Al margen de las implicaciones morales o religiosas en torno al tema de la pornografía, en diversas partes del mundo, y especialmente en países anglosajones, se ha comenzado a ver que esta clase de materiales, que exhiben irrestrictamente relaciones sexuales, representan ya un problema de salud pública, debido al impacto negativo que han llegado a generar a nivel social, mismo que ha sido demostrado mediante investigaciones y estudios científicos.
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Así, la llamada “Revolución sexual” –movimiento ocurrido durante la segunda mitad del siglo XX en numerosos países–, presuntamente liberadora de ataduras morales, en la actualidad está terminando por esclavizar al ser humano a su peor amo: él mismo. El tiempo ha venido reafirmando el espíritu profético del Papa Pablo VI, cuando en su encíclica Humanae Vitae, advirtió sobre los riesgos que se habrían de desprender del hecho de no entender como una unidad maravillosa el acto sexual, a partir de sus virtudes para unir y engendrar:
“No se necesita mucha experiencia para conocer la debilidad humana y comprender que los hombres, especialmente los jóvenes, tan vulnerables en este punto, tienen necesidad de aliento para ser fieles a la ley moral, y no se les debe ofrecer cualquier medio fácil para burlar su observancia. Podría también temerse que el hombre, habituándose al uso de las prácticas anticonceptivas, acabase por perder el respeto a la mujer y, sin preocuparse más de su equilibrio físico y psicológico, llegase a considerarla como simple instrumento de goce egoísta y no como a compañera, respetada y amada”.
Dicha advertencia del Papa Pablo VI se ve reflejada en estudios elaborados por expertos como Dolf Zillmann y Jill C. Manning, quienes han demostrado que los varones que consumen pornografía manifiestan una menor sensibilidad hacia les mujeres, consideran poco grave el delito de violación, muestran un creciente interés en las formas extremas de la propia pornografía, son más propensos a la insatisfacción sexual con su cónyuge, son más receptivos a la infidelidad sexual, y valoran menos el Matrimonio.
Es preciso señalar que, en tanto que los varones que consumen pornografía muestran un mayor gusto hacia las formas extremas de este tipo de materiales –que retratan agresiones verbales y físicas contra las mujeres y en general comportamientos degradantes para ellas–, llegan a aceptar como natural esa clase de pornografía violenta, la cual, por obvias razones, se asocia con conductas sexualmente agresivas, tanto en adolescentes como en adultos. Lógicamente merece una atención especial el acceso de los jóvenes a la pornografía, pues, estando éstos en una etapa formativa, les crea un paradigma y un referente de la actividad sexual absolutamente contrapuesto al amor y compromiso de pareja, dando como resultado la cosificación del otro como mero objeto para la satisfacción personal.
Así que el problema de la pornografía no sólo tiene que ver con una moral privada, sino de una cuestión de salud pública en la que el Estado debe intervenir; muestra de que se está haciendo cada vez más necesario tomar medidas en el asunto, son las reacciones que en un breve periodo se han dado en contra del acceso de niños y jóvenes a la pornografía, como la ley de Cameron en el Reino Unido, que obliga a tener filtros que se activan por default para sitios con “contenido adulto”, o la decisión de la cadena Hilton de no ofrecer pornografía en sus hoteles.
Cabe señalar –caso tal vez un tanto aparte– que en el año 2015 en Japón se registró un fenómeno social al que se le denominó el “síndrome del celibato”, mismo que parece estar apoderándose de los jóvenes y que el gobierno interpreta como una catástrofe nacional, pues la población joven está perdiendo el interés en las relaciones amorosas interpersonales; muchos ni siquiera desean “complicarse” con el sexo: las relaciones, el contacto y el compromiso entre seres humanos, son reemplazados en algunos casos por el sexo casual, pero la mayoría de las veces por la pornografía en internet, las “novias” virtuales y las caricaturas.
En occidente no hemos llegado a los niveles de Japón, pero merece la pena que, desde ya, el tema de la pornografía se abra el debate público y político.
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