Ni rastro de familias alrededor de chimeneas, nada de niños gritones entrando a la carrera en casa de los abuelos o un mísero White Christmas de SinatraA ambos lados de la calle ni rastro de familias alrededor de chimeneas, nada de niños gritones entrando a la carrera en casa de los abuelos o un mísero White Christmas de Sinatra de fondo. Silencio 'new age'. Antes de llegar a casa cuenta más restaurantes indios y tailandeses que árboles de Navidad. Y el piso de Martín, qué narices, es un poco eso: la prolongación de lo que ve fuera. Y de ahí su tristeza. Es el paradigma de los nuevos tiempos: una casa arrendada de cuatro habitaciones en la que los inquilinos no tienen más en común que una cocina y un baño miserable. Lo máximo que le ofrece un flat-mate es colarse en una de las célebres 'drinking societies', una de las sociedades de alumnos del College en las que además de beber se debate sobre política o literatura. Martín acude al reclamo de la bebida. El ambiente snob le resulta insoportable, aguanta hasta la tercera copa, pero huye cuando escucha recitar un poema de Kipling. Lleva ya tres meses en la ciudad y aún no se siente adaptado, le gustaría olvidarse de aquello que le empujó a las islas. Quiere pero no puede, imposible cuando los dolores en la rodilla mala nunca se van del todo. La lesión que lo apartó del fútbol es una pesadilla que rescata su peor versión. Por eso vino solo, sin novia ni nada que se le parezca. En el fondo Martín quiere reconciliarse con el mundo. Llega el día de Navidad y eso le recuerda lo mucho que hace que no pisa una iglesia. Acude a la de Nuestra Señora y los Mártires Ingleses. Se sienta en una de las últimas bancadas, quizá porque al lado está la figura de Santo Tomás Moro, un mártir que le impresiona. No hace mucho caso a la liturgia, pero llega el momento de dar la paz. Hay dos señoras en la bancada, ya mayores, que le estrechan la mano con una media sonrisa. Ellas se presentan tres segundos después del "podéis ir en paz" y le invitan a tomar un té. -¿Spanish?-, le preguntan. Entonces mejor café, deciden con acierto. Ellas se descubren irlandesas, y no tardan en soltar el primer latigazo contra "estos hijos de puta". Se saben seguras porque hace siglos que comparten enemigo y hoy es un buen día para recordar que Tomás Moro tenía razón y son otros los que deben hacer el camino de vuelta. -Las suyas están todas vacías-, dice una de las señoras mientras apura su café. Martín ya ríe, y es muy de agradecer porque no recuerda la última vez que lo hizo. -Feliz Navidad-, se despide. Ahora ya se podía ir en paz con su mundo.
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