Meditación Domingo 3º de Pascua (B)

(Cfr. www.almudi.org)


 
 
La alegría pascual viene de nuestra filiación divina, conseguida por Jesús con su resurrección
“En aquel tiempo contaban los discípulos lo que les había acontecido en el camino y cómo reconocieron a Jesús en el partir el pan. Mientras hablaban, se presentó Jesús en medio de sus discípulos y les dijo: -Paz a vosotros. Llenos de miedo por la sorpresa, creían ver un fantasma. Él les dijo: -¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro interior? Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un fantasma no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo. Dicho esto, les mostró las manos y los pies. Y como no acababan de creer por la alegría, y seguían atónitos, les dijo: -¿Tenéis ahí algo que comer? Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado. Él lo tomó y comió delante de ellos. Y les dijo: -Esto es lo que os decía mientras estaba con vosotros: que todo lo escrito en la ley de Moisés y en los profetas y salmos acerca de mí, tenía que cumplirse. Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras. Y añadió: -Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día, y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén”(Lucas 24,35-48).
1.«Aclamad al Señor tierra entera, tocad en honor de su nombre, cantad himnos a su gloria. Aleluya», cantamos con la antífona de entrada; alegría que recoge también la oración Colecta: «Que tu pueblo, Señor, exulte siempre al verse renovado y rejuvenecido en el espíritu; y que la alegría de haber recobrado la adopción filial afiance su esperanza de resurrección gloriosamente». Es un día de alegría, sentimiento muy propio del tiempo pascual. Basadoen la esperanza de la Resurrección, esperanza de participar de todos los beneficios de los hijos. Ya no somos esclavos de nada ni de nadie, sino hijos de Dios.
Los discípulos de Emaús vuelven presurosamente a Jerusalén para contar a todo el grupo lo que les ha sucedido en el camino y cómo conocieron a Jesús "en el partir el pan". Pero, antes de abrir la boca, los otros les dicen a coro: "El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Pedro". Ellos cuentan su experiencia. En estas, se pasman ante la venida del Señor, que les saluda: "Paz a vosotros". La presencia de Jesús sorprende. Jesús, gracias por venir al Cenáculo, haciéndoles ver que no eres ningún fantasma. Me gustaría entender cómo es tu cuerpo glorificado -"espiritualizado" (1 Co 15,44)-, que vives verdaderamente, que comes, que te apareces y desapareces ante los discípulos. Ayúdame a verte en la Eucaristía, a ver que todo pasa "tenía que suceder" para que se cumpliera la voluntad de Dios. Ayúdame a ver que la fe no puede evitar lo que "tiene que ser", y que esto es lo mejor.
Los apóstoles –nos dice san Agustín- pensaron que Jesús “no tenía carne verdadera, que era sólo un espíritu (…) ¿Por qué estáis turbados? ¿Por qué estáis turbados y suben esos pensamientos a vuestro corazón? Ved mis manos y mis pies; tocad y ved que un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo (…) Cristo, la Palabra verdadera, el Unigénito igual al Padre, tiene verdadera alma humana y verdadera carne, aunque sin pecado. Fue la carne la que murió, la que resucitó, la que colgó del madero, la que yació en el sepulcro y ahora está sentada en el cielo. Cristo el Señor quería convencer a sus discípulos de que lo que estaban viendo eran huesos y carne (…). Después que los discípulos hubieron tocado sus pies, manos, carne y huesos, el Señor añadió: ¿Tenéis algo que comer?. En efecto, la consumición del alimento era una prueba más de su verdadera humanidad. Lo recibió, lo comió y repartió de él. Y, cuando aún estaban temblorosos de miedo, les dijo: ¿No os decía estas cosas cuando estaba con vosotros? ¡Cómo! ¿No estaba ahora con ellos? ¿Qué significa: Cuando aún estaba con vosotros? Cuando era aún mortal como lo sois vosotros todavía. ¿Qué os decía? Que convenía que se cumpliese todo lo que está escrito de mí en la ley, los profetas y en los salmos. Entonces les abrió la inteligencia para que comprendiesen las Escrituras; y les dijo que convenía que Cristo padeciera y resucitase de entre los muertos al tercer día. Eliminad la carne verdadera, y dejará de existir verdadera pasión y verdadera resurrección. Aquí tienes al esposo: Convenía que Cristo padeciera y resucitase al tercer día de entre los muertos. Retén lo dicho sobre la Cabeza; escucha ahora lo referente al cuerpo. ¿Qué es lo que tenemos que mostrar ahora? Quienes hemos escuchado quién es el esposo, reconozcamos también a la esposa. Y que se predique la penitencia y el perdón de los pecados en su nombre. ¿Dónde? ¿A partir de dónde? ¿Hasta dónde? En todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Ved aquí la esposa (…) La Iglesia está extendida por todo el orbe de la tierra; todos los pueblos poseen la Iglesia. Que nadie os engañe, ella es la auténtica, ella la católica. A Cristo no le hemos visto, pero sí a ella: creamos lo que se nos dice de él. Los apóstoles, por el contrario, le veían a él y creían lo referente a ella. Ellos veían una cosa y creían la otra; nosotros también, puesto que vemos una, creamos la otra. Ellos veían a Cristo y creían en la Iglesia que no veían; nosotros que vemos la Iglesia, creamos también en Cristo a quien no vemos y, agarrándonos a lo que vemos llegaremos a quien aún no vemos. Conociendo, pues, al esposo y a la esposa, reconozcámoslos en el acta de su matrimonio para que tan santas nupcias no sean objeto de litigio”.
Señor, veo tu cuerpo resucitado que se puede aparecer a los de Emaús y al cabo de un momento en Jerusalén, que no está sometido a espacio y tiempo y que se puede presentar con llagas o sin llagas, de una forma u otra, que se hace ver a quien quiere y lo reconoce quien está preparado como los de Emaús cuando ya están con fe, o María Magdalena cuando el Señor la llama por su nombre… pero eres tú, Jesús, que tienes ahora toda su vida presente, como en una película, y que vives para siempre. Además, les puedes dar su Espíritu, que es el del Padre, y les abres el sentido de las Escrituras para que comprendan que todo ha sucedido como había sido anunciado por los profetas, se les mete dentro.
Jesús se nos mete dentro con su Espíritu, si le dejamos... entonces no nos costará hacer las cosas difíciles, como aquella niña que llevaba al hermano a cuestas y le preguntaron: “¿no te pesa?” y contestó orgullosa: “¡claro que no: es que es mi hermano!” Cuando se hace algo costoso –estudiar, un sacrificio…- por alguien que se quiere, ya no cuesta… si hacemos las cosas contigo, Jesús, todo irá bien.
2. Los Hechos de los Apóstoles nos cuentan que Pedro ya no tenía miedo ante los judíos y que predicó que Jesús resucitó y les animó: “arrepentíos y convertíos, para que se borren vuestros pecados”. Leemos hoy la segunda presentación en Hechos del núcleo del kerygma primitivo (de los cinco discursos así en este libro). Nos dicen que Jesús es el enviado del Padre, ha existido realmente y ha tenido una actividad concreta beneficiosa para los hombres. Estos, sin embargo, no lo han aceptado y le han dado muerte. Pero Dios lo ha resucitado, dándole la razón en su actividad. Quien crea en esto, lo acepta con su vida, emprende una conducta acorde con ese convencimiento, obtiene la salvación global que es más que el propio perdón de los pecados. Todo esto está testimoniado por los apóstoles.
Pedro ha curado a un pobre tullido que pedía limosna en la puerta del templo de Jerusalén, en la que llamaban "Hermosa" o "de Nicanor", que era la más frecuentada por el pueblo. Todo el mundo se hace lenguas de lo sucedido. Y la admiración de la gente da paso a la pregunta. Pedro se dispone ahora a dar la respuesta, pues ha llegado el momento de la evangelización. El signo y la palabra van siempre inseparablemente unidos en la actividad misionera de los apóstoles. Pedro comienza dando gloria a Dios y a Jesucristo en cuyo nombre ha realizado el milagro. Pues no ha sido el poder de Pedro el que ha hecho andar al tullido, sino la fuerza de Dios que ha resucitado a Jesucristo; y tampoco ha de ser la fe en Pedro, sino la fe en Jesucristo, la que puede borrar los pecados del pueblo. Con sus palabras valientes, Pedro realiza a la vez y en el momento preciso el anuncio y la denuncia del evangelio.
Comenta San Juan Crisóstomo: «San Pedro les dice que la muerte de Cristo era consecuencia de la voluntad y decreto divinos. ¡Ved este incomprensible y profundo designio de Dios! No es uno, son todos los profetas a coro quienes habían anunciado este misterio. Pero, aunque los judíos habían sido, sin saberlo, la causa de la muerte de Jesús, esta muerte había sido determinada por la Sabiduría y la Voluntad de Dios, sirviéndose de la malicia de los judíos para el cumplimiento de sus designios. El Apóstol nos lo dice: “aunque los profetas hayan  predicho esta muerte y vosotros la hayáis hecho por ignorancia, no penséis estar enteramente excusados”. Pedro les dice en tono suave: “Arrepentíos y convertíos”. ¿Con qué objeto? “Para que sean borrados vuestros pecados. No sólo vuestro asesinato en el cual interviene la ignorancia, sino todas las manchas de vuestra alma”».
El Salmo es la oración de un hombre fiel que pide a Dios: “Haz brillar sobre nosotros el resplandor de tu rostro… Escúchame cuando te invoco, Dios, defensor mío, Tú que en el aprieto me diste anchura, ten piedad de mí y escucha mi oración”. Jesús nos dijo que si rezábamos lo tendríamos todo, que es la felicidad, "lo único necesario", "El Padre no me abandona jamás", y lo que dice el salmo ("el Señor me oye cuando lo invoco"), es lo que nos dijo Jesús: "pedid y recibiréis... llamad y se os abrirá".
3. En su carta, San Juan nos anima a no pecar, y que si pecamos no nos desanimemos sino que pidamos perdón y volvamos a empezar, “la copla de la vida yo te la voy a cantar: es pecar, hacer penitencia y luego volver a empezar”, como decía san Josemaría la santidad es lucha, comenzar y recomenzar, arreglar las faltas de amor con un acto de amor sin darle más vueltas… sin desanimarse.
El “secreto” de Jesús era poner su confianza en Dios, y nos pide que hagamos lo mismo. Podemos rezar la oración de san Francisco de Asís: “¡oh alto y glorioso Dios, ilumina las tinieblas de mi corazón! Dame una fe recta, esperanza cierta, y caridad perfecta, humildad profunda; sentido y conocimiento, Señor, para que cumpla tu santa y divina voluntad”.
Así decía S. Agustín: “Hijos míos, os escribo estas cosas para que no pequéis. Pero quizá se cuela el pecado en la vida humana. ¿Qué hacer? ¿Dejar paso a la desesperación? Escucha: Si alguien peca -dice- tenemos un abogado ante el Padre, a Jesucristo el Justo; él es propiciador por nuestros pecados. Él es nuestro abogado. Pon empeño en no pecar; mas si la flaqueza de tu espíritu te indujo al pecado, ponte en guardia al instante, desapruébalo, condénalo enseguida; una vez que le hayas condenado, podrás acercarte seguro al juez. Allí tienes tu abogado; no temas perder la causa de tu confesión. Si a veces se confía el hombre en esta vida a una lengua elocuente, y así evita el perecer, ¿vas a perecer tú, si te confías a la Palabra? Grita: Tenemos un abogado ante el Padre.
Llucià Pou Sabaté

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