Juan López Vergara
Estamos celebrando el Cuarto Domingo de Pascua y nuestra madre, la Iglesia, coloca en el mesa de la Eucaristía, un texto evangélico breve pero colmado de contenido, que gira en torno al Misterio de la persona de Jesús, representado en la figura del Buen Pastor, que conoce a cada una de sus ovejas (Jn 10, 27-30).
“Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen”
El capítulo diez del cuarto evangelio abarca el último discurso de revelación, insertado en polémico ambiente, con aquellos a quienes su autor denomina los “judíos”. Su temática principal la configuran las declaraciones de Jesús, referentes a las imágenes de la puerta: versos: 7-9; y del pastor: versos: 11-14.
La perícopa correspondiente a este día comienza afirmando que Jesús dijo: “Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen” (v. 27).
En sentido bíblico del verbo “conocer” tiene una connotación especial; significa: “elegir”, “llamar a la vida”. Lo constatamos en la vocación de Jeremías: “Entonces me dirigió Yahvé la palabra en estos términos: ‘Antes de haberte formado yo en el vientre, te conocía, y antes de que nacieras, te tenía consagrado: yo profeta de las naciones te constituí’” (Jr 1, 4-5). El verbo conocer implica un conocimiento vital estrechísimo, al extremo que en la narración de los orígenes, leemos: “Conoció el hombre a Eva, su mujer, la cual concibió y dio a luz a Caín” (Gn 4, 1).
La comunidad de vida con Jesús está fundada, por nuestra parte, en la escucha y el seguimiento; y por la del Señor, en su divino conocimiento: creador, vital, amable, que se caracteriza por su carácter eterno, definitivo, absoluto.
La importancia del sentido de pertenencia
Después Jesús afirma: “Yo les doy la vida eterna y no perecerán jamás; nadie las arrebatará de mi mano. Me las ha dado mi Padre, y él es superior a todos, y nadie puede arrebatarlas de la mano del Padre” (vv. 28-29).
Jesús, cuyo caminar es una pura referencia a Otro, al Padre, establece una relación personal íntima entre él y sus seguidores, a quienes guía, a pesar de los peligros, para que vean en él al auténtico Pastor. Esta relación personal e íntima engendra el sentido de pertenencia a través de un conocimiento recíproco. En los seis años de pontificado del Santo Padre Francisco, en su sexto viaje pastoral a América Latina, el martes 16 de enero de 2018, el primer sucesor de Pedro, jesuita y latinoamericano, en la catedral de Santiago de Chile, advirtió sobre la importancia del sentido de pertenencia:
Uno de los problemas que enfrentan nuestras sociedades de hoy en día es el sentimiento de orfandad, es decir, que no pertenecen a nadie. Este sentir “posmoderno” se puede colar en nosotros y en nuestro clero; entonces empezamos a creer que no pertenecemos a nadie; nos olvidamos de que somos parte del santo Pueblo fiel de Dios y que la Iglesia no es ni será nunca una élite de consagrados, sacerdotes y obispos. No podemos sostener nuestra vida, nuestra vocación o ministerio sin esta conciencia de ser Pueblo (L’Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española, Año L, n. 3 (2550), 19 de enero 2018, pág. 6).
Quien ve a Jesús, ve al Padre
En la narrativa del cuarto evangelio, vemos a Felipe que pide: “‘Señor, muéstranos al Padre y nos basta’. Le dice Jesús: ‘¿Tanto tiempo hace que estoy con ustedes y no me conoces, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: ‘Muéstranos al Padre?’” (Jn 14, 8-9).
El Evangelio de hoy termina con una afirmación teológica de inefable hondura, que nos invita a contemplar en actitud orante las palabras del Señor Jesús: “El Padre y yo somos uno” (v. 30).

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