Subyuga el Misterio de la Vocación

En todo tiempo y lugar

Pbro. Adrián Ramos Ruelas

Más de una vez hemos tenido la oportunidad, la suerte o la gracia de acercarnos a un Sacerdote para que “nos quite el chamuco”. Esto es literal, para que nos quite lo diablo y así nos perdone, en el nombre de Jesús, como Ministro de la Iglesia, nuestros pecados y nos deje libres, limpios, nuevos, fuertes.
Con la absolución de nuestros pecados y con la celebración diaria de la Eucaristía, en la que ocurre el más grande de los milagros a nivel de Sacramentos, ya que el Sacerdote, implorando el don del Espíritu Santo, a través de sus manos consagradas ve convertirse el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor para alimentar a su pueblo y fortalecerlo en su peregrinar, admiramos la grandeza del actuar sacerdotal.
Ciertamente esto es para cuestionarnos: ¿Cómo es posible que un simple hombre, pecador, siempre frágil, a veces infiel, siempre amado y sostenido por el Señor, sea presencia de Cristo entre sus hermanos y continúe por su medio la Obra de la Salvación con la enseñanza de la Palabra, con la administración de la Gracia y con la conducción del pueblo a la Gloria Celestial? Sólo Jesús, el Sumo y Eterno Sacerdote, que estableció la Nueva y Santa Alianza que ponía fin a la primera, ha hecho posible este llamado.

LOS LLAMÓ A ESTAR CON ÉL
Jesús ha querido asociar a sus Sacerdotes a su Obra, estableciendo el Orden Sacerdotal, que hunde sus raíces en el Antiguo Testamento, pero que goza de toda la frescura del Nuevo, en recuerdo del llamamiento de los primeros discípulos que encontramos en el relato vocacional de San Marcos. Al igual que los primeros Apóstoles que fueron convocados por el Señor, porque así lo quiso, Jesús ha llamado a muchos colaboradores para que estuvieran con Él, para enseñarlos y enviarlos a predicar y expulsar a los demonios.
Los apóstoles que aparecen en el Evangelio, y que muy bien conocemos, no eran superhombres, héroes, santos; ni siquiera de buen carácter. Eran hombres normales, corrientes, sencillos, con muchos defectos, pero sensibles al llamado de Dios y muy generosos. Simón, Santiago, Juan, Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago el hijo de Alfeo, Tadeo, Simón Cananeo y Judas Iscariote, aunque este último fue suplido por Matías, comenzaron una gran aventura que perdura hasta nuestros días.

Seminario OraciOOnEL SECRETO ESTÁ EN EL AMOR
¿El secreto de todo esto? El inmenso amor que le llegaron a tener a Jesús porque descubrieron cómo pensó en ellos, oró por ellos, y los fascinó después con su presencia, obras, palabras, testimonio, coherencia. Recordemos la expresión de Pedro: “¿Señor, a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Nosotros hemos creído que Tú eres el Hijo de Dios”…
Pues bien, Jesús continúa haciéndose presente entre su pueblo cada que un enfermo es ungido, que un matrimonio es bendecido, que un agonizante es asistido, cada que un niño es bautizado, etcétera. El don del Espíritu Santo en tantos hermanos nuestros Sacerdotes es una realidad que nos asombra, todo un misterio que debemos agradecer siempre y aprovechar mucho. Pidamos hoy al Señor la Gracia de amar y cuidar a nuestros Sacerdotes y reconocer el don tan grande que ha sido puesto en ellos. Comprometámonos a orar por ellos, por su santificación y por un aumento de vocaciones a este estilo de vida. Veamos no sus defectos, que los tienen, sino la entrega generosa de sus vidas al servicio de sus hermanos.
Este domingo 5 de marzo, ¡celebremos en grande el Día de nuestro Seminario Diocesano!

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