El Papa Francisco advirtió a los consagrados contra la tristeza interior, “un gusano que nos come desde dentro. Huid de la tristeza interior”.
Así se refirió el Pontífice durante la Misa que presidió en la Basílica de San Pedro del Vaticano por la Fiesta de la Presentación del Señor y la Jornada Mundial de la Vida Consagrada.
En su homilía, el Papa se centró en el episodio evangélico de la presentación de Jesús en el Templo y, en concreto, en la figura de Simeón que, como escribe San Lucas, “esperaba el consuelo de Israel”.
El Papa señaló que Simeón, cuando se encuentra con la Sagrada Familia y toma a Jesús en sus brazos, “es un hombre ya anciano quien reconoce en el Niño la luz que venía a iluminar a las naciones, que ha esperado con paciencia el cumplimiento de las promesas del Señor”.
El Santo Padre invitó a meditar sobre la paciencia de Simeón: “Durante toda su vida esperó y ejerció la paciencia del corazón. En la oración aprendió que Dios no viene en acontecimientos extraordinarios, sino que realiza su obra en la aparente monotonía de nuestros días, en el ritmo a veces fatigoso de las actividades, en lo pequeño e insignificante que realizamos con tesón y humildad, tratando de hacer su voluntad”.
Para el Papa, “la paciencia de Simeón es reflejo de la paciencia de Dios”, e insistió en que la razón de la esperanza cristiana es que “Dios nos espera sin cansarse nunca”.
“Fijémonos en la paciencia de Dios y la de Simeón para nuestra vida consagrada. Y preguntémonos: ¿qué es la paciencia? No es una mera tolerancia de las dificultades o una resistencia fatalista a la adversidad. La paciencia no es un signo de debilidad: es la fortaleza de espíritu que nos hace capaces de ‘llevar el peso’ de los problemas personales y comunitarios, nos hace acoger la diversidad de los demás, nos hace perseverar en el bien incluso cuando todo parece inútil, nos mantiene en movimiento aun cuando el tedio y la pereza nos asaltan”, explicó el Pontífice.
En ese sentido, el Papa Francisco señaló tres “lugares” “en los que la paciencia toma forma concreta”.
“La primera es nuestra vida personal. Un día respondimos a la llamada del Señor y, con entusiasmo y generosidad, nos entregamos a Él”.
En ese camino, “junto con las consolaciones, también hemos recibido decepciones y frustraciones. A veces, el entusiasmo de nuestro trabajo no se corresponde con los resultados que esperábamos, nuestra siembra no parece producir el fruto adecuado, el fervor de la oración se debilita y ya no somos inmunes a la sequedad espiritual”.
Como consecuencia, “puede ocurrir, en nuestra vida de consagrados, que la esperanza se desgaste por las expectativas defraudadas”.
Frente a esa desesperanza, el Papa señaló que “debemos ser pacientes con nosotros mismos y esperar con confianza los tiempos y los modos de Dios: Él es fiel a sus promesas. Recordar esto nos permite replantear nuestros caminos y revigorizar nuestros sueños, sin ceder a la tristeza interior y al desencanto”.
En ese contexto, advirtió que “la tristeza interior en nosotros consagrados es un gusano que nos come desde dentro. Huid de la tristeza interior”.
El segundo lugar “donde la paciencia se concreta es en la vida comunitaria. Las relaciones humanas, especialmente cuando se trata de compartir un proyecto de vida y una actividad apostólica, no siempre son pacíficas”.
“A veces surgen conflictos y no podemos exigir una solución inmediata, ni debemos apresurarnos a juzgar a la persona o a la situación: hay que saber guardar las distancias, intentar no perder la paz, esperar el mejor momento para aclarar con caridad y verdad”.
El Pontífice insistió en que “en nuestras comunidades necesitamos esta paciencia mutua: soportar, es decir, llevar sobre nuestros hombros la vida del hermano o de la hermana, incluso sus debilidades y defectos. Recordemos esto: el Señor no nos llama a ser solistas, sino a formar parte de un coro, que a veces desafina, pero que siempre debe intentar cantar unido”.
Por último, el tercer lugar, “la paciencia ante el mundo. Simeón y Ana cultivaron en sus corazones la esperanza anunciada por los profetas, aunque tarde en hacerse realidad y crezca lentamente en medio de las infidelidades y las ruinas del mundo. No se lamentaron de todo aquello que no funcionaba, sino que con paciencia esperaron la luz en la oscuridad de la historia”.
“Necesitamos esta paciencia para no quedarnos prisioneros de la queja: ‘el mundo ya no nos escucha’, ‘no tenemos más vocaciones’, ‘vivimos tiempos difíciles...’. A veces sucede que oponemos a la paciencia con la que Dios trabaja el terreno de la historia y de nuestros corazones la impaciencia de quienes juzgan todo de modo inmediato. Y así perdemos la esperanza”.
Afirmó que “la paciencia nos ayuda a mirarnos a nosotros mismos, a nuestras comunidades y al mundo con misericordia. Podemos preguntarnos: ¿acogemos la paciencia del Espíritu en nuestra vida? En nuestras comunidades, ¿nos cargamos los unos a los otros sobre los hombros y mostramos la alegría de la vida fraterna?”.
“Y hacia el mundo, ¿realizamos nuestro servicio con paciencia o juzgamos con dureza? Son retos para nuestra vida consagrada: no podemos quedarnos en la nostalgia del pasado ni limitarnos a repetir lo mismo de siempre. Necesitamos la paciencia valiente de caminar, de explorar nuevos caminos, de buscar lo que el Espíritu Santo nos sugiere”.
Finalmente, invitó a contemplar “la paciencia de Dios, e imploremos la paciencia confiada de Simeón, para que también nuestros ojos vean la luz de la salvación y la lleven al mundo entero”.
El Papa recomienda sentido del humor
Antes de concluir la Misa, el Pontífice pronunció unas palabras de despedida y agradecimiento en las que ofreció dos consejos para mejorar la vida en la comunidad. Por un lado, recomendó “huir de las habladurías”.
En ese sentido, contó una anécdota: “Una joven religiosa que acababa de entrar en el noviciado, estaba feliz, y encontró a una religiosa anciana, buena, santa. ‘¿Y cómo estás?’”, le preguntó la anciana. “‘Esto es el paraíso, madre’, le responde la joven”. La respuesta de la anciana: “‘Espera un poco, está el purgatorio’. En la vida consagrada, en la vida de comunidad hay un purgatorio, pero hace falta paciencia para sacarlo adelante”.
Por ello, el Papa insistió en que “lo que mata la vida comunitaria son las habladurías. No habléis mal de los demás. ‘Pero no es fácil, padre, porque a veces te viene del corazón’. ‘Sí, te viene del corazón, como la envidia y tantos pecados capitales que tenemos dentro’. Huid. ‘Pero, diga, padre ¿no habrá alguna medicina?’. ‘La oración, la piedad…’”.
Además, propuso otra “medicina que es muy de casa: muérdete la lengua. Antes de hablar de los demás, muérdete la lengua. Así se inflará la lengua, te ocupará la boca y no podrás hablar mal. Por favor, huid de las habladurías que destruyen la comunidad”.
La segunda recomendación que hizo el Papa es “no perder el sentido del humor”. “En la vida comunitaria hay muchas cosas que no van bien”. “Siempre tenemos cosas que no nos gustan. No perdáis el sentido del humor, por favor. Eso nos ayuda mucho”.
Por último, invitó a tener paciencia ante los inconvenientes causados por las medidas contra el coronavirus: “Este COVID nos arrincona, pero llevemos esto con paciencia. Necesitamos paciencia, y seguir ofreciendo al Señor nuestra vida”.
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