Editorial de Semanario #1143
Cuando entréis en una casa, decid primero: “Paz a esta casa”, (Lc 10,5-6).
La familia es una cuna de amor que nace como fruto del amor conyugal. La familia constituida sobre la roca sólida del matrimonio, es el lugar en el cual nacemos, crecemos y nos desarrollamos. Un hogar en el cual aprendemos a vivir en comunidad.
San Juan Pablo II insistía que “El futuro depende, en gran parte, de la familia, que lleva consigo el porvenir mismo de la sociedad; su papel especialísimo es el de contribuir eficazmente a un futuro de paz”
Es dentro de ese núcleo familiar donde aprendemos a amar y a recibir amor de una manera incondicional, valorando a cada persona como un ser único e irrepetible.
Es en la familia donde aprendemos a superar nuestra individualidad para forjar un “nosotros” que nos permita descubrir que “Somos una familia”.
El Papa Francisco nos enseña que “La familia sigue siendo la célula básica de la sociedad y la primera escuela en la que los niños aprenden los valores humanos, espirituales y morales que los hacen capaces de ser faros de bondad, de integridad y de justicia en nuestras comunidades”
Cuando una familia se encuentra construida sobre los lazos del amor, cada uno de sus miembros es querido de una manera especial, se puede compartir lágrimas y sonrisas en compañía del ser amado. No existen dudas que el hombre es un ser familiar por naturaleza que no podría vivir sin el amor y cuidado de los suyos.
Solamente una sociedad individualista puede fomentar una forma de vida prescindiendo de la familia.
A una sociedad sin familia, le falta un “sentido de pertenencia” de sus miembros, que los hace sumergirse en la soledad más profunda, con el sabor amargo del egoísmo.
Sin la tierra fértil que es la familia, el corazón del hombre se transforma en un fruto seco cuyos latidos se silencian. Se pierde el anhelo de amar a los demás y la capacidad de compartir los momentos y experiencias vividas. El corazón se vuelve un fruto inmaduro para amar y sus semillas se tornan estériles. Una sociedad que somete a la familia, es una sociedad que tarde o temprano terminará por destruirse. El escritor G. K. Chesterton señalaba que “Quienes atacan a la Familia no saben lo que hacen, porque no saben lo que deshacen”.
Mientras las familias tengan los cimientos de valores se logrará vivir en armonía y en paz. La familia como constructora de paz necesita hacer el cambio desde adentro, desde los niños y los padres y empezar a difundirlo en comunidad. El respeto, la honestidad y la tolerancia son semillas que se siembran en la familia.
El que los niños aprendan cuáles son los factores determinantes que generan bienestar personal, social, y no solo en lo económico, es avanzar en la reconstrucción del tejido social.
Solamente la familia puede dignificar al hombre y sacarlo de la pobreza afectiva que provoca el egoísmo, haciendo de él un ciudadano formado en virtudes sociales. La familia es la tierra fértil sobre la que se edifica una sociedad justa, honesta, que construye la paz.
El Papa Francisco, en su mensaje de la Jornada de la Paz 2019, expresa que la paz se basa en “el respeto de cada persona, independientemente de su historia, en el respeto del derecho y del bien común, de la creación que nos ha sido confiada y de la riqueza moral transmitida por las generaciones pasadas”.
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