Cardenal José Francisco Robles Ortega,
Arzobispo de Guadalajara
Hermanas, hermanos:
Hemos iniciado un nuevo Año Litúrgico. Con alegría vivamos este tiempo de preparación al Nacimiento de Jesús.
Es cierto, el Señor vino hace 2,000 años, naciendo de la Santísima Virgen María, y ese acontecimiento lo celebraremos la Noche de la Navidad. También es cierto que el Señor va a venir al final de nuestra vida, al final de los tiempos; vendrá a tener un encuentro definitivo con cada uno, y es importante que, ante esta certeza, estemos dispuestos para que no nos tome de sorpresa.
El Evangelio nos habla de signos catastróficos, no para darnos miedo ni sembrar entre nosotros el terror, sino para que estemos siempre atentos.
Debemos ser conscientes de que en la vida estamos tan ocupados e inmersos en tantas cosas, que pocas veces pensamos seriamente en nuestro Dios y Señor. Estamos, muchas veces, embriagados por las cosas de este mundo, dándole siempre vuelta a los mismos temas, preocupaciones o problemas; nos preocupamos más de lo que no tenemos, lo que puede sucedernos, lo que no queremos que nos suceda, y es tan rutinaria nuestra vida, que no le dedicamos una especial atención a Dios.
Este tiempo litúrgico de Adviento nos enseña que, aunque nunca nos acordemos de Dios, Él está viviendo de forma permanente en nuestro corazón. No lo mencionamos y no nos damos cuenta, pero Dios está presente amándonos, cuidándonos, y velando siempre por nosotros.
Resulta alentador y consolador repasar esta verdad, de manera que no podemos iniciar este Tiempo de Adviento como venimos haciendo nuestra vida diaria. Algo tiene que cambiar, algo tiene que mejorar en nuestra vida para esperar y recibir a Dios, Nuestro Padre, manifestado en Jesucristo, con todo su Amor y su Misericordia.
El Señor nos invita a que levantemos la cabeza y estemos atentos, porque viene Dios a salvarnos. Rompamos nuestras rutinas habituales, levantemos la cabeza y veamos cuánto nos ama Dios, y cuánto está dispuesto a venir a sanarnos, a darnos aliento para que no suframos tanto en la vida.
Llevemos este Mensaje en nuestra mente y corazón, y no caigamos en la trampa de celebrar la Venida del Señor con signos que no tienen ningún valor ni trascendencia, y que no nos aportan mayor cosa. La celebración de una Navidad cargada de paganismo tiene qué ver con todo, menos con el Amor a Dios.
Dejemos todo ese ruido en vano, y alcemos la frente, miremos más allá de las cosas ordinarias de la vida, y descubramos cuánto amor nos tiene Dios, dejándonos a su único Hijo, Jesucristo, nacido de María para nuestra Salvación.
En la medida que nos demos cuenta cuánto nos ama Dios y cuánto está viniendo a nuestra vida para salvarnos, provoquemos que Dios sea percibido y captado por los que más lo necesitan. Que nuestra caridad, servicio, amor y solidaridad con los que más sufren les recuerde que en esa obra de caridad que estamos haciendo, Dios está viniendo a su vida y no los abandona jamás.
Dejemos a un lado las preocupaciones; que éstas no sean lo más importante, sino el Amor que Dios nos dispensa siempre.
Yo los bendigo en el nombre del Padre,
y del Hijo y del Espíritu Santo.
“Los Obispos, como vicarios y legados de Cristo, gobiernan las Iglesias particulares que se les han confiado no sólo
con sus proyectos, con sus consejos y con ejemplos, sino también con su autoridad y potestad sagrada”.
Catecismo de la Iglesia Católica, 894.
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