Tiene gracia, por decir algo, que los llamados miembros del supuesto Estado Islámico ataquen Europa haciendo uso del término “cruzados”. Quieren decir que atacan a la cruz.
Sin embargo, se nota demasiado que viven en un mundo aparte y, en general, en Babia. Y esto es tan cierto como que el hecho mismo de que alguien sostenga que Europa, la vieja Europa, sea cristiana, es síntoma de estar en la luna o en la inopia.
Empecemos con una noticia:
“El representante del Vaticano en la ONU, Silvano Tomasi, justificaría una coalición internacional contra el grupo terrorista, agotadas todas las demás vías pacíficas.
El representante del Vaticano en Naciones Unidas, Silvano Tomasi, se muestra partidario de una intervención militar para combatir al Estado Islámico en Siria e Irak. El jefe diplomático de la Santa Sede en la ONU explica su preocupación por el ataque a los cristianos por parte del yihadismo. “Tenemos que parar esta especie de genocidio (…). De lo contrario, en el futuro nos preguntaremos por qué no hicimos nada, por qué permitimos que una tragedia tan terrible sucediera”, comenta el diplomático vaticano en una entrevista a un diario católico.”
Esto lo traemos porque, como puede ser fácil adivinar, toda clase de diálogo con este tipo de personas (nos referimos a los miembros del autodenominado –quien no tiene pan sueña bollos- “Estado islámico”) es ridículo. Es más, han dado muestras de su voluntad dialogante hace unos días en Paris aunque llevan mucho más tiempo haciéndolo allí por donde sus negros pies pisan la tierra.
Algo de eso ha dicho el citado representante del Vaticano en la ONU. En realidad, de leer la noticia en su totalidad da la impresión de que se quiere tratar de conseguir la pacificación de la bestia mediante el diálogo. Sin embargo, ya sabemos que las bestias satánicas están hambrientas de sangre y no se van a conformar nunca con aperitivos políticamente correctos o con melindres cristianos.
En el libro XIX de “La ciudad de Dios”, a la sazón referido a “El fin de las dos ciudades”, San Agustín justifica la guerra como el medio para conseguir la paz en los siguientes términos:
“Quien considere en cierto modo las cosas humanas y la naturaleza común, advertirá que así como no hay quien no guste de alegrarse, tampoco hay quien no guste de tener paz. Pues hasta los mismos que desean la guerra apetecen vencer y, guerreando, llegar a una gloriosa paz. ¿Qué otra cosa es la victoria sino la sujeción de los contrarios? Lo cual conseguido, sobreviene la paz. Así que con intención de la paz se sustenta también la guerra, aun por los que ejercitan el arte de la guerra siendo generales, mandando y peleando. Por donde consta que la paz es el deseado fin de la guerra, porque todos los hombres, aun con la guerra buscan la paz, pero ninguno con la paz, busca la guerra.”
Nosotros estamos en paz pero hay otros que buscan la guerra. A esos se refiere San Agustín al final de este texto: a los que estando en paz andan buscando la guerra. Añadimos nosotros que con aviesas intenciones basadas en interpretaciones no tan irreales de su libro santo llamado Corán.
Por su parte, Santo Tomás de Aquino (Suma Teológica, II-II Qu. 40) entiende que la guerra justa lo es cuando se cumplen tres condiciones:
“Tres cosas se requieren para que sea justa una guerra.
Primera: la autoridad del príncipe bajo cuyo mandato se hace la guerra.
No incumbe a la persona particular declarar la guerra, porque puede hacer valer su derecho ante tribunal superior; además, la persona particular tampoco tiene competencia para convocar a la colectividad, cosa necesaria para hacer la guerra. Ahora bien, dado que el cuidado de la república ha sido encomendado a los príncipes, a ellos compete defender el bien público de la ciudad, del reino o de la provincia sometidos a su autoridad. Pues bien, del mismo modo que la defienden lícitamente con la espada material contra los perturbadores internos, castigando a los malhechores, a tenor de las palabras del Apóstol: ‘No en vano lleva la espada, pues es un servidor de Dios para hacer justicia y castigar al que obra mal’ (Rm 13,4), le incumbe también defender el bien público con la espada de la guerra contra los enemigos externos. Por eso se recomienda a los príncipes: ‘Librad al pobre y sacad al desvalido de las manos del pecador’ (Ps 81,41), y San Agustín, por su parte, en el libro Contra Fausto enseña: ‘El orden natural, acomodado a la paz de los mortales, postula que la autoridad y la deliberación de aceptar la guerra pertenezca al príncipe’.
Se requiere, en segundo lugar, causa justa.
Es decir, que quienes son atacados lo merezcan por alguna causa. Por eso escribe también San Agustín en el libro Quaest.: ‘Suelen llamarse guerras justas las que vengan las injurias; por ejemplo, si ha habido lugar para castigar al pueblo o a la ciudad que descuida castigar el atropello cometido por los suyos o restituir lo que ha sido injustamente robado’.
Se requiere, finalmente, que sea recta la intención de los contendientes; es decir, una intención encaminada a promover el bien o a evitar el mal.
Por eso escribe igualmente San Agustín en el libro De verbis Dom.: ‘Entre los verdaderos adoradores de Dios, las mismas guerras son pacíficas, pues se promueven no por codicia o crueldad, sino por deseo de paz, para frenar a los malos y favorecer a los buenos’. Puede, sin embargo, acontecer que, siendo legítima la autoridad de quien declara la guerra y justa también la causa, resulte, no obstante, ilícita por la mala intención. San Agustín escribe en el libro Contra Faust.: ‘En efecto, el deseo de dañar, la crueldad de vengarse, el ánimo inaplacado e implacable, la ferocidad en la lucha, la pasión de dominar y otras cosas semejantes, son, en justicia, vituperables en las guerras’.”
Que alguien nos diga si no concurren estas tres condiciones en una guerra justa contra el autodenominado “Estado islámico”.
Por su parte, el Catecismo de la Iglesia Católica dice, a tal respecto, esto que sigue:
“2309 Se han de considerar con rigor las condiciones estrictas de una legítima defensa mediante la fuerza militar. La gravedad de semejante decisión somete a esta a condiciones rigurosas de legitimidad moral. Es preciso a la vez:
—Que el daño causado por el agresor a la nación o a la comunidad de las naciones sea duradero, grave y cierto.
—Que todos los demás medios para poner fin a la agresión hayan resultado impracticables o ineficaces.
—Que se reúnan las condiciones serias de éxito.
—Que el empleo de las armas no entrañe males y desórdenes más graves que el mal que se pretende eliminar. El poder de los medios modernos de destrucción obliga a una prudencia extrema en la apreciación de esta condición.
Estos son los elementos tradicionales enumerados en la doctrina llamada de la “guerra justa”.
La apreciación de estas condiciones de legitimidad moral pertenece al juicio prudente de quienes están a cargo del bien común.”
¿Acaso no concurren tales condiciones en el caso particular del pomposamente autodenominado “Estado islámico”?
Debemos decir, de todas formas, que aun concurriendo las circunstancias citadas por muchos (San Agustín, Santo Tomás de Aquino o el Catecismo de la Iglesia Católica) no podemos negar que la guerra más que justa (y justificada) contra el susodicho y supuesto “Estado islámico” tiene tintes no sólo religiosos. Es decir que si acaso occidente acaba interviniendo vía terrestre contra tan malsanos individuos no lo hará, seguramente, por cuestiones religiosas sino por la defensa de un estatus de vida político-económico que se puede ver atacado en determinadas acciones terroristas.
Esto, en primer lugar, supone estar más que ciego. Y decimos esto porque los malcarados miembros del supracitado e imaginado “Estado islámico” nos atacan no por motivos políticos o económicos (aunque también) sino que lo hacen motivados por su falsa religión. Ellos sí saben las (sin)razones de sus acciones y así actúan. Por eso no querer responder basándose en una realidad histórica tan cierta como que la cultura occidental procede del judaísmo, del cristianismo y del derecho romano (es decir, “nuestra cultura y religión”) es querer mirar para otro lado cuando están a punto de cortarte la cabeza vía machete o alfanje. Y esto pasa porque occidente ha olvidado de dónde viene y, al parecer, no se da cuenta de hacia dónde va con según qué tipo de comportamientos acomplejados.
El caso es que, por concluir, se dan (más que de sobra) todas las condiciones para que haya, ya, una guerra justa contra el malhadado y autodenominado “Estado islámico”. Lo que no sabemos es si tendremos que esperar a que sus metralletas y cuchillos estén, otra vez, a las puertas de Viena (1529, primer Sitio y 1683, segundo Sitio) para responder a un ataque tan feroz y malintencionado.
¿De nada sirve la historia? A esto ya se le llamó “Cruzada” hace muchos siglos. Y es que, al parecer, algunos siguen en las mismas aunque sea una lástima que el otro bando, el de los buenos, ande mirándose el ombligo.
Eleuterio Fernández Guzmán
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Por la libertad de Asia Bibi.
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Por el respeto a la libertad religiosa.
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Panecillos de meditación
Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.
Panecillo de hoy:
Recordemos que no siempre la guerra es injusta.
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Para leer Apostolado de la Cruz y la Vida Eterna.
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