Este día, lo lógico sería felicitar a María, la Madre de Dios, a quien desde el Concilio de Éfeso la Iglesia venera como la Theotokos. Sin embargo, si ella es en verdad madre del Verbo Divino humanado, lo es por decisión de Dios, por gracia. De ahí que desee hoy dirigirme a Jesucristo, porque por su voluntad de amor ha querido nacer de Mujer.
Oración por la Madre de Jesús
Jesucristo, Hijo de Dios, Tú has querido tener madre a la hora de hacerte hombre, uno entre nosotros. Y te bendecimos a ti por haberte hecho fruto bendito en el seno de la bendita virgen María, como diría San Anselmo.
Jesucristo, Tú has sido concebido en el seno de María de Nazaret. Ella te dio su propia sangre, y en sus entrañas te formaste hombre perfecto, según el designio amoroso de tu Padre Dios. Con ello nos revelas el don de tener tierra de engendramiento y poder llamar: “¡Madre!”
Jesucristo, Tú, al nacer en Belén, fuiste recibido amorosamente por José y María, quien te envolvió en pañales, gesto lleno de ternura de la que te dio a luz a este mundo, en cumplimiento de las profecías davídicas.
Jesucristo, Tú fuiste amamantado y criado por la Nazarena. Ella te llevó en sus brazos y sació tu necesidad cuando le pedías de comer.
Gracias por el ejemplo de María
Jesucristo, he contemplado hace muy pocos días la belleza con que el pintor Morales, llamado “el divino”, ha plasmado la imagen de tu Madre; lo ha hecho con extremo pudor, a la vez que con un realismo fascinante, insinuando tu necesidad de mamar de su pecho. Y en ello el arte nos muestra tu semejanza con nuestra fragilidad.
Jesucristo, Tú fuiste llevado en brazos, acariciado, besado por tu Madre, como mejor respuesta de la humanidad entera. Gracias a ella nos sentimos aliviados porque nunca estuviste solo. Siempre hubo en tu vida alguien de nuestra raza que te amó, te llevó en su pensamiento, te ofreció todo su apoyo en tu infancia, fue referente en tu crecimiento y fortaleza en tus pruebas.
Jesucristo, cuando leo tus ejemplos domésticos, en los que nos hablas de la luz del candil, de cómo remendar un vestido, o guardar el vino, o hacer el pan, me vienen a la imaginación tantas escenas en las que Tú tomabas buena nota de lo que hacía tu Madre. Ella, la mujer del silencio, de la escucha, que meditaba el misterio de tu vida, ¡y de la suya!, nos enseña también a nosotros cómo contemplar y tratar el Misterio de tu Humanidad sagrada.
¿Quién, sino ella, te enseñaría a pronunciar el nombre de tu Padre? ¡Qué emoción sentiría al escuchar de tus labios: “Abbá”, al tiempo que percibiría sobrecogida el don único de su maternidad, gracias al Espíritu Santo!
Aunque lo propio sería felicitar a tu Madre, déjame decirte a ti también aquella expresión que escuchaste de labios de una mujer entre la multitud, que acertó a decirte: «¡Bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que te criaron!» (Lc 11, 27)
Ahora sí, déjame decirle a tu Madre: “Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores”, y acompáñanos en este Año de gracia del Señor, Año de Misericordia.
Agradecemos esta aportación a Don Ángel Moreno de Buenafuente.
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