La Resurrección en Familia
La vida litúrgica de la Iglesia está íntimamente ligada a la vida de la Familia.
No se pueden separar la Fe y la Familia. Desde que inicia, con la celebración del Sacramento del Matrimonio, los esposos se entregan mutua y permanentemente en la Eucaristía, memorial de la entrega amorosa de Jesús a su Iglesia. Cristo nos da el Jueves Santo el Mandamiento del Amor: “Ámense unos a otros como Yo los he amado”. Nos enseña también cómo amarnos unos a otros en el servicio, en la caridad. El que quiera ser el primero, que se haga el servidor de todos.
Qué enseña esto a
la FAMILIA?
A amarnos, a entregarnos, a servirnos unos a otros TODOS LOS DÍAS. Nos enseña a compartir el alimento con los demás. Reunidos en la mesa es donde compartimos lo que tenemos y lo que somos, ahí podemos platicar nuestros proyectos, nuestros sueños, nuestros temores y recibir el consejo, el apoyo que requerimos en ese momento. Nos enseña que el amor no tiene límites: que en la Familia nos aman tal y como somos, sin necesidad de merecerlo. Se nos ama a pesar de los defectos y no solo por nuestras virtudes, se nos ama a pesar de los errores y no solo por nuestros aciertos, se nos ama cuando traicionamos y no solo cuando alabamos.
Después del Mandamiento del Amor, la Institución de la Eucaristía y del Sacramento del Sacerdocio, Jesús fue a orar al Huerto de los Olivos, se sintió abandonado, tuvo miedo. ¿Cuántas veces nos hemos sentido traicionados? ¿Cuántas veces sentimos que nuestras fuerzas no dan para más, que la prueba es demasiado dura para resistirla? ¿Cuántas veces hemos sentido que nos abandonan? Pues Jesús experimentó todo esto, por eso no le es ajeno nuestro dolor, nuestras pruebas, nuestras dificultades. Dios no nos probará más allá de nuestras fuerzas… En esos momentos en que sientas que ya no puedes dile: “Padre, que no se haga mi voluntad, sino la tuya”.
Tomarlo como ejemplo
El Viernes Santo, Jesucristo fue despojado de todo, lo humillaron, lo desnudaron, lo golpearon, lo lastimaron, se burlaron de Él, hasta el momento de entregar su vida entera, hasta la última gota de su sangre, hasta su último aliento.
En la vida de la Familia, los momentos difíciles, dolorosos (la muerte de un ser querido, la pérdida del trabajo, perder la estabilidad económica, quedarse sin bienes) nos hacen darnos cuenta de lo pequeños que somos, de que por nosotros mismos no podemos salir adelante, que muchas veces con quienes contabas como amigos, en un momento dado te traicionan y te dan la espalda. Es cuando Dios nos despoja del orgullo, de la soberbia, para vaciarnos de nosotros mismos y poder llenarnos de su amor.
Acompañamos a María en su soledad, en su dolor de ver a su Hijo morir de manera tan cruel, cuando lo único que hizo fue amarnos. Quienes acompañaban a María la consolaban y la sostenían para mitigar su dolor. ¿Hemos sido capaces nosotros de acompañar a nuestros hermanos en sus momentos de sufrimiento?
Después del profundo dolor, llega la fiesta más grande, el momento central de nuestra Fe, la más grande alegría para todos: ¡JESÚS HA VENCIDO A LA MUERTE! ¡CRISTO ESTÁ VIVO! Con su resurrección, Jesús nos devuelve la alegría, nos devuelve la esperanza, nos devuelve la ilusión. Nada está perdido, todo puede tener solución, por muy grave que parezca tu problema, éste tiene solución. Para Dios no hay imposibles. Todo lo puedes alcanzar con la gracia de Dios. Él quiere caminar a tu lado. Él quiere sanar tus heridas. Él está VIVO, PRESENTE REALMENTE como alimento para nutrir tu alma, fortalecer a tu familia, para unirnos en el Amor. ¡FELICES PASCUAS DE RESURRECCIÓN!
Cristina Aguirre Parra
Coordinadora de Itinerario
Matrimonial

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