“¡Es feo que lo cristianos estén divididos! Jesús nos quiere unidos: un solo cuerpo. Nuestros pecados , la historia, nos han dividido y por esto debemos orar mucho, para que sea el mismo Espíritu Santo y nos unas de nuevo”.
Francisco pidió a los fieles que “continuemos rezando y trabajando por la plena unidad de los discípulos de Cristo, en la certeza de que Él mismo está a nuestro lado y nos sostiene con la fuerza de su Espíritu para que tal meta se acerque”.
El Pontífice habló sobre el Evangelio de la liturgia de hoy, en el que Jesús comienza a predicar en Galilea. “El anuncio de Jesús es similar al de Juan, con la diferencia sustancial de que Jesús no indica más que debe venir otro: es Él mismo el cumplimiento de las promesas; es Él la buena noticia para creer, para acoger y para comunicar a los hombres y a las mujeres de todos los tiempos a fin de que también ellos confíen a Él su existencia”.
El Papa enfatizó que “Jesucristo en persona es la Palabra viviente y la palabra que actúa en la historia: quien lo escucha y lo sigue entra en el Reino de Dios”.
Jesús, indicó, “es el cumplimiento de las promesas divinas porque es Aquel que dona al hombre el Espíritu Santo, el 'agua viva' que calma nuestro corazón inquieto, sediento de vida, de amor de libertad, de paz: sediento de Dios”.
Francisco recordó a los miles de congregados en la Plaza de San Pedro, que ha sido el mismo Jesús el que lo ha revelado “a la mujer samaritana, cuando se han encontrado en el pozo de Jacob”.
Y precisamente las palabras de Cristo a ella, “Dame de beber”, han sido el tema de la anual Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos que concluye hoy.
El Papa recordó que este domingo por la tarde, en la Basílica de San Pablo Extramuros, presidirá una celebración con los representantes de las diversas Iglesias y comunidades eclesiales, “para rezar intensamente al Señor a fin de que refuerce nuestro empeño por la plena unidad de todos los cristianos”.
El Pontífice añadió después que “Dios, haciéndose hombre, ha hecho propia nuestra sed, no solo del agua material, sino sobre todo sed de una vida plena, libre de la esclavitud del mal y de la muerte”.
“Al mismo tiempo, con su encarnación, Dios ha puesto su sed en el corazón del hombre: Jesús de Nazaret”. Por lo tanto, “en el corazón de Cristo se encuentran la sed humana y la divina”.
“El deseo de la unidad de sus discípulos pertenece a esta sed. Lo encontramos expresado en la oración elevada al Padre antes de la Pasión: 'Para que todos sean una sola cosa'”.
Antes del rezo del ángelus, el Pontífice exclamó: “¡Que esta sed de Jesús se convierta también en nuestra sed!”.
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