“Cuando hay problemas en la familia damos por descontado que tenemos razón y cerramos la puerta a los demás”, lamentó. Sin embargo, “es necesario pensar qué cosas buenas tiene esa persona y maravillarse por esas cosas buenas, y eso ayuda a la unidad de la familia. Si tenéis problemas en la familia, pensad en las cosas buenas que tiene ese familiar con el cual tenéis problemas. Y maravillaos de eso, y eso ayudará a curar las heridas familiares”.
En este domingo en que se celebra la Sagrada Familia de Nazaret, el Santo Padre reflexionó sobre dos palabras presentes en el Evangelio del día: estupor y angustia.
“El Evangelio de hoy narra el viaje de la familia de Nazaret a Jerusalén, para la fiesta de Pascua. Pero, en el viaje de regreso, los padres se dieron cuenta de que el hijo de doce años no estaba en la caravana”.
“Después de tres días de búsqueda y temor, lo encontraron en el templo, sentado entre los doctores, discutiendo con ellos. A la vista del Hijo, María y José ‘quedaron estupefactos’ y la Madre le manifestó su angustia diciendo: ‘Tu padre y yo te buscábamos angustiados’”.
Francisco destacó que “en la familia de Nazaret nunca disminuyó el estupor, ni siquiera en un momento dramático como el de la condena de Jesús”.
Ese estupor “es la capacidad de asombrarse ante la gradual manifestación del Hijo de Dios. Es el mismo estupor que también golpea a los doctores del templo, admirados ‘por su inteligencia y sus respuestas’”.
Explicó que “asombrarse y maravillarse es lo contrario de darlo todo por descontado, es lo contrario de interpretar la realidad que nos rodea y los eventos de la historia únicamente mediante nuestros criterios. Asombrarse es abrirse a los demás, comprender las razones de los demás: esta actitud es importante para sanar las relaciones comprometidas entre las personas, y es indispensable también para curar las heridas abiertas en el ámbito familiar”.
“El segundo elemento que quiero destacar del Evangelio es la angustia que experimentaron María y José cuando no conseguían encontrar a Jesús”, continuó el Papa.
Esa angustia “manifiesta la centralidad de Jesús y de la Sagrada Familia. La Virgen y su esposo habían acogido a aquel Hijo, lo custodiaban y lo veían crecer en edad, sabiduría y gracia en medio de ellos, pero, sobre todo, crecía dentro de sus corazones; y, poco a poco, aumentaba su afecto y su comprensión ante su misión. Ese es el motivo por el que la familia de Nazaret es Santa: porque estaba centrada en Jesús, a Él se dirigían todas las atenciones y los cuidados de María y José”.
Afirmó que “aquella angustia que experimentaron durante los tres días de la desaparición de Jesús deberían ser también nuestra angustia cuando estamos alejados de Él”.
“Debemos experimentar angustia cuando durante tres días nos olvidamos de Jesús, sin rezar, sin leer el Evangelio, sin sentir la necesidad de su presencia y de su amistad consoladora. María y José lo buscaron y lo encontraron en el templo mientras enseñaba: también nosotros podemos encontrar al divino Maestro y acoger su mensaje de salvación en la casa de Dios”.
“En la celebración eucarística tenemos una experiencia viva de Cristo, Él nos habla, nos ofrece su Palabra que ilumina nuestro camino, nos da su Cuerpo en la Eucaristía de donde adquirimos el vigor para hacer frente a las dificultades de cada día”.
El Papa concluyó su reflexión pidiendo rezar “por todas las familias del mundo, especialmente por aquellas que, por diversos motivos, tienen falta de paz y armonía: confiémoslas a la protección de la Sagrada Familia de Nazaret”.
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