En 1492, un desconocido llamó a la puerta de un hospicio para peregrinos en las afueras de la ciudad de Ivrea en Piamonte (Italia). Fue admitido por el P. Francis Chabaud. Era costumbre mostrar caridad y hospitalidad a los peregrinos que a menudo viajaban de santuario en santuario a pie con pocas posesiones, llevando suministros escasos y vestidos solo con la ropa que portaban.
El visitante parecía agotado y se retiró temprano a su habitación. A la mañana siguiente, cuando los sirvientes domésticos comenzaron a trabajar, se alarmaron al encontrar una luz inusual alrededor de su cama. Al examinar, descubrieron que el peregrino estaba muerto, pero su lugar de descanso estaba rodeado por un resplandor brillante. El P. Francisco fue llamado y convocó a su obispo. Juntos, cuando abrieron la billetera del viajero, se sorprendieron al encontrar una insignia de obispo, un anillo, una cruz pectoral y documentación papal.
El peregrino que había fallecido durante la noche era Mons. Thaddeus McCarthy, Obispo de Cork y Cloyne (Irlanda). Era muy inusual, si no inaudito, que un obispo viajara sin un séquito y sin vestimenta eclesiástica.
El fallecido fue vestido con túnicas episcopales para su reposo y entierro. Lo trasladaron a la Catedral de Ivrea donde, después de la ceremonia y la Misa de réquiem, fue enterrado bajo el altar dedicado a San Eusebio.
Dos veces nombrado obispo
En el momento de su muerte, el Beato Thaddeus había sido obispo durante 12 años. Es justo preguntarse por qué un obispo de tan larga trayectoria pasaba solo por Italia como un peregrino solitario. De hecho, a la edad de 27 años, Thaddeus había sido elevado a la Diócesis de Ross por el Papa Sixto IV. Sin embargo, a pesar de haber sido nombrado obispo en dos diócesis separadas, no gobernó ninguna de las dos.
Esto se debió a la intriga política que había entre los clanes McCarthy y Fitzgerald. Tras su nombramiento y regreso a Ross desde Roma, descubrió que Odo, o Hugh Ohedersgroyl, un Fitzgerald, era obispo de la diócesis. Odo orquestó una viciosa campaña de difamación contra Thaddeus que llegó hasta Roma y el Papa. Después de seis años de intentar administrar la diócesis, Thaddeus fue depuesto y excomulgado por el Papa Inocencio VIII.
Consternado, el Beato Thaddeus partió hacia Roma para defender su caso ante el Papa y tuvo éxito, lo que resultó en su reinstalación como obispo y promoción a la Diócesis de Cork y Cloyne en 1490.
Cualquier esperanza de que sus rivales aceptaran este nuevo nombramiento estaba condenada al fracaso. Encontró a Gerald Fitzgerald ocupando la Catedral de Cork y las puertas se cerraron en su contra.
Durante dos años Thaddeus intentó que se aceptara el nombramiento papal. En ese tiempo también viajó por su diócesis, ministrando a su rebaño mientras sufría extremas dificultades y pobreza.
Una vez más, no tuvo más alternativa que ir a Roma para apelar su caso. Nuevamente la visita fue un éxito. El Papa Inocencio VIII le dio un documento que ordenaba a personas de poder en Irlanda proteger a Thaddeus. Fue con este documento papal que el beato regresaba a Irlanda cuando llegó al Hospicio de los Veintiuno en Ivrea, cansado y agotado después de 12 años de frustración.
El Beato Thaddeus
Cuatro siglos después de su muerte, la Diócesis de Cork, junto con Ivrea, hizo que se examinara la causa del Obispo Thaddeus McCarthy. Como resultado, fue declarado Beato Thaddeus en 1895.
El Obispo de Cork llevó algunas de las reliquias de Thaddeus, incluido parte de su cabello rojo, que se colocaron bajo el altar mayor de la Catedral de Cork. Al beato también se le conmemora en el hermoso altar lateral en la Catedral de San Colman, en la ciudad portuaria de Cobh, situada en la costa sur de Irlanda.
En 2019, en el centenario de la catedral, el administrador de la parroquia de Cobh, el P. John McCarthy, instituyó el Camino Cobh, un camino de peregrinación corto en el templo, marcado por conchas de peregrino en las paredes. En parte, la idea fue inspirada por el Beato Thaddeus, quien portaba una concha de peregrino en su último viaje hacia casa.
Traducido y adaptado por Diego López Marina. Publicado originalmente en National Catholic Register.
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