Qué no es la Iglesia


Ayer en televisión escuché la noticia de los 250 sacerdotes que habían firmado una carta para pedir a los obispos que reafirmaran la doctrina tradicional de la Iglesia sobre distintos temas. Al escucharlo en una televisión de ámbito nacional y comprobar que varios periódicos importantes se hacían eco de la noticia, me temí lo peor. Pero era tarde y me fui a dormir.
Pero hoy he visto que la sangre no ha llegado al río. Sí, parece ser que el fuego no ha quemado el pajar. Además, leí la carta y era totalmente razonable. Yo me esperaba algo así como ¡Proletarios del mundo, uníos!, pero dedicado al tranquilo y pacífico mundo de los párrocos, los canónigos y los capellanes.
Vamos a ver, yo estoy a favor del magisterio pontificio que es el fundamento de la carta, pero no estoy a favor de las presiones. Ese no es el camino. Ni en una parroquia ni en una diócesis ni en la Iglesia. No es el contenido de la carta lo que me preocupa, sino su intención. Que hay desorientación. Sí. Que el relativismo cunde cada vez más. Sí.
Pero si esta situación no se va resolviendo por los medios ordinarios, el camino sería un concilio universal. Pero no un concilio en el que asistan todos los obispos. Cuando el número de participantes resulta excesivamente grande es demasiado fácil teledirigirlo, encaminarlo y formar grupos de protesta. Ya lo dije en otros posts y con más detalle, pero repito la idea: Lo mejor sería escoger a cincuenta obispos que sean los más santos y sabios. En ningún caso, más de setenta obispos. Y que esos venerables patriarcas oren y dialoguen, sin prisas, sin necesidad de producir documentos. Orar, orar mucho. Dialogar de un modo constructivo. Esforzándose en tratar de ver qué hay de correcto en cada postura teológica.
Después, el resultado de ese trabajo que puede durar meses (con encuentros de una semana cada dos meses o mes y medio) se puede proponer al resto del episcopado mundial. Ojalá que se propusiera el consenso logrado a todos los obispos para que lo votaran. Pero si no fuera posible, se propondría la más honesta exposición de las distintas posturas para que los obispos votaran de forma consultiva. Se dejaría claro que la votación es consultiva, no deliberativa. ¿Por qué? Porque el resultado de todo este proceso será mejor si tras esa consulta, con esos resultados de las votaciones, se reuniese un sínodo de unos trescientos obispos para realizar un último diálogo.
Si el primer grupo de trabajo sería escogido por su sabiduría y santidad, el segundo grupo sería escogido como verdadera representación del entero colegio. Es decir, los mismos obispos votarían, en sus conferencias episcopales, para elegir que hermanos les representarían.
Y, entonces, ese grupo de sucesores de los apóstoles reunidos con el sucesor de Pedro, tras una semana de oración y conversaciones, podría ofrecer a la Iglesia un fruto de doctrina resultado del diálogo y la oración, de la reflexión humana y de la acción del Espíritu Santo.
No digo que lo hecho hasta ahora no haya sido algo parecido a esto que propongo. No digo que lo hecho hasta ahora no sirva. Los sínodos que se han realizado tienen su valor. Pero pienso que hay que extremar los medios sobrenaturales en un tema tan delicado como este. Pienso que una “situación nueva” precisa de un sínodo cuya composición, convocación y método de trabajo sea tan extraordinario como la situación que lo provoca.
En fin, es mi pequeña opinión sobre el tema. Trabajar sin presiones. Reflexionar sin enfrentamientos. Buscando todo el tiempo la verdad de la doctrina, la máxima fidelidad, el completo respeto a lo que hay de inmutable en la tradición. Pero buscando todo eso en la caridad, amándonos cada vez más.

Yo, ya de antemano, os digo que acepto todo cuanto el Magisterio ha enseñado y enseñe el futuro, tanto el magisterio extraordinario como el ordinario, tanto el del Papa como la enseñanza auténtica de los obispos repartidos por el mundo.

Pero lo que no es la Iglesia es un concurso de gritos, a ver quién grita más fuerte, a ver quién suma más a este lado para comenzar una escalada de réplicas y contraréplicas. La Iglesia es un misterio de comunión en el que el Espíritu Santo cuidará para que el error no se introduzca en el magisterio de los sucesores de los apóstoles.

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