Al referirse a la costumbre de algunos fieles de presentar a sus hijos ante el también llamado Cristo de Pachamilla, la devoción católica más importante del Perú, el Prelado indicó que esto permite entender que “la devoción y procesión al Señor de los Milagros es ocasión para exclamar: ¡Sí a la Vida y No al aborto!”.
“Hoy más que nunca, el Señor de los Milagros es el primer y más grande defensor del niño por nacer”, subrayó el Arzobispo en la homilía de la Misa que presidió esta mañana en la Catedral de Piura.
Mons. Eguren explicó que esto se puede entender porque “uno de los rasgos más delicados y finos del amor de los devotos al Señor de los Milagros lo constituye la presentación de los niños ante su sagrada imagen”.
“Al hacerlo, los padres del niño buscan la bendición del Señor para sus hijos, pero además que su hijo o hija sea para siempre devoto del Cristo Morado, de ahí que comúnmente lo presenten al Señor vestido con un hábito morado”, prosiguió.
“En mi propia experiencia de fe, veo en este gesto de presentar a los niños ante el Señor de los Milagros, cómo los peruanos somos conscientes del valor sagrado e inviolable de la vida desde la concepción hasta su fin natural”, destacó el Arzobispo.
Esta presentación “de los niños recién nacidos o muy pequeños es en definitiva un ‘Sí’ por la vida naciente, porque la vida humana es siempre un bien, porque ella es en cualquier fase o condición imagen y reflejo de Dios”.
Tras recordar que el mismo Papa Francisco ha dicho que “el aborto es un homicidio y quien lo practica es un sicario que mata”, Mons. Eguren resaltó que “todo fiel devoto del Señor de los Milagros es un decidido defensor del niño por nacer, el más pobre entre los pobres porque ni voz tiene para defenderse, el cual debe ver garantizado su derecho inviolable a la vida desde el momento de su concepción”.
El Arzobispo de Piura también comentó que “los fieles devotos se refieren siempre al Señor de los Milagros como a una persona viva y amiga, que habita entre nosotros y que camina con nosotros, tanto en nuestras alegrías como en nuestros dolores”.
“Así lo manifiestan los devotos con sus sencillas pero profundas frases de fe que comparten entre sí: ‘Voy a ver al Señor’, ‘Vengo de estar con el Señor’, ‘El Señor está por tal calle de nuestra ciudad’, ‘Voy a implorarle al Señor su bendición’”.
También “es conmovedor constatar que año tras año los devotos del Señor nos esforzamos por enriquecer y embellecer sus andas. De esta manera expresamos nuestro deseo que Jesús, nuestro Rey y Señor, tenga un trono digno de un Dios tan bueno, tan cercano, y tan misericordioso con su pueblo”, dijo.
Mons. Eguren indicó que “los fieles devotos vienen a la Misa y a la procesión del Señor de los Milagros no tanto a pedir, aunque también lo hacen, sino sobre todo a abrirle su corazón a Jesús. Vienen a contarle al Señor sus penas y sufrimientos, y cuando regresan a sus hogares, vuelven desahogados y con paz en el corazón, porque han tenido la experiencia de que Cristo los ha escuchado y consolado”.
“Los devotos del Señor saben muy bien que la oración llena de fe es la debilidad de Dios y la fortaleza del ser humano”, destacó.
Para el Arzobispo, “la devoción al Señor de los Milagros hace posible cada año el prodigio de que nos descubramos hermanos en Cristo, y de esta manera llamados, por el Señor, a vivir el amor fraterno”.
Para concluir, el Prelado dijo que “este prodigio que vive el Perú y el mundo entero cada año es, como bien afirma un escrito poético publicado hace algunos años en un periódico peruano: ‘No una tradición, no una costumbre, sino la fe de un pueblo entero, que defenderá tu Nombre y el derecho de llevarte por las calles y las plazas proclamando tus grandezas a los pasos de tus andas’”.
El Señor de los Milagros, también llamado Cristo de Pachacamilla, Cristo Morado o Cristo Moreno es una imagen de Jesús pintada en una pared de adobe que se conserva en el Altar Mayor del Santuario de Las Nazarenas de Lima (Perú).
A mediados del siglo XVII los negros de Angola formaron la cofradía de Pachacamilla y levantaron una edificación en donde uno de ellos pintó en la pared la imagen de Cristo.
El 13 de noviembre de 1655 un fuerte terremoto sacudió a Lima y Callao destruyendo buena parte de la capital y del puerto, dejando varios miles de muertos.
Todas las paredes de la cofradía de los angoleños se cayeron, pero el muro de adobe con la imagen del Cristo permaneció en pie perfectamente, lo que fue considerado un milagro.
Cada año aumenta la fe al Señor de los Milagros y, hasta antes de la pandemia, su procesión por las calles de Lima en el mes de octubre congregaba a millones de personas.
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