Como bien sabrá el lector que tiene la sana costumbre de leer toda la Biblia, en tiempos del profeta Elías el pueblo de Israel andaba mayormente adulterando con falsos dioses paganos. Nada distinto de lo que vemos hoy en algunos sectores de la Iglesia -el actual Israel de Dios (Gal 6,16), que tienen como dioses paganos el modernismo, el buenismo, la secularización, etc.
Pues bien, leemos en el primer libro de Reyes lo que Dios dice a su profeta:
Y yo haré que queden en Israel siete mil, cuyas rodillas no se doblaron ante Baal, y cuyas bocas no lo besaron.
1ª Rey 19,18
Ustedes se darán cuenta de que:
1- Es Dios quien hace que un número concreto de israelitas permanezcan fieles.
2- Ciertamente, los elegidos permanecieron fieles, porque ya habían sido fieles antes.
San Pablo lo explica así, en relación a los judíos que permanecen fieles al Señor aceptando a Cristo como Mesías:
Entonces digo yo: ¿es que Dios rechazó a su pueblo? ¡De ninguna manera! Porque también yo soy israelita, del linaje de Abrahán, de la tribu de Benjamín.
“No ha rechazado Dios a su pueblo", al cual eligió de antemano. ¿Es que no sabéis lo que dice la Escritura en el episodio de Elías, cómo dirige a Dios sus quejas contra Israel: Señor, “mataron a tus profetas, derribaron tus altares, y quedo yo solo, y buscan mi vida"?
Pero, ¿qué le dice la respuesta divina? “Me he reservado siete mil varones, que no doblaron la rodilla ante Baal".
Así pues, también en el tiempo presente ha quedado un resto según elección gratuita. Ahora bien, si es por gracia, no es por las obras, porque entonces la gracia ya no sería gracia.
¿Entonces, qué? Lo que Israel busca no lo consiguió, mientras que los elegidos lo consiguieron; los demás, en cambio, se endurecieron, conforme está escrito: “Les dio Dios espíritu de necedad, ojos para no ver y oídos para no oír, hasta el día de hoy".
Rom 11,1-8
De las palabras inspiradas por el Espíritu Santo a san Pablo, sabemos que de la misma manera que en tiempos de Elías Dios se reservó un remanente fiel, en tiempos de Cristo el Señor hizo que miles de judíos -entre ellos todos los apóstoles-, permanecieran fieles. Y desde ya les digo que si eso valía para tiempos de San Pablo, vale también para hoy. El verdadero judío no es el que permanece en la infidelidad de rechazar al Mesías sino el que, por pura gracia, le acepta como Señor y Salvador. Pues como dijo San Pedro, no hay otro nombre dado a los hombres, judíos y gentiles, en que puedan ser salvos (Hech 4,12). Quien diga o sugiera que un judío al que se predica el evangelio y lo rechaza, puede salvarse en base al Antiguo Pacto, convierte a Dios en mentiroso. Y si encima pretende hacerlo apoyándose en San Pablo, están negando las propias palabras del apóstol (negritas mías):
Digo la verdad en Cristo, no miento -mi conciencia me atestigua que es así, en el Espíritu Santo- siento una gran tristeza y un dolor incesante en mi corazón; pues desearía ser yo mismo un proscrito, alejado de Cristo, por el bien de mis hermanos, los de mi raza según la carne: ellos son israelitas y a ellos pertenecen el don de la filiación adoptiva, la gloria, las alianzas, el don de la ley, el culto y las promesas; suyos son los patriarcas y de ellos procede el Cristo, según la carne; el cual está por encima de todo, Dios bendito por los siglos. Amén.
Rom 9,1.5
Y es que siendo San Pablo el apóstol de los gentiles, lo primero que hacía cada vez que llegaba a una población donde había judíos era acercarse a la sinagoga para predicarles el evangelio. ¿A cuento de qué, entonces, podría alguien proponer que no hubiera hoy campañas de evangelización de judíos? ¿en qué cabeza cristiana pueda caber semejante barbaridad? ¿Es que no han leído el “Ay de mí si no predicara el evangelio” (1ª Cor 9,16? ¿es que los judìos del siglo XXI no tienen “derecho” a que se les predique la verdad sobre Cristo? Anatema sean los que así lo quieran. De hecho, enseña también el apóstol de los judíos:
Digo, pues: ¿es que tropezaron hasta caer definitivamente? ¡De ninguna manera! Al contrario, por su caída vino la salvación a los gentiles, para provocar su celo. Pues si su caída es riqueza del mundo, y su fracaso riqueza de los gentiles, ¡cuánto más lo será su plenitud!
Pero a vosotros, los gentiles, os digo: siendo yo, en efecto, apóstol de las gentes, hago honor a mi ministerio, por si de alguna forma provoco celo a los de mi raza y salvo a algunos de ellos. Porque si su reprobación es reconciliación del mundo, ¿qué será su restauración sino una vida que surge de entre los muertos?
Rom 11,11-15
Y a los que no siendo judíos hemos creído, por pura gracia, en el Señor Jesucristo, nos advierte:
… no te gloríes contra las ramas; si te glorías, ten en cuenta que no eres tú quien sostiene la raíz, sino la raíz a ti. Dirás entonces: «Se han cortado las ramas para que yo fuese injertado».
Bien, fueron cortadas por la incredulidad, tú en cambio te mantienes por la fe. No te engrías: más bien teme; no sea que, si Dios no perdonó a las ramas naturales, tampoco te perdone a ti.
Considera, por tanto, la bondad y la severidad de Dios: con los que cayeron, la severidad; contigo, la bondad de Dios, con tal de que permanezcas en ella; de lo contrario, también a ti te cortarán.
También ellos, si no persisten en la incredulidad, serán injertados; pues Dios tiene poder para injertarlos de nuevo.
Pues, si tú fuiste cortado de un olivo silvestre, tu árbol natural, y fuiste injertado, en contra de lo que te es natural, en un olivo bueno, ¡cuánto más aquéllos serán injertados conforme a lo que les es natural en su propio olivo!
Rom 11,18-24
Ojo, mucho ojo con ir por la vida pensando que como eres cristiano, como Dios te ha concedido el don de la fe, ya puedes andar pavoneándote como si estuvieras entre los elegidos. Israel era un pueblo elegido y ya ves cómo acabaron buena parte de sus miembros. Más bien implora, suplica, clama a Dios por el don de la perseverancia final, para que se te pueda contar entre los siete mil, setenta mil o setenta millones que no doblan su rodilla ante los baales que hoy nos rodean. No vaya a ser que ante la pregunta “… cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?” (Luc 18,8), estemos por aquí y la respuesta sea no. Y recordemos también que esa fe debe de estar acompañada de las obras que Dios ha preparado para que andemos en ellas (Efe 2,10). Pues de lo contrario:
Así también la fe, si no va acompañada de obras, está realmente muerta.
Stg 2,17
Cuéntanos, Señor, entre tus elegidos.
Luis Fernando Pérez Bustamante
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