El derecho de los muertos a descansar en paz

el antigio cementerio de mexicaltzingo hacia 1880 EDITTomás de Híjar Ornelas, Pbro.
Cronista de la Arquidiócesis de Guadalajara

La pretensión de convertir en estacionamiento público el antiguo camposanto de Mexicaltzingo, incautado por el gobierno en 1915 para abrir una calle y hacer un mercado, bien vale una reflexión en torno a lo que ocurre al tiempo que una persona fallece y sus despojos mortales son depositados en algún lugar seguro y merecedor de respeto.
Lo que hoy sabemos de muchas culturas desaparecidas hace siglos y hasta milenios se debe a la sensibilidad de los pueblos antiguos de dar reposo definitivo y digno a los difuntos. Las costumbres funerarias, casi todas relacionadas con el subsuelo y el inframundo, dio pie a lo que en Mesoamérica fueron las tumbas de tiro y en Egipto el embalsamamiento de los cadáveres.
La cultura helenística edificó monumentos grandiosos a los muertos y por influencia de ella en la India se erigieron mausoleos que han llegado hasta nosotros con toda su monumentalidad. Los romanos, empero, auspiciaron un respeto a las tumbas como para darles la categoría de lugares sagrados y con ello, especialmente en Roma, de acogida a grupos religiosos disidentes. Las catacumbas romanas, con sus galerías subterráneas que suman cientos de kilómetros, fueron y siguen siendo un ejemplo de lo dicho.
Con casi medio milenio de historia, la capital de Jalisco ha tenido muchos camposantos. Uno de ellos fue el del pueblo de indios de Mexicaltzingo, en uso entre 1542 y 1861. Cuando el gobierno, no sin razón para ello, por cuestiones sanitarias secularizó los cementerios y buscó ubicarlos fuera del núcleo urbano, el espacio se convirtió en atrio, hasta que en 1915, el Presidente Municipal de Guadalajara Luis Castellanos y Tapia, atendiendo al Gobernador Militar Manuel M. Diéguez, lo demolió para darle los usos ya señalados.
Ahora bien, el retiro del mercado y la recuperación del hoy jardín de Mexicaltzingo en fechas muy recientes ha dado lugar a un gesto del todo incómodo para los representantes de la comuna tapatía: ceder su uso a la Universidad de Guadalajara para que allí construya un estacionamiento de dos niveles, que de entrada pondría en riesgo al templo parroquial, toda vez que el subsuelo de esa zona es de escurrimientos; alienta el uso del automóvil, cuando la tendencia mundial es la de evitarlo; implica una erogación millonaria que se pagará con fondos que deben usarse para la educación y no para la industria del entretenimiento, pues los destinatarios del estacionamiento serían los asistentes del centro cultural Teatro Diana, que regentea la UdeG.
Empero, a todo lo dicho, reiteramos este argumento: ¿no merecen un mínimo de respeto los restos de los difuntos? ¿No envilece a quienes alientan tales obras olvidar el estado  al que inexorablemente llegaremos los que por definición somos mortales? ¿Por el hecho de no tener ya nombre ni voz, los restos áridos de los antes vivos pueden, junto con la tierra y el escombro, convertirse, en el mejor de los casos, en material de relleno de alguna hondonada? ¿Es como cambiar de ubicación y nada más?
Los muertos sepultados en el antiguo cementerio de Mexicaltzingo a lo largo de 300 años claman a los vivos un mínimo de respeto. Que no se les haya tomado en cuenta al tiempo de proyectar el bizarro estacionamiento para el Teatro Diana no implica que la donación ya hecha por el pleno de los regidores del Ayuntamiento de Guadalajara sea irrevocable. Y que la voz de los vecinos y de quienes sensatamente se oponen a esta obra, no deba ser tomada en cuenta para revocar una decisión que de llevarse al cabo abrirá una herida más en el pisoteo machacón que ha venido sufriendo, cada día con menos estoicismo, la comunidad dolida.
No deja de ser paradójico, finalmente, que en el año en el que el colegio edilicio municipal recuerda la luminosa memoria de fray Antonio Alcalde, se atente así contra una de las obras que él diseñó para el desarrollo urbano del sur de la ciudad: el templo grandioso de San Juan Bautista de Mexicaltzingo.

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