Muy apreciados hermanos y hermanas:
Dios nos dio la existencia para que lo conozcamos, lo amemos y lo sirvamos; pero, debido al pecado, a la desobediencia que entró en nuestra Humanidad, nos volvimos ciegos y nos cuesta reconocer a Dios, amarlo, servirlo.
Jesús vino al mundo para curarnos de esta ceguera, para curarnos plenamente de la oscuridad de las tinieblas del pecado y para que podamos ver, con toda claridad, quién es Dios, cuánto nos ama, y qué alegría da amarlo y servirlo.
Cristo vino para liberarnos de las tinieblas del mal y del pecado, y devolvernos la luz que nos hace conocer, amar y servir a nuestro Padre. El día de nuestro Bautismo fuimos iluminados por la fe, se nos libró de la tiniebla del pecado original y se nos dio la plenitud de la luz de los hijos de Dios.
Mientras dure nuestra peregrinación en este mundo, estamos expuestos a perder esa luz y volver a las tinieblas del pecado; pero siempre, en esta peregrinación por la vida, tenemos la oportunidad de recuperar esa luz bautismal y vivir en la plenitud del conocimiento, del amor y del servicio a Dios.
La Cuaresma es la ocasión para reavivar este don bautismal por el que fuimos iluminados, por el que fuimos hechos hijos de Dios. La Cuaresma es para recuperar esa verdad, esa realidad que se nos dio en nuestro Bautismo.
Son hijos de la luz los que evitan una maldad, un daño, un perjuicio para los demás (crítica, rencor, deseo de venganza, enojo, odio), y viven en la bondad; es decir, en hacer sólo el bien. Y si a alguien le hemos hecho daño, nos arrepentimos y le pedimos perdón.
Son hijos de la luz los que viven en la santidad; esto es, evitando todo aquello que ofende nuestra dignidad de hijos de Dios, y evitando lo que escandaliza y ofende la dignidad de hijos, de los demás.
Son hijos de la luz los que viven en la verdad, eludiendo la mentira, hipocresía, engaño, falsedad.
Si vivimos en la bondad, en la santidad y en la verdad, somos hijos de la luz y caminamos por la vida como debemos ser: luz, porque la recibimos de Cristo en nuestro Bautismo.
La Cuaresma nos lleva a la Pascua, camino para morir con Cristo y resucitar a la vida nueva con Él. Es para dejar todo aquello que significa tinieblas en nuestra vida, y recuperar la verdad, la santidad y la bondad, o sea, la luz en nuestra vida.
Se trata de recuperar la dignidad de hijos de la Luz, viviendo en la santidad, en la verdad y en la bondad. Cristo es la Luz, y reconocerlo a Él como Luz verdadera nos quita toda ceguera y nos da la seguridad para caminar en la vida. El que camina con Jesús, no se pierde, porque Él es la Luz.
Yo les bendigo en el Nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.
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