Domingo de Ramos: La humildad de Jesús nunca deja de sorprendernos



El papa Francisco presidió esta mañana, en una soleada plaza de San Pedro y colmada de fieles y peregrinos procedentes de numerosos países, la Procesión y la bendición de los ramos y celebró la Misa del Domingo de Ramos, en coincidencia con la 30ª Jornada Mundial de la Juventud, que este año se celebra a nivel diocesano.

La Pasión de Jesús, “nos desvela el estilo de Dios y del cristiano: la humildad. Un estilo que nunca dejará de sorprendernos y ponernos en crisis: nunca nos acostumbraremos a un Dios humilde”, dijo Francisco este Domingo de Ramos.




“El camino de la humildad” -indicó– “es el camino de Jesús y no hay otro”. “Y no hay humildad sin humillación”.




El Pontífice reflexionó sobre la humildad como servicio. “La humildad quiere decir servicio, significa dejar espacio a Dios negándose a uno mismo, “despojándose”.




En su homilía que abre la Semana Santa aseguró: “seguiremos este camino de la humillación de Jesús. Y sólo así será ‘santa’ también para nosotros” indicó.




“El camino de Jesús es el de la humillación, del servicio”. Al contrario, el camino del maligno lleva a la mundanidad: la vanidad, el orgullo, el éxito a toda costa. “El maligno se la propuso también a Jesús durante cuarenta días en el desierto”.




Con motivo de la XXX Jornada Mundial de la Juventud, sobre el tema “Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios”, participaron en la celebración eucarística numerosos jóvenes de Roma y de otras diócesis que alegraron la celebración dominical.




Los ramos de olivo que vistieron de verde opaco la Plaza de San Pedro fueron traídos desde Cerignola, Puglia, sur de Italia, zona especializada en la producción de aceite.




Homilía del Santo Padre en la misa del Domingo de Ramos



“En el centro de esta celebración, que se presenta tan festiva, está la palabra que hemos escuchado en el himno de la Carta a los Filipenses: “Se humilló a sí mismo”. La humillación de Jesús.




Esta palabra nos desvela el estilo de Dios y, en consecuencia, el que debe ser del cristiano: la humildad. Un estilo que nunca dejará de sorprendernos y ponernos en crisis: nunca nos acostumbraremos a un Dios humilde.




Humillarse es ante todo el estilo de Dios: Dios se humilla para caminar con su pueblo, para soportar sus infidelidades. Esto se aprecia bien leyendo el Libro del Éxodo: ¡Qué humillación para el Señor oír todas aquellas murmuraciones, aquellas quejas! Estaban dirigidas contra Moisés, pero, en el fondo, iban contra él, contra su Padre, que los había sacado de la esclavitud y los guiaba en el camino por el desierto hasta la tierra de la libertad.




En esta semana, la Semana Santa, que nos conduce a la Pascua, seguiremos este camino de la humillación de Jesús. Y sólo así será “santa” también para nosotros.




Veremos el desprecio de los jefes del pueblo y sus engaños para acabar con él. Asistiremos a la traición de Judas, uno de los Doce, que lo venderá por treinta monedas. Veremos al Señor apresado y tratado como un malhechor; abandonado por sus discípulos; llevado ante el Sanedrín, condenado a muerte, azotado y ultrajado. Escucharemos cómo Pedro, la “roca” de los discípulos, lo negará tres veces. Oiremos los gritos de la muchedumbre, soliviantada por los jefes, pidiendo que Barrabás quede libre y que a él lo crucifiquen. Veremos cómo los soldados se burlarán de él, vestido con un manto color púrpura y coronado de espinas. Y después, a lo largo de la vía dolorosa y a los pies de la cruz, sentiremos los insultos de la gente y de los jefes, que se ríen de su condición de Rey e Hijo de Dios.




Esta es la vía de Dios, el camino de la humildad. Es el camino de Jesús, no hay otro. Y no hay humildad sin humillación.




Al recorrer hasta el final este camino, el Hijo de Dios tomó la “condición de siervo”. En efecto, la humildad quiere decir servicio, significa dejar espacio a Dios despojándose de uno mismo, “vaciándose”, como dice la Escritura. Este “vaciarse” es la humillación más grande.




Hay otra vía, contraria al camino de Cristo: la mundanidad. La mundanidad nos ofrece el camino de la vanidad, del orgullo, del éxito... Es la otra vía. El maligno se la propuso también a Jesús durante cuarenta días en el desierto. Pero Jesús la rechazó sin dudarlo. Y con él, sólo con su gracia, con su ayuda, también nosotros podemos vencer esta tentación de la vanidad, de la mundanidad, no sólo en las grandes ocasiones, sino también en las circunstancias ordinarias de la vida.




En esto, nos ayuda y nos conforta el ejemplo de muchos hombres y mujeres que, en silencio y sin hacerse ver, renuncian cada día a sí mismos para servir a los demás: un familiar enfermo, un anciano solo, una persona con discapacidad, un sin techo...




Pensemos también en la humillación de los que, por mantenerse fieles al Evangelio, son discriminados y sufren las consecuencias en su propia carne. Y pensemos en nuestros hermanos y hermanas perseguidos por ser cristianos, los mártires de hoy, hay muchos. No reniegan de Jesús y soportan con dignidad insultos y ultrajes. Lo siguen por su camino. Podemos hablar, en verdad, de “una nube de testigos”: los mártires de hoy.




Durante esta semana, emprendamos también nosotros con decisión este camino de la humildad, con mucho amor a Él, nuestro Señor y Salvador. El amor nos guiará y nos dará fuerza. Y, donde está él, estaremos también nosotros”.+







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