Ya me pareció muy triste que Trump apelase ante los tribunales. No todo lo que legalmente se puede hacer es lícito hacerlo. Pero que saliera ayer en las televisiones de toda la nación, afirmando las cosas que dijo… En fin, ¿es que no piensa en las consecuencias en sangre que algo así puede tener?
Lo de anteayer me pareció inmoral, pero lo de ayer me pareció ya innombrable. Lo que hubiera tenido que hacer era un claro e indudable llamamiento a la calma. Lo que hubiera tenido que hacer era una petición de que este no es el momento de salir a la calle con subfusiles, como ya ha sucedido y en grupo.
Mucha gente debe estar orando para que no ocurra lo que, de otra manera, es inevitable que ocurra. Porque, en cada uno de los cincuenta estados hay más de una veintena de locos con armas.
Tres cadenas de televisión, de las más importantes de esa nación, interrumpieron la comparecencia presidencial en un gesto de dignidad profesional. Sencillamente, no se podía seguir retransmitiendo aquello sin estar colaborando a disturbios graves.
En este momento, no puedo menos de acordarme de la verdadera y sentida amistad que nació entre Bush y Obama durante la transición. ¿Qué debe estar pensando Bush en este momento?
De todas maneras, es seguro que el Partido Republicano, mañana o pasado, le va a decir a Trump del modo más severo posible que si se lanza al abismo que lo haga solo y que no cuente con ellos.
También hoy sigo oyendo a un hombre, Biden, que habla como un presidente, que llama a la calma, que habla con serenidad. Sus breves declaraciones valen más que muchos discursos.
Moraleja de esta historia.
Y hago una nota final que es casi una moraleja. Cuando un hombre es un pozo de ambición, nada calma su sed de ambición. Nunca se logra la paz. Trump fue el presidente que menos disfrutó de su presidencia, fue un suplicio para él desde el principio. Un suplicio mientras duró y más amargura cuando acabó.
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