Su gente valiosa
Luis de la Torre Ruiz
México, D.F.
Héctor Pérez Plazola, el último de los mohicanos, me tomó la delantera el 10 de junio del año recién concluido. Siempre fue adelante de mí, en ideales, en acción, en logros. Curiosamente, no convivimos nuestras vidas, que se fueron por diferentes derroteros; pero, en un principio, desde que le conocí en la Parroquia de San Juan de Dios, al inicio de los años 50, fue para mí un tipo de armas tomar, un luchador nato, ferviente y convencido militante del entonces heroico Partido Acción Nacional.
Él, junto con su hermano Rubén y Wálter González Real, me iniciaron en las filas de la ACJM parroquial, pero enseguida me querían llevar a las juventudes del Partido, algo a lo que yo me resistí por tener un concepto diferente de la política. Y vaya que sí era atractiva la lucha que se libraba por la democracia en esos momentos en el plano nacional. El PRI, el odioso PRI, era ya la “dictadura perfecta”: un Partido burlador de sus oponentes, controlador de masas y sindicatos, experto en elecciones fraudulentas mediante una política prepotente y un culto a la personalidad que daba asco, pero que arrastraba a las masas. Yo no iba a hacerle el juego a ese sistema.
Frente a esa forma de Gobierno, no había más oposición real que la del PAN. Los otros dos Partidos, PARM y PPS, eran comparsas del sistema; su oposición era simulada; mas la auténtica oposición del Partido azul no alcanzaba ni el 10% de votos a su favor en las Elecciones.
Escuela de líderes
Los Pérez Plazola y Wálter, como buenos acejotaemeros, ponían en juego sus dotes oratorias, su entusiasmo juvenil y su fe en lo trascendente para conducir mítines llenos de esperanza en pos de una democracia de ensueño, que contaba con un líder, aspirante a la Presidencia de la República, de gran envergadura: Efraín González Luna, un raro espécimen político, de profundos sentimientos católicos. Cofundador del PAN con Manuel Gómez Morín, era un político culto, traductor de Joyce, de Kafka y Paul Claudel. ¿Podría pedirse mejor modelo de gobernante? Apenas Sócrates previó un liderazgo de tal inteligencia.
Pero, ¿qué sentido tenía oponerse a un Partido que siempre iba a ganar? Por supuesto que la lucha política al lado de ese hombre era muy atractiva, sobre todo para los jóvenes, los jóvenes de buena cepa. Yo admiraba el entusiasmo con que mis amigos se entregaban a la lucha, pero a mí no me convencía la materia que se manejaba; es decir, era alérgico a la política. Cambié de Parroquia y en San Felipe de Jesús me encontré también con acejotaemeros panistas. Ah, y con mujeres de la JCFM panistas, entre las que destacaba una joven y apasionada Anita Parada. ¡Qué convicción de mujer! ¡Qué manera de creer en la democracia en medio de un país aferrado al presidencialismo! ¡Qué modelo de activista en los albores de una auténtica liberación femenina!
Voz y acción en el Gobierno
Las Elecciones de 1952 le dieron a González Luna apenas el 7.82% de la votación; algo para decepcionar al más pintado. Pero Héctor no iba a arredrarse, y permanecería en lucha dentro del PAN hasta el final de su vida. En 1982, treinta años después, sería Regidor en el Ayuntamiento de Guadalajara. Luego su voz se haría oír en el Congreso Local de Jalisco y en la Cámara de Diputados en diversos períodos. Cumplía como un guerrero invencible, comprometido con sus ideales y su falange.
A distancia, yo seguía sus pasos. Fue Dirigente Estatal de su Partido, Candidato a Gobernador, Alcalde Interino de Guadalajara, Secretario General de Gobierno, Senador de la República. Me congratulaba con sus logros y me hacía creer en la lucha cívica, dentro del sistema de corrupción que caracteriza nuestra constitucionalidad. Entre tanto, el PAN iba acercándose al Poder. Los continuadores de González Luna se distinguían por no apartarse de sus principios: los Luis H. Álvarez, los González Torres, los Christlieb Ibarrola, los Clouthier, los González Morfín, los Castillo Peraza… todos ellos mantenían la oposición leal en un México cansado del prolongado Gobierno de un Partido hegemónico.
60 años después de su fundación, en el 2000, el PAN alcanzaba la Presidencia de la República. ¿Qué sucedió allí? ¿Qué farsa se escenificaba al usar un Crucifijo en la Toma de Posesión? ¿Acaso con la idea de revivir lo que fue un Partido Católico, ahora hipócritamente? ¿Una burla del destino o una maldición? ¿Qué pasó con las siguientes generaciones de panistas pensantes, ideólogos, conscientes de ir tras el Poder en pos de lo honrado y lo justo? ¿En dónde quedaron los soñadores de la democracia, en dónde la energía de sus juventudes a las que pertenecía, aún en su madurez, Pérez Plazola?
Sorpresas frustrantes
Derrumbadas las murallas de Jericó, las trompetas tocaron a rebato. Pero aquello fue flor de un día. Cuando Héctor se congratulaba del privilegio de asistir al triunfo total, cuando daba por bien habidas todas las vicisitudes por las que había pasado su Partido hasta escalar la cumbre, debió respirar hondo, pensando en que había valido la pena empeñar su juventud y todas sus fuerzas, durante 50 años, para ver que su Patria se encarrilaba, por fin, por auténticos caminos de la democracia. Pero no fue así. Los nuevos panistas se engolosinaron. Perdieron el piso. Se olvidaron de ideales y no supieron leer su momento histórico. Les ganó la molicie, y el chisme fracturó su unidad. Pérez Plazola debió experimentar una gran decepción, sin que por ello dejara de seguir luchando, “fiel a su espejo diario”. Todavía logró ser Senador en 2006.
Luego del fatídico primer sexenio de Gobierno panista, siguió en la Presidencia un amigo de Héctor, el no muy bien librado Felipe Calderón Hinojosa, quien daría unas de cal por sabe cuántas de arena. Mi amigo bien podía estar reflexionando: “Esto no es lo que queríamos”. Y con toda razón. Tampoco era lo que esperábamos los que vemos los toros desde la barrera. Pero nos encontrábamos igualmente decepcionados por ver la confusión que significa el Poder, aun en manos de los supuestos reivindicadores.
Con Pérez Plazola se va lo más auténtico del panismo. La flor y nata de aquellos jóvenes que, al carisma de un González Luna, supieron luchar obsesivamente, incansablemente, esperanzadoramente, por un México mejor. Ya no dependió de ellos que ese anhelo llegara a ser realidad.
Después de haber cursado cuatro años en el Seminario de los Religiosos Franciscanos, Héctor Pérez Plazola fue Presidente del Grupo Parroquial de ACJM en San Juan de Dios; Co-Fundador de las Cajas del Ahorro Popular a nivel diocesano; miembro del Movimiento de Cursillos de Cristiandad, y del Centro Nacional de Comunicación Social, CENCOS, como Corresponsal en Guadalajara.
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