¿Por qué Mayo es el mes de María?

En la piedad popular está muy arraigado considerar a mayo como el “Mes de María”; sin embargo, también tenemos otro mes “mariano”, que es octubre, por la Fiesta de la Virgen del Rosario, y que da lugar a llamarle “Mes del Rosario”.

Por otro lado, es bueno saber que diversos ritos cristianos celebran el mes mariano en fechas diferentes; por ejemplo, el Rito Bizantino lo hace en agosto, en torno a la Fiesta de La Asunción; en cambio, la Iglesia Copta lo festeja en torno a la Navidad.

Mas, para los católicos, ¿qué nos ha llevado a definir mayo como nuestro mes mariano? Los orígenes vienen de hace siglos y de tradiciones profanas: algunos países europeos, desde la antigüedad, celebraban fiestas florales en este mes, por la alegría de ver nuevamente a la Naturaleza revestida de flores, y realizaban fiestas propiciatorias en honor de “Flora Mater”, diosa de la vegetación, en cuyo honor coronaban a una joven como “Reina de la Primavera” o “Esposa de Mayo”.

Tal vez el primero que asoció el mes de mayo con la Virgen María haya sido Alfonso X el Sabio, Rey de Castilla y León (1221-1284), quien así lo menciona en una de sus “Cantigas”.

Por otra parte, la abundancia de bienes que ofrece este mes primaveral motiva a invocar a María para recibir bendiciones materiales y espirituales. San Felipe Neri, en Roma, y ya en el Siglo XVI, enseñaba a los jóvenes a invocar a María en el mes de mayo, adornando con flores sus imágenes, cantándole alabanzas y realizando en su honor actos de virtud y de mortificación.

Tradición alegre y devota

Entre nosotros, hace algunas décadas eran aún muy festivas y fervorosas las celebraciones del mes de mayo a la Virgen María, aunque siempre estaban marcadas por lo sentimental, lo cual, sin ser lo emotivo necesariamente algo esencialmente negativo, si hacía que se desvincularan un tanto cuanto del Año Litúrgico y, con ello, de su profundo sentido cristológico.

Cuando el Papa Paulo VI, en la “Marialis Cultus”, ofrece atinadas y profundas indicaciones para celebrar a la Virgen María, aunque desde luego sin llegar a sugerir que se eliminen los actos de piedad popular en los meses “marianos” de mayo y octubre, invita, al mismo tiempo, a revalorar con hondura el espíritu mariano del Adviento, porque efectivamente es la Virgen María la que más y mejor espera el Nacimiento de Cristo Jesús, y a Ella es necesario unirse con ese espíritu en dicho tiempo litúrgico.

Mas, quienes celebran a la Virgen María en el mes de mayo, también pueden vincular su devoción a Ella centrándose en Cristo Jesús y con el gozo de la Pascua.

Ciertamente los Evangelios -y los evangelistas- guardan un enorme silencio acerca de qué aconteció con la Virgen María tras la muerte de Jesucristo. No se la nombra en ninguna de las Apariciones de Jesús Resucitado. Sólo San Lucas vuelve a mencionarla en Los Hechos de los Apóstoles, cuando señala que, tras la Ascensión de Jesús a los Cielos, sus discípulos “solían reunirse de común acuerdo para orar en compañía de algunas mujeres, de María la Madre de Jesús, y de los hermanos de éste.” (Hch 1, 14). Sin esta referencia de la Virgen María, habría ocurrido algo muy semejante a lo sucedido con San José, quien desaparece silenciosamente en la vida de Jesús tras la escena en que el Salvador, a los doce años de edad, se les pierde a sus padres hasta que, angustiados, lo encuentran a los tres días en medio de los doctores.

Por lo tanto, aunque breve, esa valiosa referencia que San Lucas hace de la Virgen María, indica que ella seguía vivía y que, además, era considerada como una persona muy importante en medio de la comunidad de los discípulos de Jesús.

De tan sobria evocación de la Virgen María, se puede colegir que si “avanzó… en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente su unión con el Hijo hasta la Cruz” (Lumen Gentium, 58), ahora aparece serenamente luminosa en medio de la comunidad cristiana, dando testimonio de Jesús como el Viviente.

La devoción a la Virgen María en el mes de mayo nos motiva, pues, a tener en cuenta de manera íntegra el Misterio Pascual de Cristo Jesús. En efecto, celebrar la Pascua de Resurrección del Señor, no significa que Él haya superado -eliminando- la experiencia dolorosa de la Pasión y la Crucifixión, sino que así tenía qué suceder, tal como lo dijese en repetidas ocasiones a sus discípulos (Cf. Lucas 24, 26. 44).

Por un lado, la Cruz no es el final de todo, pues conduce a la Resurrección; y por otro, la Resurrección -Jesús vivo y con las marcas de la Pasión y Crucifixión en el costado, manos y pies- demuestra que requirió pasar por la vivencia de la Cruz.

De esta manera, la celebración de la Pascua constituye un gozo no fugaz ni explosivo, sino madurado por la Cruz. Y de este gozo -madurado por la Cruz- y unidos a la Virgen María, los fieles necesitamos para alegrarnos en medio de las tribulaciones que no faltan en la vida diaria y en el contexto de nuestro país y del mundo entero.

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