Nuncio Apostólico a Conferencia del Episcopado Mexicano: “en la vida de la Iglesia asumir prioridades; mujeres, jóvenes, pobres, catequesis, vocaciones y sinodalidad frente al clericalismo”

Saludo de Mons. Franco Coppola a los miembros de la CEM

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29 de abril de 2019

 

Señores Cardenales, Arzobispos y Obispos.

Queridos hermanos todos.

Gozoso estoy aquí, hermano entre los hermanos, para encontrarles y saludarlos, para compartir y para intercambiar experiencias y palabras de aliento y de esperanza.

Los últimos meses en la vida de la Iglesia han sido sin duda muy intensos. Los desafíos, muchos e impostergables, los hemos querido ver como signos del grito de Dios que nos llama, ante todo a nosotros mismos, a la conversión.

En este tiempo desafiante, es sin duda alguna providencial y signo evidente de la manifestación y de la acción del Espíritu Santo en la Iglesia y en el mundo, el testimonio tangible y la palabra simple, clara y valiente del Papa Francisco.

En esta perspectiva, por su actualidad y trascendencia debemos particularmente resaltar, por una parte, el Encuentro de los Presidentes de las Conferencias Episcopales con el Papa sobre el tema de los abusos, y las líneas que de él se han derivado, como son: el reiterado llamado al ministerio de la escucha, al deber de rendición de cuentas, la revisión de la formación sacerdotal para erradicar el clericalismo, el renovado llamado a hacer vida la sinodalidad…; y, por otra parte, está la estupenda Carta del Santo Padre a los jóvenes: “¡Cristo vive!”, en la que recoge, enriqueciéndolos, los frutos inmediatos del Sínodo de los Obispos dedicado a ellos.

***

Permítanme, pues, en este clima, tocar algunos puntos que, porque fundamentales, están hoy reclamando nuestra particular atención y nuestras mejores energías pastorales.

Ante todo y en modo particular me refiero a las tres prioridades que el Papa Francisco, el pasado 4 de marzo, individuó como desafíos para la Iglesia que peregrina en América Latina: “En América Latina y en todo el mundo nos encontramos actualmente viviendo un verdadero “cambio de época” que exige renovar nuestros lenguajes, nuestros símbolos y nuestros métodos. Si continuamos haciendo lo mismo que se hacía algunas décadas atrás, volveremos a recaer en los problemas que necesitamos superar. No me refiero aquí a mejorar simplemente alguna estrategia de “marketing” sino a seguir el método que el mismo Dios escogió para acercarse a nosotros: la Encarnación. Asumiendo todo lo humano –menos el pecado– Jesucristo nos anuncia la liberación que anhela nuestro corazón y nuestros pueblos.

¿Cuáles son los sectores más emblemáticos o significativos en el cambio de época latinoamericano? En mi opinión son tres a través de los cuales es posible reactivar las energías sociales de nuestra región para que sea fiel a su identidad y, al mismo tiempo, para que construya un proyecto de futuro: las mujeres, los jóvenes y los más pobres”.

  1. Las mujeres

Es notorio cómo en muchas ocasiones el Papa Francisco ha hecho hincapié el escaso papel de la mujer en la Iglesia.

A los participantes al seminario por el 25 aniversario de la carta apostólica Mulieris Dignitatem, el Papa lamentó que en ocasiones se confunda el “servicio” con la “servidumbre”. “Sufro, lo digo de verdad, cuando veo en la Iglesia o en algunas organizaciones eclesiales que la función de servicio de la mujer, que todos tenemos y debemos tener, se transforma en un papel de servidumbre”. Y esto sucede cuando no se logra o no se quiere comprender el auténtico papel de la mujer en el seno de la Iglesia. “La mujer tiene una especial sensibilidad por las ‘cosas de Dios’”, “en especial para ayudarnos a comprender la misericordia, la ternura y el amor que Dios tiene para nosotros”.

  1. Los jóvenes

En toda visita, con palabras preparadas o improvisadas pero siempre colmadas de entusiasmo, el Papa Francisco habla a los jóvenes y de los jóvenes.

El Papa, en efecto, no solo habla a los jóvenes, habla también a los “mayores”, a nosotros, cuestionándonos: “A los mayores que están aquí y a los que nos están viendo, les pregunto: ¿Qué hacen ustedes para generar futuro en los jóvenes de hoy? (…). Cada uno de los grandes respondámonos en el corazón”.

Recuerdo una vez, -decía el Papa Francisco-, que charlando con unos jóvenes uno me pregunta: “¿Por qué hoy muchos jóvenes no se preguntan sobre si Dios existe o les cuesta creer en Él y les falta tanto compromiso con la vida?” Les contesté: “Y ustedes, ¿qué piensan sobre esto?” Entre las respuestas que surgieron en la conversación, me acuerdo de una que me tocó el corazón (…): “Padre, es que muchos de los jóvenes sienten que poco a poco dejaron de existir para otros, se sienten muchas veces invisibles” (…).

“Es –concluye el Santo Padre-, la cultura del abandono y de la falta de consideración (…). ¿Cómo van a pensar que Dios existe si ellos, estos jóvenes, hace tiempo que dejaron de existir para sus hermanos y para la sociedad? Así los estamos empujando a no mirar el futuro y a caer en las garras de las drogas, de cualquier cosa que los destruya. Podemos preguntarnos: ¿Qué hago yo con los jóvenes que veo?…”.

“Sentirse considerado e invitado,… significa encontrar espacios en el que puedan con sus manos, con su corazón y con su cabeza sentirse parte de una comunidad más grande que los necesita…”

Debemos estar atentos, como Iglesia, a no perder el entusiasmo y el compromiso; por ello “nos hace falta crear más espacios donde resuene la voz de los jóvenes”, pues ellos son quienes ayudarán a mantenerla joven (Cfr. E.A. Christus Vivit, Cap. 2).

  1. Los pobres

A ellos y sobre ellos habla continuamente el Papa Francisco.

La condición de pobreza –escribió en su mensaje para la Segunda Jornada Mundial de los Pobres del 18 noviembre 2018-, no se agota en una palabra, sino que se transforma en un grito que atraviesa los cielos y llega hasta Dios (…). Podemos preguntarnos: ¿cómo es que este grito, que sube hasta la presencia de Dios, no alcanza a llegar a nuestros oídos, dejándonos indiferentes e impasibles?(…). A menudo me temo que tantas iniciativas, aunque de suyo meritorias y necesarias, estén dirigidas más a complacernos a nosotros mismos que a acoger el clamor del pobre…

Tendamos, hermanos, la mano a los pobres; salgamos a su encuentro y mirémoslos a los ojos para abrazarlos y para hacerles sentir el calor del amor que rompe el círculo de soledad. Salgamos y no cerremos los ojos ni nuestras manos ante la pobreza que siempre nos desafía con sus muchas caras marcadas por el dolor, la marginación, la opresión, la violencia, la tortura y el encarcelamiento, la privación de la libertad y de la dignidad, de la ignorancia, la falta de trabajo y el acceso a los bienes más básicos, del tráfico de personas y esclavitud, del exilio y la miseria, y de la migración forzada. Dejémonos tocar y hagamos nuestra la toma de conciencia del santo Obispo Crisóstomo que decía: “Si quieren honrar el cuerpo de Cristo, no lo desprecien cuando está desnudo; no honren al Cristo eucarístico con ornamentos de seda, mientras fuera del templo descuidan a ese otro Cristo que sufre por frío y desnudez”.

 

OTROS DESAFÍOS

 

1) La formación en los seminarios

Además de los señalados, un tema por demás actual y muy presente en el corazón del Papa es el referido a los seminarios y a la formación de los aspirantes al sacerdocio.

Nunca debemos cansarnos de repetir, hasta convencernos, cuánto es necesario que los seminarios cuenten con los más idóneos formadores; cosa que no siempre sucede. Tienen que ser verdaderos mentores, acompañadores, modelos y guías. ¡Un grado de especialización en Teología, a nadie convierte automáticamente en persona apta e idónea para tan trascendental ministerio!

El Papa Francisco, refiriéndose a la formación sacerdotal (Cfr. Civiltà Cattolica “Despierten al mundo”), decía que los seminarios deben convertirse en verdaderas comunidades de formación; con formadores capaces de acompañar realmente de cerca a las personas. Porque la tarea y misión ahí es formar los corazones de los aspirantes al sacerdocio. No se trata de formar administradores, sino de formar padres, hermanos, compañeros de camino; personas que sean testigos de la resurrección de Jesús. Por ello, la formación debe ser orientada al crecimiento personal y también a su perspectiva final: el pueblo de Dios. El formador, por tanto, debe tener conciencia y claridad de que la persona en formación será llamada a cuidar, servir y santificar al Pueblo de Dios.

En mis encuentros con los sacerdotes en general y con los formadores de Seminario en particular, he podido constatar el cuidado creciente que se pone en el área de la formación académica y humana; en cambio, en la formación espiritual (que no se puede reducir a la pura formación litúrgica) y en la formación pastoral, me parece que falta aún mucho por hacer… En una palabra, me parece que nuestros presbíteros carecen de una real “formación a la paternidad”… Cuando escucho de día libre semanal, en el que ni siquiera se celebra la Misa; cuando escucho de vacaciones; cuando escucho de horario para atender a los feligreses, me pregunto: ¿acaso los padres tienen un día libre por semana? ¿Hacen vacaciones sin sus hijos? ¿Tienen horario de atención para ellos? Sin darnos cuenta, estamos transformando nuestra misión de “Padres”, como nos lo recuerda nuestro pueblo, en una profesión…

La formación de los futuros sacerdotes es una obra de arte, y a la realización eficaz y bella de tal obra, hay que destinar a los verdaderos “artistas”. Pienso, por ello, si no sería hora de examinar la conveniencia de reunir los seminarios diocesanos en seminarios provinciales, en modo de asegurar, con capacitados formadores y medios idóneos, una formación de mucha mayor calidad. Seminarios en cuyo programa formativo, junto al clero diocesano sean integrados, atribuyéndoles unos papeles “significativos”, también religiosos y laicos, como de suyo nos ha recientemente pedido el Prefecto de la Congregación para el Clero. ¿Cuántos de nuestros seminarios contemplan a laicos, religiosos y religiosas, entre sus “formadores”, no solo entre el personal de servicio ni entre los profesores? Pongo un ejemplo: en Roma, el curso introductorio del Seminario Romano, donde uno de sus más importantes objetivos es verificar si en el candidato hay o no verdadera vocación al sacerdocio, ¡está completamente confiado a las hermanas de una congregación religiosa femenina!

2) El clericalismo y su antídoto, la sinodalidad

Debemos extirpar el clericalismo de la Iglesia”. No sé si pueda decirse con más claridad y con más rotunda osadía. Pero las palabras del Papa Francisco son así: claras, rotundas, osadas: “Debemos extirpar el clericalismo de la Iglesia”. “Es un imperativo –dijo en Colombia-, superar el clericalismo que infantiliza a los laicos y empobrece la identidad de los ministros ordenados”.

El clericalismo es un virus que la Iglesia ha venido incubando durante siglos. Una enfermedad que representa la “es-clero-sis” de la Iglesia; un sagrado “despotismo ilustrado” de quienes piensan y deciden: hago y deshago, organizo y desorganizo, pongo y compongo, apruebo y desapruebo, incluyo y excluyo…

La tarea de los portavoces del clericalismo consiste en crear un público pasivo y obediente, no un colaborador participante en la toma de decisiones; lo que pretenden es edificar no una “iglesia doméstica”, sino una “iglesia domesticada”.

Por eso, -dice el Papa Francisco-, “la falta de conciencia de pertenecer al Pueblo fiel de Dios como servidores, y no como dueños, nos puede llevar a una de las tentaciones que más daño le hacen al dinamismo misionero (…): el clericalismo, que resulta una caricatura de la vocación recibida” (Santiago de Chile, 16.01.2018).

“Pensemos que hoy más del 60 por ciento de las parroquias -de las diócesis no lo sé, pero sólo un poco menos- no tienen consejo para asuntos económicos y consejo pastoral. ¿Qué quiere decir esto? Que esa parroquia y esa diócesis están guiadas con espíritu clerical, sólo por el sacerdote; que no pone en práctica la sinodalidad parroquial, la sinodalidad diocesana, la cual no es una novedad de este Papa. ¡No! Está en el derecho canónico, es una obligación que tiene el párroco de tener el consejo de los laicos, por y con laicos, laicas y religiosas para la pastoral y para los asuntos económicos. Y no lo hacen…

En América Latina, por ejemplo, el clericalismo es muy fuerte, muy marcado. Los laicos no saben qué hacer si no se lo preguntan al sacerdote… Es muy fuerte. Y por esto la conciencia del papel de los laicos en América Latina está muy atrás. Se ha salvado un poco de esto sólo en la piedad popular: porque el protagonista es el pueblo y el pueblo ha hecho las cosas como venían; y a los sacerdotes ese aspecto no les interesaba mucho, y alguno no veía con buenos ojos ese fenómeno de la piedad popular…” (A la “UISG”, 12.05.2016).

            “El clericalismo lleva a la funcionalización del laicado; tratándolo como “mandaderos”, coarta las distintas iniciativas, esfuerzos y hasta me animo a decir, osadías necesarias para poder llevar la Buena Nueva del Evangelio a todos los ámbitos del quehacer social.

El clericalismo lejos de impulsar los distintos aportes, propuestas, poco a poco va apagando el fuego profético que la Iglesia toda está llamada a testimoniar en el corazón de sus pueblos.

El clericalismo se olvida que la visibilidad y la sacramentalidad de la Iglesia pertenece a todo el Pueblo de Dios (cfr. Lumen Gentiun 9-14), y no solo a unos pocos elegidos e iluminados…”

Muchas veces hemos caído en la tentación de pensar que el laico comprometido es aquel que trabaja en las obras de la Iglesia y/o en las cosas de la parroquia o de la diócesis y poco hemos reflexionado como acompañar a un bautizado en su vida pública y cotidiana; cómo él, en su quehacer cotidiano, con las responsabilidades que tiene se compromete como cristiano en la vida pública. Sin darnos cuenta, hemos generado una elite laical creyendo que son laicos comprometidos solo aquellos que trabajan en cosas “de los curas” y hemos olvidado, descuidado al creyente que muchas veces quema su esperanza en la lucha cotidiana por vivir la fe. Estas son las situaciones que el clericalismo no puede ver, ya que está muy preocupado por dominar espacios, más que por generar procesos (Cfr. Carta al Card. Marc Ouellet, presidente de la CAL, 19.03.2016).

Y, ¿cuál puede ser el antídoto contra el veneno del clericalismo? Sin duda la sinodalidad. En su discurso en la Conmemoración del 50° Aniversario de la Institución del Sínodo de los Obispos (17.10.2015), el Papa afirmó: “Lo que el Señor nos pide, en cierto sentido, ya está todo contenido en la palabra `Sínodo´. Caminar juntos –laicos, pastores, Obispo de Roma– es un concepto fácil de expresar con palabras, pero no es tan fácil ponerlo en práctica”.

Sinodalidad supone consulta y escucha de todo el pueblo de Dios, no solo de la parte clerical. La sinodalidad es igualdad y unidad, el clericalismo es desigualdad, diferencia y división. La sinodalidad exige acercamiento, comunión, colaboración, corresponsabilidad en todas las instancias eclesiales y a todos los niveles.

A propósito de esto, en esta circunstancia permítanme relevar un pequeño signo de clericalismo sobre el cual hago formalmente un llamado a los responsables de la liturgia. Por favor acaben con él: se trata de esa incensación al ofertorio que hacen según grados: obispos…, sacerdotes, laicos… Es un acto, una manifestación externa de clericalismo que no tiene ningún fundamento litúrgico, una manera desviada de concebir al clero, una deferencia y una tendencia a reconocerle una superioridad. Olvidamos que somos y estamos “en persona Christi” y que, significativamente, en el Evangelio de Juan el relato de la institución de la eucaristía haya sido sustituido por aquel del lavado de pies…

3) Reforma de la pastoral juvenil en sentido vocacional…

Es decir, como acompañamiento del joven a descubrir su vocación…

Vocación a la fe… acompañamiento al encuentro con Dios…

Vocación a la comunión… en el amor matrimonial o a la vida consagrada…

Vocación al servicio… la propia profesionalidad al servicio de la humanidad…

Refiriéndose a la pastoral juvenil, en su Exhortación Apostólica “Cristo Vive”, el Papa, luego de relevar cómo “Se está creciendo en dos aspectos: la conciencia de que es toda la comunidad la que los evangeliza y la urgencia de que ellos tengan un protagonismo mayor en las propuestas pastorales”, nos anima a encontrar nuevos caminos, creativos y audaces, donde la Iglesia institucional sea más flexible y sinodal,  ofreciendo “a los jóvenes, un lugar donde no sólo reciban una formación, sino que también les permitan compartir la vida, celebrar, cantar, escuchar testimonios reales y experimentar el encuentro comunitario con el Dios vivo” (Cfr. Ibid., Cap. 7).

También por ello conviene discernir si, en la tarea desafiante de la pastoral juvenil en sentido vocacional, no es urgente y fundamental implicar efectivamente, ya y más, también a los movimientos de los cuales mucho puede aprenderse, así como a los religiosos, que son quienes tienen un contacto fuerte y constante con nuestros jóvenes por medio de las escuelas y las universidades que regentean.

4) Reforma de la catequesis…

            Y, para concluir, limitándome solo a mencionarlo, quiero hacer referencia al desafío que nos presenta hoy la catequesis.

Catequesis que en todas las diócesis y sus parroquias debería procurarse sea “escolarizada”, es decir, una catequesis que acompaña al niño y al adolescente durante todos los años de la escuela primaria, secundaria y prepa… Obviamente, una catequesis proporcionada a las diversas edades…

Y debe ser “experiencial”, esto es, no un adoctrinamiento o una simple enseñanza de conocimientos, sino más bien un acompañamiento en el hacer experiencia de Dios. En este sector también, puede ser muy útil el acercamiento a los movimientos y a los religiosos, por lo menos con los que ya tienen un contacto fuerte y constante con los jóvenes…

            Finalmente, me felicito que hayan decidido de dedicar estos días, de una manera particular, a  “programar la difusión y apropiación del Proyecto Global de Pastoral, aprobado el año pasado, en su interacción con los planes diocesanos y provinciales de pastoral, a través del conocimiento de las orientaciones generales para su implementación, atendiendo las emergencias pastorales de la iglesia en México a saber: la atención a jóvenes, migrantes, sacerdotes y la protección de menores”: como pueden constatar, coinciden con las emergencias que ha señalado el Papa. Que el amor por nuestro Pueblo, ovejas de Cristo, sostenido y animado por el Espíritu Santo, les sea abundante en estos días y a lo largo de todos los días de su ministerio episcopal, para que juntos, en sinodalidad y fidelidad, en comunión afectiva y efectiva, logremos llevar a cabo con fruto bueno y abundante el proyecto del Padre en esta tierra mexicana, tanto amado por María y también protegida por sus santos.

¡Muchas gracias!

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