Hitler, mi dentista y yo (segunda parte)


Hoy iba a hablar sobre el apasionante tema de Hitler y los dentistas. Pero he descubierto este tráiler:

Vosotros, queridos lectores, no sabéis lo que significó para mi toda la saga de Valerián. Sin ninguna duda, fue mi cómic favorito de la adolescencia. (Así es, yo también fui adolescente.) Devoré cada uno de sus números. Cuando iba con mis padres a Zaragoza, rebuscaba entre los anaqueles de la librería del Corte Inglés en busca de algún número nuevo.
Tintín siempre me aburrió. Lo leía, pero sin entusiasmo. Prefería a Los pitufos antes que a ese sujeto anodino. Por supuesto que pasé por todas las fases: Colección Dumbo, TBO, Don Miki, Mortadelo y Filemón, Astérix, Superlópez y, por fin, Valerián.
En el tercer año de seminario descubrí el primer número de Las ciudades oscuras, que es la culminación suprema de todo esto. Dejo sin comentar a Blacksad, Moebius, Lucky Luke, 13 Rue del Percebe y tantos otros, sino no acabaría nunca.
Reconozco que el cómic ahora ha sido desplazado (con razón) por comics cinematográficos, El Quinto Elemento es un extraordinario ejemplo. La obra de un artista solitario ha cedido terreno ante la labor de equipo dirigida por uno o varios genios.
Los que vivimos aquellos años 70 y 80 sentimos que fue una época dorada en muchos aspectos. Lo mismo que el mundo de muchas pequeñas poblaciones rurales de los Estados Unidos que reflejan películas como Regreso al Futurotenían un encanto, una sencillez y una humanidad que después se perdió. Son realmente mundos perdidos. 

Como el pequeño José Antonio (Fortea) comiéndose una rebanada de pan de pueblo con nocilla, mientras leía la última aventura del Pato Donald y esperaba la hora de la noche en que vería a Los Roper junto a mis padres 

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