De ceremonias de excomuniones y anatemas


La iluminación representa al papa en una ceremonia de excomunión. Se le representa con la bula de excomunión en una mano y en la otra una vela que extinguirá, un acólito con una campana. En Roma no tengo constancia de que existiera esta ceremonia anglosajona de la que sí he hablado en alguno de mis libros y algún post. Si alguien nos puede iluminar si existió alguna ceremonia romana, se lo agradecería. A mí, no me consta.
Hoy he vuelto a escuchar el canto del Servicio del anatema que se reza en las iglesias ortodoxas un domingo al año. Podéis escuchar el canto aquí, después los comentarios.
Hay que reconocer que es una música poderosa: por el tono, la cadencia y el mismo contenido. El contenido es impresionante.
No se canta con esa belleza en todas las iglesias. La mayoría de párrocos hace lo que puede. Y el resultado está “bastante lejos” del canto que hemos escuchado.
Por supuesto que entre esos anatemas nos incluyen a nosotros los católicos sin nombrarnos explícitamente y, al mismo tiempo, anatematizan a aquellos que no consideren que los emperadores ortodoxos gobiernan según la voluntad de Dios o que no están ungidos por el Espíritu Santo.
Reconozco que fácilmente se me puede ocurrir una versión católica de tan bella ceremonia. Pero la gran cuestión es si algo así debe ser habitual (anual) o solo en algún momento concreto de la Historia. Porque no olvidemos que nuestra Iglesia Católica está empeñada en abrazar y no en anatematizar.
No digo que, a veces, no haya que excomulgar. A veces, hay que hacerlo. A veces, hay que expulsar. Pero Dios estará contento de que su santa Iglesia esté tan empeñada en atraer, en acoger, en amar y no en todo lo contrario. Aun así, a pesar de todo lo dicho, pienso que la Iglesia debe acoger y excomulgar, amar y señalar bien claro el error y, a veces, a los mismos heresiarcas.
No, no vería mal que en algunas catedrales o monasterios, alguna vez, se hiciera una liturgia muy mesurada, de palabras muy medidas, que fuera toda una reafirmación del concepto de ortodoxia católica, con una parte de negación y otra parte de afirmación. Algo muy cinematográfico, muy impresionante, estéticamente hablando, con un gran contenido teológico.
Pero en esos anatemas no habría que condenar ni a los protestantes ni a los ortodoxos. Porque, al revés, hay que seguir insistiendo en la verdad de que formamos una gran familia cristiana. Habría que pensar en una ceremonia para los males objetivos e indudables de dentro de la Iglesia.

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