Cardenal José Francisco Robles Ortega,
Arzobispo de Guadalajara
Hermanas, hermanos:
La Virgen María nos ha dado el fruto bendito de su vientre, a nuestro Salvador, Jesús.
Dios podría haberse encarnado lleno de majestad, lleno de fuerza y de poder. Sin embrago, eligió el camino más humilde, en el anonimato, haciéndose insignificante y naciendo como hemos nacido todos los seres humanos, solamente que en un marco y en un clima de pobreza. Dios se hizo presente en el seno de una mujer, nació de Ella para hacerse cercano y accesible a nosotros, pecadores.
Con este camino, que Jesucristo eligió para acercarse a nosotros, se nos está diciendo algo muy importante: que a Él solamente lo podemos encontrar y experimentar por el camino de la humildad y la pobreza, no por el camino del orgullo y la autosuficiencia, no por el camino de los bienes materiales. A Dios lo podemos encontrar sólo haciéndonos humildes, y hombres verdaderamente necesitados de Él.
A Dios, también, podemos descubrirlo precisamente en el hermano más pobre, en el que más sufre, en el más desgraciado, el más ignorante, el desecho de la Humanidad o de la Sociedad. A Dios podemos encontrarlo fácilmente en el hermano que sufre, porque Él escogió ese camino, esa forma de acercarse a nosotros.
¿Qué dijo María cuando el Ángel Gabriel le anunció que había sido la elegida para ser la Madre de Dios, después de que despejó sus dudas y aclaró sus preocupaciones? Ella dijo: “Yo soy la humilde sierva, la humilde esclava del Señor”. Entendió que también Ella tenía que ponerse en este sendero de pobreza, de despojo de sí misma, de humildad para con el Hijo de Dios.
María ha dado a luz a nuestro Salvador en un contexto, en un marco de humildad y de pobreza. Es la verdad plena de la Navidad.
Al mismo tiempo que se nos anuncia la verdad de la Navidad, se nos dice cómo podemos allegarnos y experimentar toda la fuerza de esta verdad.
Esto podemos lograrlo haciéndonos humildes, no autosuficientes ni soberbios; haciéndonos pobres; reconsiderando nuestra condición de pecadores, y sabedores de que necesitamos de la infinita Misericordia que Dios nos ha manifestado en Cristo.
Esta Navidad la estamos celebrando en el contexto del Año Jubilar de la Misericordia. Una Misericordia que se nos presenta como un río que quiere inundarnos para experimentarla.
Debemos sabernos necesitados de ella, ya que todos requerimos, al menos un poco, de Misericordia, porque nuestra vida no es perfecta, no es plena, no es santa; necesitamos la Misericordia de Dios, y en la medida en que la descubrimos y experimentamos, en esa misma medida estaremos dispuestos, al menos, a ofrecer un poco de ella a los demás.
Necesitamos experimentar la Misericordia y ofrecerla para que haya reconciliación, paz, convivencia y fraternidad. Debemos sabernos necesitados de Misericordia para ofrecerla y darla a nuestros hermanos.
Que cuando crucemos la Puerta de la Misericordia nos despojemos de nuestra autosuficiencia, de nuestro orgullo, de nuestra vanidad y, humildes, disfrutemos de la Misericordia, sobre todo acercándonos al Sacramento que la hace viva, el de la Reconciliación.
Yo los bendigo en el nombre del Padre,
y del Hijo y del Espíritu Santo.
Publicar un comentario