Si hay alimentos suficientes, ¿por qué cada año siete mil mexicanos mueren por desnutrición?

Datos del Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI) revelan que entre el año 2000 y 2011 un total de 102 mil 568 mexicanos perdieron la vida a causa de deficiencias nutricionales. El promedio en ese período fue, por tanto, de 8 mil 547 muertes anuales ligadas con el hambre, es decir, con la insuficiencia alimentaria.

El INEGI  reportó que en 2015 hubo alguna mejora, pues murieron por desnutrición 7 mil 37 mexicanos, mientras que en 2016, que es el dato más actualizado con que cuenta, los casos fueron 7 mil 334.

Es decir, en el país estarían muriendo en promedio cada día unas 20 personas debido a una alimentación insuficiente.

Entre el 75% y el 80% de estas víctimas son adultos de 60 años o más; el resto son principalmente  niños de 5 años o menos.

Los tres estados del país que han acumulado en los últimos años más de esta clase de muertes son el estado de México, Veracruz y Oaxaca; pero en realidad no hay una sola entidad federativa que se salve de ello.

¿HAMBRE O DESNUTRICIÓN?

Ahora bien, son muchísimos más los mexicanos que padecen carencia alimentaria, y, aunque no se mueran, ello les afecta en la salud y en el desempeño de sus actividades diarias, lo que contribuye a que les sea mucho más difícil poder salir de su situación de pobreza.

Cierto que no hay que confundir el hambre con la desnutrición; el hambre está claramente ligada a la pobreza, mientras que la desnutrición la puede padecer desde el más humilde hasta el más rico si no se alimenta de manera correcta. Por tanto, la desnutrición está mucho más difundida que el hambre y asume formas muy distintas; pero, sin duda, el que padece hambre también padece desnutrición.

En México,  según los datos del Sistema de Encuestas Nacionales de Salud, aproximadamente el  28% de la población vive en estado de inseguridad alimentaria, por lo que también estaría padeciendo desnutrición.

Hoy se reconoce que existe una enorme relación entre la inseguridad alimentaria y el sobrepeso y la obesidad.

Quienes padecen la primera no necesariamente sienten hambre, mas se ven obligados a comer  alimentos que no les dan la nutrición adecuada pero que sí los hacen subir de peso. Así, hay mayor proporción de casos de obesidad y sobrepeso en el rango de los pobres moderados que en el de las clases medias y altas.

LAS CAUSAS

En ciertas épocas históricas las guerras, las pandemias y los fenómenos climáticos limitaron profundamente la producción de alimentos, con las consecuentes hambrunas.

Hasta el siglo XIX las oleadas de hambre que afectaban a poblaciones enteras procedían, por lo general, de causas naturales. Pero en la actualidad, si aún hay hambre, es casi siempre por causa del comportamiento humano.

«De 1950 a 1980, la producción total de productos alimenticios en el mundo se ha duplicado: mundialmente hay alimentos suficientes para todos». Esto lo explicaba en 1996 el Pontificio Consejo Cor Unum a través de su documento ‘El hambre en el mundo, un reto para todos’, y lo hacía apoyándose en los datos proporcionados desde 1992 por la Organización para la Alimentación y la Agricultura (FAO) y la Organización Mundial de la Salud (OMS).

Y las cosas han mejorado mucho más: la FAO calcula que, si bien en el mundo existen hoy unos 7 mil 500 millones de personas, se producen alimentos suficientes para para nutrir a
12 mil millones.

El hambre, entonces, es causada sobre todo por el egoísmo humano. Pero también hay una importante falla estructural que provoca el acceso desigual a los  alimentos, y que, además, ocasiona que millones de toneladas de comida se desperdicien alrededor del  planeta en lugar de alimentar a los 821 millones de seres humanos  que padecen hambre.

La FAO calcula que hasta un tercio de todos los alimentos que se producen en el mundo se estropea o se desperdicia.

Y esto no sólo ocurre en los países ricos,  sino también en los países pobres, aunque en estos últimos la causa principal es la falta de infraestructura. Así, por ejemplo, los agricultores de Burundi o Guatemala son capaces de generar hasta el 80% de los alimentos que ahí se necesitan, pero no hay caminos rurales suficientes para poder venderlos; y a falta de este acceso físico y a la carencia de medios adecuados de almacenaje, una parte importante de lo producido se desperdicia.

EL CASO MEXICANO

Para el caso específico de México, el país ni siquiera tendría que esperar ayuda de fuera para acabar con su problema del hambre:

Desde hace años en el país, entre los alimentos que produce y los que importa, hay más que suficiente para que ningún mexicano pase hambre.

La Secretaría de Desarrollo Social (SEDESOL) reconoce que anualmente se desperdician aproximadamente 19 millones de toneladas de alimentos, lo que equivale al consumo de 27 millones de personas.

Según el Banco Mundial, México desperdicia el 34% de su producción alimentaria.

Para este organismo internacional el desperdicio mexicano equivale a 20.4 millones de toneladas al año. «Si los alimentos perdidos y desperdiciados fueran recuperados sería posible atender la deficiencia alimentaria de más de 7.4 millones de mexicanos», explica.

Ahora bien, si todo esto se traduce a su equivalente monetario, lo que se tira de alimentos en México equivale a 400 mil millones de pesos al año, lo que viene a ser más de dos veces los presupuestos anuales de la SAGARPA y SEDESOL.

Pero, ¿qué es lo que más se desperdicia en México? Los estudios apuntan a que, entre muchos otros comestibles,  al año  acaban en la basura:

▶ El 22.3%  de las naranjas   (927 mil toneladas)

▶ El 28.7% de las tortillas (2.8 millones de toneladas).

▶ El 37.9% del huevo (1.3 millones de toneladas).

▶ El 38.7% del pescado (99 mil toneladas).

▶ El 39.3% del jitomate (925 mil toneladas).

▶ El 40.1% de la carne de cerdo (41 mil toneladas).

▶ El 43% del pan de caja (2.6 millones de toneladas).

▶ El 43.1% de la leche y sus derivados (equivalente a 4.5 millones de litros).

Redacción

TEMA DE LA SEMANA: UN PECADO SOCIAL QUE CLAMA AL CIELO

Publicado en la edición impresa de El Observador del 21 de octubre de 2018 No.1215

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