“En el confesionario debemos ser concretos en la confesión de los pecados, sin reservas, pero después vemos que es el Señor mismo quien nos tapa la boca, como diciéndonos, está bien así”, aconseja.
El Pontífice comenta la oración de San Ambrosio “Ven Señor Jesús. Ven a mí, búscame, encuéntrame, tómame del brazo, llévame”, y dice que recuerda a todos que “es el Señor el primero en tomar la iniciativa y nosotros no podemos hacer nada sin Él”.
“El punto de partida es el examen de conciencia, el dolor sincero por el mal cometido. Seguido de la confesión de los pecados individuales, de modo concreto y sobrio. Sin avergonzarse de la propia vergüenza”.
Esta “es una gracia que nos impulsa a pedir perdón, al igual que la gracia de las lágrimas, que lava nuestra mirada para ver mejor la realidad”, añade.
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