Según explicó el sacerdote jesuita Giuseppe Koch, encargado del museo y de la biblioteca del Observatorio, “son, desde el punto de vista astronómico, una pequeña comunidad que no se puede permitir lo que las naciones sostienen” pero “con el sencillo hecho de existir” ya dan testimonio.
“Los otros científicos, que pueden ser no creyentes o diversamente creyentes, encuentran personas con las que se unen de hecho en su historia, y muestran también, sin grandes discursos, que esta coexistencia entre investigación científica y adhesión a la fe en Jesús es vivida serenamente por algunas personas que tienen científicamente su estatus profesional”, afirmó.
En este sentido, el sacerdote aseguró que “no es la investigación científica la que permite o facilita la adhesión a la fe. Son metodologías muy diferentes, ninguno de nosotros ha llegado a la fe a través de su historia científica”.
El P. Koch remarcó que “el estar sumergidos en el mundo de la fe permite leer y situarse de frente al universo con los ojos que pueden disfrutar la belleza, estupor y maravilla disponibles a todo hombre, pero que a nosotros trae a la mente más inmediatamente la belleza y poder del Creador. Y esto es difundido en el rico círculo de comunicación que nuestros hermanos hacen en el mundo”.
Entre los compromisos más importantes, el jesuita destacó que desde 1986 realizan una escuela estiva cada dos años dirigida a estudiantes que están en los últimos años de licenciatura o que hacen doctorado.
De este modo, imparten diversos temas a alrededor de 25 estudiantes de diferentes partes del mundo y procuran dar prioridad a los países en desarrollo, para promover la ciencia donde no es muy promovida. Muchos de los ex alumnos tienen prestigio en la comunidad científica internacional.
El Observatorio astronómico vaticano es un instituto de investigación científica que depende directamente de la Santa Sede y tiene como órgano superior de referencia a la Gobernación del Estado de la Ciudad del Vaticano.
Es considerado como uno de los más antiguos del mundo. Su origen se remonta a la segunda mitad del siglo XVI, cuando en 1578, el Papa Gregorio XIII hizo erigir en el Vaticano la Torre de los Vientos y encargó a los jesuitas astrónomos y matemáticos del Colegio Romano que preparasen la reforma del calendario promulgada después en 1582.
Traducido y adaptado por Mercedes de la Torre. Publicado originalmente en ACI Stampa
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