Por Antonio MAZA PEREDA | Red de Comunicadores Católicos |
Termina la reunión COP21 (Conference of Parties 21), en París, el encuentro para obtener un acuerdo sobre el cambio climático y una meta clara sobre cuánto debe reducirse ese cambio. No es que haya sido un acuerdo fácil: lo único que se ha logrado es una meta aceptada por los 195 países representados en dicha conferencia. Falta todavía que esos 195 países obtengan de sus respectivos congresos la aprobación para ese tratado. Después de lo cual, para el año 2018 deberán presentar un plan de trabajo para cada país. Y todavía quedarán muchos puntos que ver en la implementación de ese plan.
Hay muchas cosas que observar en este aspecto. Los dos países que más contribuyen a la huella de carbono en el entorno son Estados Unidos (24%) y China (14%), las economías número uno en número dos del mundo. El grueso de la huella de carbono procede de los países desarrollados y de las economías más poderosas. ¿Están dispuestos a hacer los gastos necesarios? Los países en desarrollo dicen, y de alguna manera no les falta razón, que para que ellos puedan crecer sus economías en condiciones que limiten el uso de combustibles orgánicos, tardarán más y les costará más. Por lo cual se ha hablado de algunas transferencias de dinero a estos países para que puedan adoptar medidas para limitar la huella de carbono. Un nuevo modo de ayuda internacional que, comprensiblemente, genera mucho escepticismo, cuando se analiza el pobre resultado de la ayuda mundial al desarrollo en los últimos 70 años.
Puede discutirse mucho la importancia de la huella de carbono en el calentamiento global. Se toma como referencia la temperatura promedio global en el año 1778, antes de la era industrial, hasta nuestros días. El calentamiento global en el período 1778-2014 fue de 0.8 °C, pero se pronostica un crecimiento de la temperatura global de entre 1.4 °C y 5 °C antes del año 2100. El acuerdo propone una meta de no más de 2 °C de calentamiento comparado con la temperatura global del año 1778, es decir, que la temperatura para el año 2100 no haya aumentado más que 1.2 °C comparado con la temperatura actual. Parece que no es mucho, pero las consecuencias pueden ser importantes. Y hay muchas dudas sobre la temperatura global en el año 1778: las mediciones se hacían solo en países muy desarrollados y los termómetros no eran igual de precisos que los actuales. Todavía en 1960, una buena práctica era calibrar los termómetros nuevos, porque podían tener fallas hasta de 2 grados centígrados, aunque hubieran pasado el control de calidad de sus fabricantes. También hay otras razones para las dudas sobre el impacto de la huella de carbono. Las fuerzas de la naturaleza tienen una influencia mucho mayor que la que nos imaginamos. Por ejemplo, las erupciones volcánicas importantes pueden bajar la temperatura global más que los esfuerzos que pueden hacer los Estados.
Se habla mucho de medidas regulatorias y de inversiones fuertes en investigación y desarrollo. Pero, muy probablemente, el papel de la ciudadanía mundial será mucho más importante para lograr una reducción importante en la huella de carbono. El tema es si la población, en general, está dispuesta a hacer los sacrificios necesarios para que esto se logre.
Hay varios puntos en donde los ciudadanos podríamos hacer una diferencia. Desde luego, tendremos que estar dispuestos a pagar mayores impuestos. La investigación y desarrollo no es barata, el cambio de equipos generadores de electricidad para eliminar los que usan combustibles basados en carbono, no es barato. Sí, es cierto que se generarán muchos empleos con estos cambios, pero de alguna manera habrá que pagar por ellos. Y los gobiernos no tienen más dinero del que les puedan extraer a los contribuyentes. En México, antes incluso del anuncio de los resultados de esta reunión, el sector privado ya estaba exigiendo al gobierno que no les pida que pague por el cambio a una economía más sustentable. En otras palabras, lo que están pidiendo es que los contribuyentes sean quienes paguen por ese cambio. Lo cual ocurriría de todas maneras; si los negocios tienen que gastar más para ser más sustentables, habrán de repercutir esos costos adicionales en los precios de lo que vendan.
A un nivel más personal: ¿estaría usted dispuesto, si es que tiene un automóvil, a no usar automóviles grandes y preferir los autos más pequeños que generan menor huella de carbono? Porque, en promedio, una “mini van” deja casi el triple de dióxido de carbono en el ambiente que un auto de los más pequeños, por kilómetro recorrido. ¿Estaría usted dispuesto a conducir a una velocidad menor en las carreteras? Los autos emiten menos gas carbónico cuando trabajan en su velocidad de crucero más eficiente, entre 80 y 90 km/h. ¿Estaría usted dispuesto a caminar más en distancias cortas y usar cuando fuera posible el transporte público? Porque, cuando se comparte el transporte, la emisión de carbono al ambiente por persona transportada se reduce.
De hecho, independientemente de lo que se logre a través de acuerdos como los que se están diseñando en este momento, una parte importante de la solución está en manos de la ciudadanía. Somos nosotros los que podemos reducir la demanda de gases invernadero, a través de nuestras costumbres que muchas veces han aumentado la presencia de gas carbónico en el medio ambiente. La gran pregunta es: ¿Estamos dispuestos a asumir nuestra parte?
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