Desde la muerte del Cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo, el 24 de mayo de 1993, en las afueras del aeropuerto de Guadalajara, la espiral de la violencia en México ha venido creciendo. El siguiente año, los días 23 de marzo y 28 de septiembre, ambos de 1994, se dieron los crímenes cometidos en contra del candidato del PRI Luis Donaldo Colosio y de José Francisco Ruiz Massieu, que trajeron, dolor, vergüenza, incertidumbre y desconfianza.
Luis Donaldo Colosio fue asesinado en un mitin electoral en Tijuana, a la vista de miles y televisado. José Francisco Ruiz Massieu asesinado en la Ciudad de México, en unas semanas se convertiría en el secretario de Gobernación del nuevo régimen. En esa época política, casi nadie hubiera dudado de que se convirtiera en el Presidente sucesor en la siguiente elección.
Hoy el crimen se ensaña ante toda forma de organización social o política independiente, y contra toda denuncia de sus actividades. La brutalidad crece aceleradamente. Según el Sistema Nacional de Seguridad Pública en 2014 hubo 17,336 homicidios dolosos; en 2015 fueron 18,707; en 2016 alcanzaron 22,962 y en 2017 se dispararon a 29,168. Nos adentramos en una especie de guerra civil de la peor especie, entre incontables bandos encontrados, y en medio la población desamparada. Lo anterior obliga a ver mucho más lejos, con una visión panorámica.
Lo que enfrentamos, no es una mera multitud de homicidios, secuestros, agresiones, extorsiones, fraudes, asaltos y demás. En jerga de médicos, así como las bacterias se multiplican en un caldo de cultivo apropiado, o en un cuerpo débil, la criminalidad crece cuando el entorno es incapaz de contenerla.
La más clara expresión de que la espiral de la violencia ha crecido en México, son los 93 políticos asesinados en este proceso electoral. La delincuencia organizada está ya presente en el proceso electoral, y se está evidenciando que Peña Nieto ya no gobierna. Hay una gran debilidad institucional del Estado Mexicano para enfrentar ese problema, lo que da como consecuencia las elecciones más violentas en la historia.
La delincuencia organizada se ha convertido ya en un actor social, que genera daños en la sociedad, ya que tiene recursos económicos que no tiene el ciudadano común o la autoridad, y eso lo convierte en un riesgo importante para todos. La violencia es usada para controlar el voto y la decisión de los candidatos y futuros funcionarios con relación a futuras políticas públicas.
La solución para cambiar este paradigma de violencia, requiere abordar primero dos grandes retos: la protección a la familia empezando por el trabajo digno y adecuadamente remunerado con el soporte de servicios y apoyos públicos de calidad. El segundo reto es tener un Estado fuerte y justo que vele por los intereses de todos los mexicanos, para crecer, invertir y generar empleo. Hoy, sin duda, el principal interés de la sociedad, más que el proceso electoral, es la paz.
Publicar un comentario