Iba hoy a contar el agradable almuerzo que hemos tenido en la reunión de todos los curas de la diócesis. De todos es sabido que en esa comida lo bueno es el segundo plato. El primer plato y el postre entran dentro de los más estrictos planes de salvaguarda de la pobreza. De todas maneras ya es hora de levantar la voz de la clerecía unánimemente para decir que esa tarta de bizcocho con nata es el postre más horrible que, año tras año, aparece con una tenacidad admirable. Que pongan un arroz con leche sencillito, unas natillas de tetra brick, lo que sea. Eso sí la carne del segundo plato es muy buena. Pero ese postre es sólo digno de una reunión de pastores calvinistas del siglo XVI. Ese postre me recordaba a las retorcidas disquisiciones acerca del matrimonio en San Buenaventura.
Pero la felicidad que no me dio el postre, me la proporcionaron las alegres picardías de los curas jóvenes sentados a la mesa. Los curas jóvenes son muy dados a la broma pícara. No me refiero a la picardía de sexto praecepto, no, no, sino a la picardía eclesial. Los curas cincuentones son como ríos más reposados. Pero los curas recién salidos del seminario le sacan punta a todo. Yo no dejé de reírme todo el rato.
La mesa del obispo es más seria: cualquiera se pone a hacer bufonadas ante toda la curia. La mesa de los cincuentones es más al estilo de una mesa de té a las cinco: ¿dos cucharadas de azúcar?, y tal. La mesa de los curas jóvenes es más gamberra. Siempre desconfío de los curas jóvenes demasiado serios. Bueno, mañana hablaré acerca de a quien votar. Por supuesto que no pretendo dirigir el voto. Lejos de mí tal cosa. Pero hablaré acerca de a quien votar.
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