(354) San Esteban por predicar el Evangelio a los judíos, muere mártir

San Esteban - Juan de Juanes 1579

Recientemente, como informó InfoCatólica, el cardenal Kurt Koch, presidente de la Comisión para las relaciones religiosas con el judaísmo, acompañado del rabino David Rosen, director del International Director of Interreligious Affairs, American Jewish Committee (AJC), presentó Una reflexión sobre cuestiones teológicas en torno a las relaciones entre católicos y judíos en el 50º aniversario de «Nostra ætate» (nº 4).

 El Sr. Cardenal explicó que el documento «no da definiciones doctrinales definitivas», y tampoco es «un documento oficial del Magisterio de la Iglesia, sino un documento de estudio de nuestra Comisión, que intenta profundizar la dimensión teológica del diálogo judío-católico». El largo y erudito documento, en 49 números, acumula una gran cantidad de citas bíblicas, y de exégesis y teorías teológicas sobre el asunto válidas o discutibles. Pocos leerán documento tan largo, reiterativo y farragoso. Pero muchos lectores, informados ligeramente por la prensa, incluso por la católica, sacarán como conclusión que ya los católicos deben frenar definitivamente su intento de evangelizar a los judíos. No es ésta, propiamente, la enseñanza de tal documento, pero algunos de sus párrafos podría ser malinterpretados en tal sentido, como éste:

(40)… La Iglesia se ve así obligada a considerar la evangelización en relación a los Judíos, que creen en un solo Dios, con unos parámetros diferentes a los que adopta para el trato con las gentes de otras religiones y concepciones del mundo. En la práctica esto significa que la Iglesia Católica no actúa ni sostiene ninguna misión institucional específica dirigida a los Judíos. Pero, aunque se rechace en principio una misión institucional hacia los Judíos, los Cristianos están llamados a dar testimonio de su fe en Jesucristo también a los Judíos, aunque deben hacerlo de un modo humilde y cuidadoso, reconociendo que los Judíos son también portadores de la Palabra de Dios, y teniendo en cuenta especialmente la gran tragedia de la Shoah».

En el presente artículo no pretendo analizar el documento citado, sino únicamente rechazar una falsa interpretación del mismo, que eliminaría el misionero empeño católico de evangelizar a los hijos de Abraham, el gran patriarca primero de la historia de la salvación. También los católicos nos consideramos «descendencia de Abraham», y lo declaramos «nuestro padre en la fe» nada menos que en el venerable Canon Romano de la Misa. Pero yo aquí me limito en la fiesta de San Esteban, 26 de diciembre, a recordar su inmensa caridad. Él arriesgó y perdió la vida para procurar la salvación eterna de sus «padres y hermanos» de Israel, predicándoles el Evangelio que lleva a la fe en nuestro Señor Jesucristo, único Salvador del mundo. El «estudio» presentado por el Card. Koch debe ser interpretado a la luz de Jesús, de San Esteban, de San Pablo. Obviamente.

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Martirio de San Esteban, según los Hechos de los Apóstoles

(Hch 6,8-15; 7,1-2; 44-60; 8,1: fragmentos de la Liturgia de las Horas, texto de la nueva Biblia de la CEE).

«Esteban, lleno de gracia y poder, realizaba grandes prodigios y signos en medio del pueblo. Unos cuantos de la sinagoga llamada de los libertos, oriundos de Cirene, Alejandría, Cilicia y Asia, se pusieron a discutir con Esteban; pero no lograban hacer frente a la sabiduría y el espíritu con que hablaba. Entonces indujeron a unos que asegurasen: “Le hemos oído palabras blasfemas contra Moisés y contra Dios”. Alborotaron al pueblo, a los ancianos y a los escribas, y, viniendo de improviso, lo agarraron y lo condujeron al Sanedrín, presentando testigos falsos que decían: “Este individuo no para de hablar contra el lugar santo y la ley, pues le hemos oído decir que ese Jesús el Nazareno destruirá este lugar [el templo] y cambiará las tradiciones que nos dio Moisés”. Todos los que estaban sentados en el Sanedrín fijaron su mirada en él y su rostro les pareció el de un ángel.

«Dijo el Sumo Sacerdote: “¿Es esto así?”. Él respondió: –Hermanos y padres, escuchad. Nuestros padres tenían en el desierto la Tienda del Testimonio, como mandó el que dijo a Moisés que la construyera, copiando el modelo que había visto. Nuestros padres recibieron como herencia esta tienda y la introdujeron, guiados por Josué, en el territorio de los gentiles, a los que Dios expulsó delante de ellos. Así estuvieron las cosas hasta el tiempo de David, que alcanzó el favor de Dios, y le pidió encontrar una morada para la casa de Jacob. Pero fue Salomón el que le construyó la casa, aunque el Altísimo no habita en edificios construidos por manos humanas, como dice el profeta: “Mi trono es el cielo; la tierra, el estrado de mis pies. ¿ Qué casa me vais a construir –dice el Señor–, o qué lugar para que descanse? ¿No ha hecho mi mano todo esto?” ¡Duros de cerviz, incircuncisos de corazón y de oídos! Vosotros siempre resistís al Espíritu Santo, lo mismo que vuestros padres. ¿Hubo un profeta que vuestros padres no persiguieran? Ellos mataron a los que anunciaban la venida del Justo, y ahora vosotros lo habéis traicionado y asesinado; recibisteis la ley por mediación de ángeles y no la habéis observado».

«Oyendo sus palabras se recomían en sus corazones y rechinaban los dientes de rabia. Esteban, lleno de Espíritu Santo, fijando la mirada en el cielo, vio la gloria de Dios, y a Jesús de pie a la derecha de Dios, y dijo: “Veo los cielos abiertos y al Hijo del hombre de pie a la derecha de Dios”. Dando un grito estentóreo se taparon los oídos; y, como un solo hombre, se abalanzaron sobre él, lo empujaron fuera de la ciudad y se pusieron a apedrearlo. Los testigos dejaron sus capas a los pies de un joven llamado Saulo y se pusieron a apedrear a Esteban que repetía esta invocación: “Señor Jesús, recibe mi espíritu”. Luego, cayó de rodillas y clamando con voz potente, dijo: “Señor, no les tengas en cuenta este pecado”. Y, con estas palabras, murió. Saulo aprobaba su ejecución».

Jesucristo mandó a los apóstoles: «id por todo el mundo, y predicad el Evangelio a toda criatura» (Mc 16,15). También a los judíos, por supuesto, como el propio Jesús lo hizo con riesgo de muerte, y murió crucificado. También San Esteban, consciente de que su predicación del Evangelio le llevaría igualmente al martirio, predicó a sus «padres y hermanos» de Israel, y murió lapidado. Del mismo modo San Pablo, siguiendo el ejemplo de Jesús y de Esteban, en sus viajes apostólicos, al llegar a una población, hacía su primera predicación evangelizadora a los judíos reunidos en la Sinagoga; y en algunos lugares consiguió gran fruto de conversiones (p. ej., Hch 17,10). También lo hizo así, acompañado de Bernabé, en la Sinagoga de Antioquía de Pisidia, llevando a muchos judíos a la fe en Jesús. Pero algunos judíos, al ver esto, se alarmaron y resistieron a Pablo y Bernabé con argumentos e insultos. Hasta que ellos respondieron: «Teníamos que anunciaros primero a vosotros la palabra de Dios; pero como la rechazáis y no os consideráis dignos de la vida eterna, sabed que nos dedicaremos a los gentiles». Éstos se alegraron mucho «y creyeron los que estaban destinados a la vida eterna. La palabra del Señor se iba difundiendo por toda la región». Pero entonces los judíos «provocaron una persecución contra Pablo y Bernabé y los expulsaron de su territorio. Ellos sacudieron el polvo de sus pies contra ellos y se fueron a Iconio. Los discípulos, por su parte, quedaban llenos de alegría y del Espíritu Santo» (Hch 13). 

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Homilía de San Fulgencio de Ruspe, obispo (+532)

(Sermón 3, 1-3. 5-6: fragmentos de la Liturgia de las Horas en la fiesta de San Esteban)

«Ayer celebramos el nacimiento temporal de nuestro Rey eterno; hoy celebramos el triunfal martirio de su soldado. Ayer nuestro Rey, revestido con el manto de nuestra carne y saliendo del recinto del seno virginal, se dignó visitar el mundo; hoy el soldado, saliendo del tabernáculo de su cuerpo, triunfador, ha emigrado al cielo.

«Nuestro Rey, siendo la excelsitud misma, se humilló por nosotros; su venida no ha sido en vano, pues ha aportado grandes dones a sus soldados, a los que no sólo ha enriquecido abundantemente, sino que también los ha fortalecido para luchar invenciblemente. Ha traído el don de la caridad, por la que los hombres se hacen partícipes de la naturaleza divina […]

«Así, pues, la misma caridad que Cristo trajo del cielo a la tierra ha levantado a Esteban de la tierra al cielo. La caridad, que precedió en el Rey, ha brillado a continuación en el soldado. Esteban, para merecer la corona que significa su nombre, tenía la caridad como arma, y por ella triunfaba en todas partes. Por la caridad de Dios, no cedió ante los judíos que lo atacaban; por la caridad hacia el prójimo, rogaba por los que lo lapidaban. Por la caridad, argüía contra los que estaban equivocados, para que se corrigieran; por la caridad, oraba por los que lo lapidaban, para que no fueran castigados.

«Confiado en la fuerza de la caridad, venció la acerba crueldad de Saulo, y mereció tener en el cielo como compañero a quien conoció en la tierra como perseguidor. La santa e inquebrantable caridad de Esteban deseaba conquistar orando a aquellos que no pudo convertir amonestando. Y ahora Pablo se alegra con Esteban, y con Esteban goza de la caridad de Cristo, triunfa con Esteban, reina con Esteban; pues allí donde precedió Esteban, martirizado por las piedras de Pablo, lo ha seguido éste, ayudado por las oraciones de Esteban.

«¡Oh vida verdadera, hermanos míos, en la que Pablo no queda confundido de la muerte de Esteban, y en la que Esteban se alegra de la compañía de Pablo, porque ambos participan de la misma caridad! La caridad en Esteban triunfó de la crueldad de los judíos, y en Pablo cubrió la multitud de sus pecados, pues en ambos fue la caridad respectiva la que los hizo dignos de poseer el reino de los cielos.

«La caridad es la fuente y el origen de todos los bienes, egregia protección, camino que conduce al cielo. Quien camina en la caridad no puede temer ni errar; ella dirige, protege, encamina. Por todo ello, hermanos, ya que Cristo construyó una escala de caridad, por la que todo cristiano puede ascender al cielo, guardad fielmente la pura caridad, ejercitadla mutuamente unos con otros y, progresando en ella, alcanzad la perfección».

La mayor caridad que un cristiano puede hacer hacia los hombres es predicarles el Evangelio que les lleva a la fe en Jesucristo y a la más plena y cierta salvación temporal y eterna. Ésa es la caridad que movió a Esteban a jugarse la vida, seguro de perderla, dando testimonio de Jesús en el Sanedrín, y tratando de evangelizar a sus «padres y hermanos» de Israel.

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Oración.

Concédenos, Señor, la gracia de imitar a tu mártir san Esteban y de amar a nuestros enemigos, ya que celebramos la muerte de quien supo orar por sus perseguidores. Por nuestro Señor Jesucristo.

José María Iraburu, sacerdote

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