A 90 años de distancia
Pbro. Tomás de Híjar Ornelas
Cronista de la Arquidiócesis
“Hombre, me pudo mucho matar a ese cura; ése murió injustamente. Le habíamos dado tres o cuatro balazos y todavía se levantaba y gritaba: ¡Viva Cristo Rey!”, dijo poco después del martirio de San Sabás Reyes, el miércoles santo, 13 de abril de 1927, uno de los miembros del Ejército Federal que lo privaron de la vida, que perdió luego de sufrir tormentos atroces, que se le infirieron por órdenes del general de brigada Juan Bautista Izaguirre Payán.
SANGUINARIO Y COBARDE
Así califica el historiador Jesús Negrete Naranjo a uno de los militares más distinguidos de la campaña callista emprendida con todos los recursos jurídicos y estratégicos del Estado entre 1926 y 34, para descatolizar a los mexicanos.
Izaguirre, oriundo de Batopilas, Chihuahua, donde nació en 1891, fue guerrillero carrancista. Desde muy joven, decantado en las huestes de Álvaro Obregón, hizo en el Ejército una ascendente carrera que le llevó a todos los grados en la milicia sin exceptuar el de general de división, en 1943.
Su mano dura en contra de los católicos, recompensada con largueza por Calles y los gobiernos peleles por él controlados, lo convirtieron en próspero terrateniente de Cosalá, Sinaloa (donde se le adjudicaron 4,500 hectáreas de tierras arboladas), en explotador forestal de la sierra de Durango y en casateniente en Tijuana.
Fue superior de las zonas militares 10ª, 15ª (la de Guadalajara, entre 1934 y 35), 9ª (1935-36), 14ª (en Aguascalientes, entre 1935 y 38) y la 16ª (con sede en Irapuato, en 1948), coronándolo todo en 1953, cuando recibió casi a la par del mando de la 6ª zona militar el título de Comendador en la Legión del Mérito, máximo reconocimiento militar conferido por el gobierno de los Estados Unidos, para el que lo propuso el gobierno mexicano en recompensa a sus méritos en campaña, como lo que a continuación se describen.
ARRASÓ TOTOTLÁN Y QUEMÓ SAN JOSÉ DE GRACIA
El 11 de enero de 1927, Izaguirre y los suyos tomaron la cabecera municipal de Tototlán, convirtiendo el templo en cuartel y pegándole fuego al tiempo de desalojarlo. Tres meses más tarde, el 11 de abril, Lunes Santo, volvió con su gente, hizo del templo caballeriza, aprendió al padre Reyes y lo mandó atar a una columna de la iglesia, dejándolo a la intemperie y sin alimentos ni bebida las horas siguientes; para que revelara el paradero de su párroco, el general ordenó a su gente que quemaran con gasolina los pies del reo, que casi lo asfixiaron con el humo de olotes en combustión encendidos cerca de su rostro y que a golpes le produjeran diversas fracturas. Luego de 48 horas de tormento, no pudiendo obtener de él nada, Izaguirre lo hizo rematar a tiros en el cementerio municipal. Al tiempo de su muerte, el sacerdote, oriundo de Cocula, Jalisco, contaba con 44 años de edad y 16 de ministerio sagrado.
A San Sabás lo mataron verdugos que odiaban su fe en tiempos de persecución religiosa que inauguraron en él métodos de terror usados por Izaguirre en futuras acciones, principalmente la destrucción de San José de Gracia, Michoacán, documentada por el historiador don Luis González y González en su libro Pueblo en vilo, en el cual narra cómo el miliciano, al frente de mil hombres, tomó esa población entonces de igual número de habitantes, pegó fuego al templo y dio al vecindario compuesto casi todo de mujeres y niños (él entre ellos), un plazo de 24 horas para evacuarlo: “El general condujo combustible suficiente para achicharrar al pueblo. Quemó casas al por mayor. Amontonaba muebles, los bañaba de petróleo y les prendía fuego. También practicó el deporte de colgar cristeros en los árboles”. Ese mismo año del 27, el 28 de octubre, Izaguirre mandará matar con fiereza no menor a San Rodrigo Aguilar Alemán.
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