Pbro. Armando González Escoto
El actual Presidente de la República Mexicana ha iniciado su mandato desde una muy concreta y definida posición histórica, es decir, desde un concepto de la historia de México que nos hace pensar que el conocimiento de la historia no ha evolucionado en lo absoluto. Por lo tanto se habla de Independencia, (primera transformación), pero centrada en el binomio Hidalgo-Morelos, es decir, el binomio del fracaso, puesto que ni uno ni otro lograron su objetivo. La Reforma (segunda transformación) centrada en la obra de Juárez, y La Revolución (tercera transformación) centrada en la figura de Madero.
La cuarta transformación debería comenzar por una apertura y madurez mental que nos permitiera reconstruir nuestra conciencia histórica desde bases mucho más completas, integrales y objetivas hasta donde eso es posible, y por lo mismo aceptar que la primera transformación que experimentó la sociedad asentada en este territorio comenzó con la llegada de los españoles y las muy diversas formas en que los habitantes originales los recibieron, para luego, unos y otros iniciar un proceso de construcción social sin el cual no se explica lo que somos en el presente. Un proceso que en el camino resultó tan exitoso que en trescientos años no hubo necesidad de ninguna nueva transformación.
Pero no ha sido así, queremos transformar a México desde conceptos ideologizados de su pasado, con una fuerte dosis de politización y partidismo, incurriendo una y otra vez en esa lacra repulsiva que nos heredaron los pensadores del siglo XIX, es decir, afirmar que en este país solamente lo que suceda en la Ciudad de México es importante y por lo mismo de trascendencia nacional; la visión centralista de la historia ha sido altamente perjudicial para todos, pues suprime, ignora y aplasta la enorme riqueza cultural de las múltiples regiones que existen en México, y cuyas historias no son la de Cortés y Moctezuma, aún más, se datan en fechas muy distintas, y con resultados la mayoría de las veces mejores que los observados en el valle del Anáhuac.
No puede haber una verdadera transformación de la conciencia mexicana, en tanto sigamos anclados a esa larga serie de mitificaciones ideológicas y centralistas, que nos impiden acercarnos con madurez a nuestro pasado para proyectar nuestro futuro con realismo y objetividad, no desde la uniformidad impuesta por el poder, sino desde la participación de nuestras variadas identidades, desde nuestras experiencias regionales propias, desde lo que cada pueblo, ciudad y estado ha construido y aportado a la grandeza nacional y que debe ser valorado e integrado al conjunto de lo que somos.
No es tarea fácil, el nefasto centralismo mexicano lleva ya más de doscientos años de construcción, apoyado por todas las instancias del poder y del dinero, armas habituales de la demagogia; pero tampoco es imposible, basta considerar el hecho heroico de la sobrevivencia de la regionalidad, a pesar del constante ataque del centralismo desde tan diversos frentes y complicidades.
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