El mundo no cambia por promesas

Apreciables hermanas y hermanos:

Una vez que Jesús subió a los Cielos, cumplida su misión en la Tierra, está en su lugar, a la diestra de Dios Padre, como Rey del Universo, como intercesor nuestro. Sube al Cielo porque de allá vino. Pero, al mismo tiempo, nos asegura que no nos dejará huérfanos, abandonados, solos, a nuestra suerte, sino que estará con nosotros.Además, nos dejó una misión, la de ir por todo el mundo a predicar, dar a conocer la Buena Nueva, el amor que se nos ha manifestado, de parte de Dios, en Él. Nos prometió su compañía. Y así ha sido. La Iglesia, a través de los siglos, ha experimentado la presencia, el acompañamiento del Señor.
Esto nos llena de esperanza porque nos damos cuenta que nuestro destino final no está aquí, no nos vamos a quedar en la Tierra, por más felices que seamos. Nuestra meta, nuestro destino final es con Dios.
Pero mientras estemos aquí, tenemos que esforzarnos en hacer las obras que Él hizo antes de morir, antes de resucitar y antes de subir al Cielo. ¿Qué hizo? Obras de amor, de servicio a todos, especialmente a los que más sufrían; se acercó a los que se sentían más marginados (los pecadores, los que tenían problemas mentales y morales serios). Manifestó una ternura especial para con todos.
Espera que, mientras dure nuestra peregrinación en esta Tierra, antes de llegar a nuestra meta, vayamos tras sus pasos, incluida la cruz, el sufrimiento, y también, hacer el bien, evitando el mal.
Volvamos los ojos al Cielo, sin perder de vista nuestro destino último, pero al mismo tiempo, no dejemos de mirar nuestra realidad, Mientras no lleguemos a la meta, debemos fijarnos en todas las necesidades, para convertirnos en actores comprometidos, en agentes responsables, en autores de bien, de paz, de fraternidad, de perdón, de servicio, de unidad.
Estamos comprometidos a tener bien puestos los pies sobre la Tierra. Nadie va a venir a cambiar todas las cosas que vemos y que nos desagradan, esos comportamientos que nos apenan y que nos traen tanto mal. Nadie va a venir a cambiar, por arte de magia, la violencia y la inseguridad, la corrupción, la injusticia. Nadie va a venir a cambiar, por más que prometa, eso que no nos gusta.
Todos estamos obligados a poner lo que está a nuestro alcance, a contribuir con lo que está en nuestras manos para cambiar ese aspecto del mundo y de la sociedad que nos desagrada, que nos duele y que nos ofende. Todos estamos comprometidos, y en este sentido, los que somos discípulos de Jesús, no estamos solos. Tenemos garantizada su compañía, su fuerza, su inspiración. El Señor nunca se desalentó en su camino, a pesar de que algunos lo traicionaron. Siguió adelante con su misión.
Jesucristo está aquí. Nos asegura su presencia con su Palabra, con su Cuerpo y su Sangre, y en la comunidad de los creyentes.

Yo les bendigo en el Nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.

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