Cardenal José Francisco Robles Ortega,
Arzobispo de Guadalajara
Hermanas, hermanos:
Estando un día Jesús en la Sinagoga de Nazareth, se levantó e hizo la Lectura del Profeta Isaías, el texto que dice: “El Espíritu del Señor está sobre mí, me ha ungido y me ha enviado para anunciar la Buena Nueva a los pobres, la liberación a los oprimidos, la salud a los ciegos, la libertad a los cautivos, y para inaugurar el Año de Gracia de parte de Dios” (Lc 4,18).
Dice el Evangelio que cuando Jesucristo acabó de leer, cerró el rollo de las Escrituras y todos los asistentes en la Sinagoga fijaron sus ojos en Él. Fue, entonces, cuando el mismo Señor hizo un comentario breve, pero de suma importancia: “Hoy se ha cumplido esto que ustedes acaban de oír”.
Jesús es el ungido con la fuerza del Espíritu Santo, que viene a llevar a cabo la Salvación. Se presentaba como el Mesías y Salvador, y anunciaba el inicio de un ‘hoy’ que nos alcanza, nos abraza y nos compromete. Un hoy que es para nosotros.
Démonos cuenta de que hoy se anuncia para nosotros no sólo la Salvación, sino que se realiza para cada uno, a través de la Palabra y del Sacramento de la Reconciliación. Pensemos en aquellos que se acercan al Sacerdote, confiesan humildemente sus pecados, y el Sacerdote, en persona de Cristo, les dice: “Yo te absuelvo de tus pecados”.
En la Confesión se lleva a cabo, ‘hoy’, la Salvación de Dios para cada persona que se acerca con Fe al Sacramento de la Reconciliación. Lo mismo, Cristo, cada día, hoy, renueva su entrega por nosotros, por nuestra Salvación, en el Misterio de la Eucaristía.
El ‘hoy’ de Dios lo inauguró Jesús haciéndose hombre, naciendo de María; y una vez que murió y resucitó, este ‘hoy’ se prolonga y nos abraza, nos compromete y nos ofrece la Salvación de Dios.
Al experimentar esta Salvación, no podemos menos que sentirnos comprometidos a proyectar dicha Salvación, que se concretiza en los predilectos de Jesús, en los pobres, en los necesitados, en los enfermos, en los que sufren, en los que se sienten abandonados, en los que no tienen humanas esperanzas porque nadie mira por ellos.
Nosotros, por ser discípulos de Jesús, no sólo experimentamos la Salvación hoy, sino que somos Misioneros, enviados, para que nuestros hermanos que más necesitan, experimenten el Amor, la Misericordia y la Salvación de Dios, por el servicio de nuestra caridad.
Este Año de Gracia, de Misericordia, es para que lo experimentemos cada uno, pero también para que la vivamos; es decir, que así como Dios se manifiesta misericordioso conmigo, pecador, debo manifestarme misericordioso, en la alegría de amar y de servir a los demás, especialmente a quienes más necesitan y sufren, y no para ser reconocidos ni correspondidos o pagados por nuestros actos, sino para proyectar la gratuidad con la que Dios es misericordioso con nosotros.
Dios es misericordioso conmigo, gratis, y así tengo que ser misericordioso con los demás, gratis, por pura gratuidad, por puro don, por pura proyección de la Misericordia.
Yo los bendigo en el nombre del Padre,
y del Hijo y del Espíritu Santo.
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