Ayer, domingo de Ramos, dio comienzo la Semana Santa. Durante estos días celebraremos la pasión, muerte y resurrección de Nuestro Señor. Y, mucho me temo, seguiremos repitiendo una escena que caraceriza no solo al pueblo judío de aquel tiempo sino al pueblo católico de hoy.
Efectivamente, ayer fuimos todos con nuestras palmas a vitorear al Rey que entra en nuestras vidas subido a un pollino, humilde, sin riqueza externa, sin ejércitos que lo acompañen. En esta semana llenaremos las calles y nos emocionaremos con una saeta que humedece los ojos, con un tronar de tambores que despiertan hasta los muertos si tal cosa fuera posible, con silencios más atronadores que mi cañones. Muchos derramarán lágrimas ante imágenes que despiertan el fervor, que conmueven el alma. No pocos cargarán sobre sus hombros el peso del testimonio visible de la fe de un pueblo… que luego aparca su fe.
Es bueno y necesario que participemos de este derroche de religiosidad popular, siquiera sea paar recordar que alguna vez este país fue verdaderamente católico. Pero no nos engañemos. Los mismos que cantamos o nos emocionanos ante saetas, luego votamos a Pilatos. Esos mismos que golpeamos tambores, elegimos como nuestros representantes a Pliatos. Y gran parte de los que llenamos las calles al paso de las procesiones, luego dejamos semivacíos los bancos de las iglesias durante el resto del año.
Sí, contemplamos entre aturdidos y espectantes al Cristo que va camino de la Cruz a pagar por nuestros pecados, pero enseguida pedimos que suelten al Barrabás de nuestros adulterios, de nuestra falta de caridad con los más necesitados,de nuestra indiferencia ante las cosas del Señor, de nuestra entrega a un ocio pagano, de nuestra falta de amor por la Virgen -a quien ofendemos desobedeciendo a su Hijo-, de nuestro suicidio espiritual abandonando la vida sacramental que Dios nos ofrece gratuitamente, de nuestra comodidad al adaptar nuestro pensamiento y nuestras acciones al ídolo de la mentalidad mundana. Cristianos verdaderos durante una semana y mundanos durante el resto del año.
Mas, como dice la Escritura, allí donde abunda el pecado, sobreabunda la gracia. Si Cristo fue a la cruz fue precisamente porque nuestros pecados le clavaron allá y era necesario que hiciera reparación por los mismos. Si cada vez que fuéramos a pecar recordáramos sus caidas camino del Calvario, su sufrimiento al sentir los clavos que atravesaban sus manos y pies, hallaríamos gracia para no pecar. Y si cada vez que pecáramos acudiéramos corriendo a los pies de esa cruz a implorar el perdón y la libertad para cargar nuestras propias cruces, hallaríamos la manera de ser cristianos de verdad y no despojos derrotados en manos de aquel que, precisamente, fue derrotado por el Señor en la cruz.
Si te conmueve la Dolorosa al pie del madero, duélete por tus pecados y clama misericordia para dejarlos atrás. Si te emociona que Cristo te entregue a su Madre como madre en la cruz, haz que tu vida sea un Salve Regina y pide a la Reina que interceda para lograr de Dios la gracia de ser digno de alcanzar las promesas de nuestro Señor Jesucristo.
No dejes que esta Semana Santa sea una más. Convierte tu vida en una Semana Santa. Y así lo harás si Dios te lo concede. Él espera que se lo pidas. Pídeselo. Deja a tu Barrabás encerrado en la cárcel del pasado. Vive la libertad en Cristo crucificado y resucitado.
Santida o muerte.
Luis Fernando Pérez Bustamante
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