El Papa lo explicó de esta manera: “han traído desde Siracusa la reliquia de las lágrimas de la Virgen. Hoy están ahí, y rezamos a la Virgen para que nos de a nosotros y también a la humanidad, porque tenemos necesidad, el don de las lágrimas, que nosotros podamos llorar, por nuestros pecados y por tantas calamidades que hacen sufrir al pueblo de Dios y a los hijos de Dios”.
Ante la presencia del Pontífice, una religiosa contó brevemente la historia. En 1953 en una humilde casa de la ciudad siciliana de Siracusa, una imagen del corazón inmaculado y dolorido de María vertió lágrimas humanas.
En la casa vivían los jóvenes esposos Angelo Iannuso y Antonia Lucia Giusti, que se encontraba en el sexto mes de embarazo. La mujer tenía una grave enfermedad, a pesar de lo que llevó adelante el embarazo arriesgando incluso la propia vida para salvar al niño que llevaba en el vientre.
Desde el momento en el que vio llorar a la Virgen, el 29 de agosto de 1953, no tuvo más problemas y el embarazo dio a luz el día de Navidad.
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