Cuando el Papa Francisco visitó un antiguo edificio de la KGB en Vilnius (Lituania) el pasado 23 de septiembre, el Arzobispo Sigitas Tamkevicius fue el único Prelado que lo acompañó al lugar que ahora es el Museo de los Combatientes de Ocupación y Libertad; y en el que alguna vez estuvo como prisionero.
El edificio también fue sede de la Gestapo alemana durante la Segunda Guerra Mundial. Después de la retirada nazi en 1944, la KGB se mudó al lugar. Más de 2,000 personas fueron ejecutadas allí, y cientos de sacerdotes fueron detenidos, incluyendo Mons. Tamkevicius cuando aún no era obispo.
Nacido en 1938, el Prelado recuerda claramente cómo fue la ocupación soviética de Lituania y explicó a CNA -agencia en inglés del Grupo ACI- cómo el régimen comunista quería acabar con la libertad religiosa.
“Los soviéticos querían destruir Lituania y suprimir la libertad religiosa, que era inexistente. Arrestaron a más de 300 sacerdotes, a quienes ni siquiera les estaba permitido enseñar. Lo que buscaban era minimizar a la Iglesia. Fue ahí que empezamos a pensar qué podríamos hacer para resistir al régimen”, relató.
El Arzobispo tuvo un papel importante en la resistencia y, con otros sacerdotes, fundó en 1978 el Comité Católico para la Defensa de los Derechos de los Creyentes.
Asimismo, creó una pequeña revista llamada Crónica de la Iglesia Católica de Lituania, que fue editada por el sacerdote jesuita durante 11 años, sin saber que la KGB estaba al tanto de la publicación.
“En el lugar que el Papa Francisco visitó, miles han sido asesinados y otros miles fueron enviados al exilio en la Unión Soviética”, contó a CNA.
El Arzobispo recordó también que fue arrestado en 1983 y sentenciado a 10 años de labor forzada y exilio.
“Nunca recé tan intensamente como en aquellos momentos. Jesús no me dejó solo”, dijo el Prelado al recordar el momento del arresto: “‘Nos descubrieron’, pensé ese día de 1983. Al subir a la camioneta de la KGB, me invadió un sudor frío. Los sótanos de la cárcel, con corredores estrechos, techos altos, mal iluminados, bombillas tenues, con manchas de humedad y grietas, no invitaban a la serenidad”.
Le preguntaron su nombre y la profesión. Respondió: “Sacerdote. Jesuita”. Respondieron: “‘¡Vamos! Es Sigitas, del Comité para la Defensa de los Creyentes, ese que hace propaganda anti-soviética contra el Estado’. Yo sabía que mi participación en el Comité no era lo que les interesaba. Querían saber quiénes eran los redactores de ‘La Crónica de la Iglesia Católica en Lituania’ y cómo llegaba al extranjero. Dios me dio la fuerza para no traicionar a ninguno en ese periodo terrible, ni siquiera en los momentos de mayor debilidad”.
El Arzobispo fue interrogado unas 60 veces durante 8 meses.
Para Mons. Tamkevicius, la visita del Papa Francisco fue un momento emotivo. “Soñé por 35 años que el Papa un día visitaría el lugar donde yo y muchos otros vivíamos la prisión, así que le agradecí al Santo Padre por mostrar su solidaridad con nuestra gente”.
La oración y la Misa lo sostuvieron
En el lugar donde fue prisionero, el Prelado recordó cosas buenas y malas. Rememoró por ejemplo “las oraciones bastante intensas: el Rosario, la lectura de la Biblia" y la forma en la que se ingeniaba para celebrar Misa.
“‘No entiendo cómo lo lograste’, me dicen a veces, pensando que superé toda esa situación gracias a mis fuerzas. Pero no es así. En la cárcel logré comprar algunos pedazos de pan y confirmé que era de trigo. Solo me faltaba el vino; en una carta pedí a mi familia una uva pasa seca. Desde entonces, solamente tenía que encontrar un buen momento, sabiendo que mi compañero de celda, como normalmente sucedía, era un criminal común al que le prometían reducir la pena si les hubiera ofrecido informaciones comprometedoras sobre mí”.
“Me ponía de espaldas a la puerta –contó el Arzobispo– con el estuche de los lentes en la mesa; un estuche amarillo de plástico en el que tenía un pequeño pedazo de pan y un pequeño recipiente con un poco de pasa. Esperaba que mi compañero de celda se quedara dormido y luego, lentamente, comenzaba a exprimir la uva pasa entre los dedos hasta obtener alguna gota de vino que, en casos excepcionales, resultaba válido incluso para celebrar la Eucaristía”.
“Gracias a Dios tengo buena memoria y me acordaba de las oraciones de la Misa. Después de la consagración, consumiendo el cuerpo y la sangre de Cristo, una alegría indescriptible se apoderaba de mí. Experimentaba una alegría mayor de la que había sentido la primera vez que celebré misa en la catedral de Kaunas. Dios me consolaba y confortaba. Lo sentía allí a mi lado”.
“Celebrar la misa en esas circunstancias –explicó Mons. Tamkevičius– me daba una fuerza especial, sin la cual no habría podido resistir”.
El Arzobispo Tamkevicius fue liberado como parte del programa de la perestroika de Mikhail Gorbachev, el programa de reestructuración que llevó finalmente a la disolución de la Unión Soviética en 1991.
El jesuita regresó a su hogar y en 1989 fue nombrado director espiritual del seminario en Kaunas, la segunda ciudad más grande de Lituania. Se convirtió en rector del seminario en 1990 y en 1991 fue consagrado Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis de Kaunas, convirtiéndose en el Arzobispo de la ciudad en 1996.
Traducido y adaptado por Barbara Socorro. Publicado originalmente en CNA
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