San Alonso Rodríguez nació en España, en 1531, en el seno de una familia de comerciantes. A los 26 años se casó con María Suárez, con la que tuvo tres hijos. Unos años antes había asumido el negocio familiar, cuando su padre, un comerciante de lana, se lo dejó. Alonso hizo su mejor esfuerzo por sacar adelante el encargo, pero sin demasiado éxito. En ese contexto, de por sí difícil, perdió primero a sus dos hijos mayores y después a su esposa, quien murió dando a luz al tercero. Lamentablemente, aquel niño tampoco sobreviviría: después de ponerlo bajo el cuidado de dos de sus hermanas, el niño enfermó y falleció.
Alonso, entonces, empezó a acercarse más a Dios, animado por el consuelo que solo en Él encontraba. Empezó a frecuentar más los sacramentos y a tener una vida de penitencia y oración, vuelto completamente a la piedad que lo marcó de niño y que en ese momento se había convertido en fuente de su fortaleza. Alonso recordaba constantemente a San Pedro Fabro, cofundador de los jesuitas y a quien había conocido a los 12 años, cuando Fabro estuvo hospedado por un tiempo en la casa de sus padres.
Cada vez menos envuelto en el dolor de la pérdida y más de cara a la fe que lo marcó de niño, Alonso empezó a ver las cosas de manera distinta, poco a poco. Empezó a descubrir que Dios seguía esperando mucho de él y que su vida podía tomar otro rumbo. Así empezó a considerar que podía servir a Dios y a los hermanos como religioso.
Alonso entonces solicitó ser admitido en la Compañía de Jesús. Sin embargo, los jesuitas no lo aceptaron por varios motivos: su edad -tenía casi cuarenta años-, su salud precaria y porque no contaba con los estudios necesarios para el sacerdocio. Pese a ello, Alonso no se rindió. Mantuvo la esperanza de poder ser admitido de alguna manera, recordando cómo San Ignacio de Loyola no se sintió limitado por su edad para hacerse religioso.
Finalmente, el provincial de los jesuitas lo aceptó como hermano lego en 1571. Después de terminar el noviciado, fue enviado al colegio de Nuestra Señora de Montesión en Palma de Mallorca, donde se le dio el cargo de portero, cargo que ocuparía alrededor de 32 años.
San Alonso Rodríguez hizo de su cargo un verdadero servicio a los demás y ocasión permanente de santificación. Desde la portería del convento entabló diálogos cercanos con mucha gente, entre los que estuvo nada menos que San Pedro Claver, en su momento, alumno del colegio Montesión. Se dice que San Alonso entusiasmó y alentó a Pedro a viajar algún día a América. Por esas cosas de Dios, los dos serían canonizados juntos en 1888.
Alonso aprovechaba las horas de trabajo para rezar. De hecho, una de sus oraciones predilectas era el Santo Rosario, que rezaba varias veces al día. Alonso llegó a tener visiones del Cielo y la Virgen María se le aparecía -a Ella se confiaba siempre para que lo protegiera del mal-. Si en alguna ocasión era presa de la tentación, pasaba junto a la imagen de la Virgen y le decía: “Sancta Maria, Mater Dei, memento mei” (Santa María, Madre de Dios, acuérdate de mí).
Alguna vez le preguntaron a San Alonso por qué no era más duro y áspero con la gente inoportuna que solía llegar al colegio. Él respondió: "Es que a Jesús, que se disfraza de prójimo, nunca lo podemos tratar con aspereza o mala educación".
San Alonso Rodríguez partió a la Casa del Padre el 31 de octubre de 1617.
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