lo permitiese. Miré a mi marido, en ese momento el doctor nos dijo: "No. Eso no es una opción para nosotros". El objetivo era llegar a las 24 semanas. Yo iba al hospital por lo menos tres veces a la semana para hacerme pruebas de control de sangre. Mis brazos estaban tan magullados y mis venas tan desgastadas que los médicos ya no sabían de donde extraerme la sangre.
"Me dolía que los médicos solo hablasen de mí y no reconociesen a Eli como un bebé, nunca hacían referencia a él"Me dolía que los médicos solo hablasen de mí y no reconociesen a Eli como un bebé, nunca hacían referencia a él. Creo que actuaban así para que fuese todo más fácil para mí en el caso de perderle. Recuerdo cuando estaba tumbada en una mesa esperando a que me explorasen. Yo me preguntaba: "Señor, ¿por qué a nadie le importa mi hijo? Siento que estoy luchando sola aquí". A las 24 semanas me pusieron inyecciones de esteroides para ayudar a desarrollar los pulmones del bebé, en preparación para su pronta llegada. Casi lloré cuando uno de los médicos finalmente mencionó al bebé. Me hicieron dos ultrasonidos esa semana y fue ahí cuando los médicos se sorprendieron de que Eli estaba creciendo perfectamente y todavía estaba vivo. Pero a las 28 semanas empezaron a darse cuenta de que su crecimiento se estaba deteniendo. Se debía a la placenta que lentamente se estaba cayendo a pedazos. Tuve otra ronda de inyecciones de esteroides y a la semana 30 el ritmo cardíaco del bebé estaba dejando de notarse, por lo que me programaron una cesárea a la mañana siguiente. El médico se reunió con nosotros esa noche para explicarnos los riesgos. Todavía no sabíamos de seguro si el bebé venía con triploidia, puesto que no quería someterle a pruebas que le pusiesen más en riesgo. Me dijeron que tenían que cortar a través de mi placenta para llegar a Eli y yo podría desangrarme. Mi placenta era 5 veces el tamaño de uno normal. Entramos en el paritorio sin saber si estos serían nuestros últimos momentos juntos. A pesar de las adversidades, el 1 de abril nuestro pequeño Elijah Lewis Mitchell vino a este mundo con poco más de un kilo de peso. [caption id="attachment_62858" align="aligncenter" width="408"] Eli pesó poco más de un kilo al nacer.[/caption] Mi placenta salió fácil y sin complicaciones. Recuerdo llorar y respirar profundamente como no había hecho en meses. Una de las enfermeras puso su mano en mi hombro y dijo: "Simplemente descansa ahora, mamá". Cuando nuestro médico entró en la sala de recuperación nos dijo que yo era estaba libre de cáncer y unas semanas más tarde las pruebas genéticas de Eli dieron resultaron normales. Los dos estábamos sanos y curados por completo. Nos quedamos abrumados por todo lo que el Señor había hecho. La razón por la que comparto esta historia con ustedes es porque creo que realmente tenemos que fijarnos en estos casos excepcionales para averiguar realmente en lo que creemos. Porque nunca se sabe cuando tú o alguien cercano a a tí puede enfrentarse a una de estas situaciones. No tengo ninguna duda de que si no hubiese sido por el Señor y por lo que sé acerca de la vida en el vientre materno, habría abortado a mi hijo ese día. Los médicos, a los que yo respetaba, me decían que no tenía sentido seguir con el embarazo. Ahora siento compasión hacia las mujeres que se encuentran en estas circunstancias. Es una decisión difícil, pero quiero que la gente sepa que aunque parece imposible se puede seguir hacia adelante. Dar a tu bebé la oportunidad de vivir es una opción de la que nunca te arrepentirás. [caption id="attachment_62870" align="aligncenter" width="595"] El pequeño Eli/Fuente: Instagram @thecarolinafarmhouse[/caption] Actualmente alguien me recuerda a diario mi elección: tiene dos años de edad, los ojos azules, una sonrisa dulce y el corazón de un luchador. Su vida bendice la mía todos los días y estoy muy contenta de haberle dado la oportunidad de vivir.
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