Resurrección para cada día

Apreciables hermanas y hermanos:

Cuando Jesús murió, lo contemplamos viéndolo descender a las profundidades del sepulcro, con todo lo que significa este lugar. Cuando alguien es depositado ahí, sabemos que baja a las profundidades de la no existencia.
Cristo, con su muerte de cruz y en el sepulcro, experimentó las tinieblas y las profundidades de la misma muerte.
Celebramos en estos días de Pascua el triunfo del Señor sobre la muerte. Lo celebramos retornar victorioso de la muerte para sentarse a la derecha del Padre, y reinar para siempre.
Hemos celebrado el misterio de la muerte, y estamos celebrando el misterio de la resurrección. Por la muerte y resurrección de Jesús somos salvados, perdonados, reconciliados, lavados, purificados y restituidos a nuestra dignidad de hijos de Dios.
Cristo nos hizo participar de éste, su misterio de muerte y resurrección, el día de nuestro bautismo. Ese día fuimos sepultados con Él, muertos al pecado original, pero surgimos de las aguas bautismales resucitados con Él, hechos creaturas nuevas, hijos de Dios.
Ese día nos purificó de nuestros pecados, nos dio el Espíritu nuevo de hijos de Dios, nos dio un corazón de carne, ya no de piedra, para que lo amemos.
Ésta es la esencia de la vida cristiana. Hace falta que, como cristianos, hagamos nuestro este misterio. El verdadero creyente está dispuesto a morir siempre, con Cristo, al pecado; está dispuesto a vivir siempre resucitado, en la vida nueva de hijos de Dios.
Que hagamos vida este misterio, muriendo todos los días al pecado, y que resucitemos todos los días a la dignidad de ser, de verdad, hijos de Dios, aplicados a las obras del Espíritu, empeñados en la obras del amor y de la verdad, en hacer las obras de la justicia y de la paz; esforzados por vivir en fraternidad, en la alegría de ser hijos del mismo y único Padre Dios, que se nos dio como Padre en el Bautismo, y que nos adoptó como hijos, en su Hijo Jesucristo.
Si viviéramos este misterio, viviríamos siempre en la alegría y en paz; viviríamos siempre en la esperanza, en la seguridad, no en la duda ni en el temor.
Dios nos ha amado, al extremo de hacernos sus hijos. En el amor, no hay temor. Si Dios nos ha dado la máxima prueba de su amor, haciéndonos sus hijos, no tenemos que temer, porque al ver lo que le aconteció a su Hijo, sabemos que nos espera la muerte, pero como paso a la resurrección, como paso al triunfo y a la participación plena de la vida de Dios.
Celebremos el gozo de Cristo resucitado, el júbilo del triunfo de Cristo sobre la muerte, y hagamos vida de nuestra vida este misterio que se nos participó el día de nuestro Bautismo
En esta Pascua renovemos las promesas bautismales y vivamos siempre en la alegría del triunfo de la vida sobre la muerte, de la santidad sobre el pecado, de la verdad sobre la mentira, del bien sobre el mal, y que este triunfo lo hagamos nuestro cada día.

Yo les bendigo en el Nombre del Padre, del Hijo y  del Espíritu Santo.

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