Hoy por la mañana, al regresar de la capellanía del hospital, he leído otro trozo de El general en su laberinto. (Sí, ya he acabado de leer Franco y la Iglesia.) La obra de García Márquez, ya os lo dije hace tiempo, me parece impresionante desde un punto de vista literario. Es curioso, leí este libro hace unos doce años y ahora al releerlo descubro que mi lectura ha cambiado. Ahora me doy cuenta de más detalles. Es como si vista se hubiera vuelto más aguda con el detalle pequeño. Ahora leo con más lentitud. En esa época, sin darme cuenta me dejaba llevar por la lectura sin paladear. Ahora también soy más comprensivo con los personajes. A los cincuenta años, vemos a los demás con mucha más benignidad.
No puedo dejar de hacer una reflexión con ocasión de la lectura de este libro: los Pueblos pueden elegir su destino. Si los países americanos querían mayoritariamente la independencia, había que dársela.
Ahora bien, la mayoría de la población estaba dividida al respecto. Incluso la élite que llevó a cabo la independencia no está nada claro que significase la mayoría de esa clase social. Al final, la independencia se logró no porque la élite social quisiese la liberación, sino, simplemente, porque ganó la guerra.
¿Fueron más libres una vez obtenida la independencia? Por supuesto que no. ¿Al menos pagaron menos impuestos al rey lejano? Tampoco. Hubo la misma corrupción y las mismas opresiones, la misma proporción de hombres buenos y malos, capaces e incapaces, que antes de la independencia.
Viendo las cosas racionalmente (me hago la ilusión de que, a veces, hago eso) mejor hubiera sido permanecer todos unidos. Todos nos hubiéramos beneficiado mutuamente. Por supuesto que Latinoamérica hubiera desarrollado democracias particulares y, en la práctica, el nivel de autogobierno hubiera sido el más grande posible.
Pero ni mantener la unión valía un baño de sangre, ni lograr la independencia valía una hecatombe; no de toros y ovejas, sino de seres humanos.
Dicho lo cual, todo esto vale para Cataluña y su lucha intestina. Yo hubiera preferido un referéndum al estilo de Canadá y Escocia. Pero dado que ese camino ahora está más lejos que nunca, no queda más opción que la legalidad y el orden.
Alguien puede pensar que en mí ha habido una evolución al respecto en los últimos años. No, no la ha habido. Lo que no quiero es violencia; recuérdese lo que he dicho de la independencia de Latinoamérica. Y ahora, dada la situación en España y su región Cataluña, no queda otra opción que apoyar la legalidad.
Otras opciones supondrán la perpetuación endémica de una lucha y una crispación que solo lograrán que algunas células se malignicen, vamos hacia eso. No quiero muertes ni por mantener la unidad de España ni por la independencia. Pero cuando la violencia estalle, y doy por supuesto que va a estallar en forma de lucha callejera, de kale borroka a cargo de grupos anarquistas, mi apoyo estará de un lado y solo de un lado: la legalidad vigente en el Estado Español.
Hubo una época, os lo puedo asegurar, que el problema de los territorios palestinos se pudo haber solucionado. Fue la época previa a la segunda intifada. Hice mi primera visita a Israel en esa época. Pero Arafat azuzó a la gente para quemar etapas no hacia la independencia (que ya la tenía de facto), sino para conseguir más territorios (ya había conseguido varios). Después de azuzar a la población a la lucha, ya no pudo recoger velas: se le fue de las manos.
Quim Torras, el presidente de la Generalitat, sigue jugando a un juego en el que cree que podrá tener la mano siempre en el grifo, para cerrarlo cuando quiera. Después vendrán los funerales y los discursos condenándolo todo. Ni la independencia de Cataluña vale eso, ni la independencia de toda Latinoamérica.
Morir en 1823 para que una bandera u otra ondeara en el mástil de Caracas no vale la pena. A los nacionalistas les pido que defiendan sus ideas sin crear un caldo de cultivo del odio. ¿Al gobierno español le puedo pedir que deje en la ambigüedad cuál es la instancia última de Poder? Evidentemente, no.
En virtud de la racionalidad, no puedo quedarme en medio. No hay un punto intermedio entre el imperio de la Ley y el quebrantamiento del Estado de Derecho. Sería como afirmar que hay un punto intermedio entre el hombre honrado y el ladrón.
Eso sí, si Cataluña logra la independencia por las malas, caerá totalmente en manos de los tratados que firme con China. Será independiente de España, para convertirse en un estado vasallo de Pekín. El único que estará dispuesto a poner dinero sobre la mesa para sostener (y solo en parte) el sistema monetario y bancario de una Cataluña que se marchara por las malas será ese país.
Cataluña, Latinoamérica, Simón Bolivar, España nos roba, la segunda intifada… no aprendemos. Estamos en el siglo XXI, pero seguimos cometiendo los mismos errores.
Cataluña, Latinoamérica, Simón Bolivar, España nos roba, la segunda intifada… no aprendemos. Estamos en el siglo XXI, pero seguimos cometiendo los mismos errores.
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