Enseñar a Vivir. ¿Cómo debe ser la educación?

Pbro. Francisco Ramírez Yáñez

Desde el siglo V a.C., el célebre filósofo y matemático griego Aristóteles -conocido también con el nombre del “El Estagirita”, por su lugar de nacimiento en la ciudad de Estagira- afirma que “Educar la mente sin educar el corazón no es educación en absoluto”.

La citada frase del filósofo griego refleja, en pocas palabras, uno de los grandes retos que hoy en día tenemos todas las instituciones de educación: establecer una educación, que sea capaz de contar con al menos las siguientes características: de calidad, integral, innovadora y transformadora.

La calidad educativa: es un requisito fundamental que implica de manera permanente una búsqueda de constante mejoramiento en todos sus elementos, recursos disponibles, procesos de enseñanza, programas de estudio y en los resultados. La responsabilidad por la calidad educativa no recae solo en los directivos de una institución educativa, sino en todos sus participantes, como pueden ser padres de familia, administrativos, profesores, personas de intendencia, etcétera, porque la calidad educativa es considerar todos los aspectos de la institución.

Integral: ante la realidad en la que vivimos, es decir, en una sociedad fragmentada y una visión de la persona  hundida en el reduccionismo antropológico y cultural, que por una parte considera a la persona como un objeto de consumo, un medio en la cadena de producción y generación de la riqueza. Por lo que la educación integral debe ser la voz profética que recupere la centralidad de la persona en el desarrollo integral del país; ante esto, no podemos ser indiferentes, porque, como bien lo dijo el Papa Benedicto XVI: “Estamos ante una auténtica emergencia educativa”. Tenemos que cuidar y potenciar en la persona las dimensiones esenciales que le permiten ser un sujeto autónomo y libre; aspectos que le otorgan dignidad y que se fortalecen desde la educación: su capacidad de razonar (su inteligencia), su capacidad de discernir (su conciencia moral) y su capacidad de acción, el dirigir su voluntad hacia aquello que considera mejor para su desarrollo personal y social (su libertad).

Innovadora: La urgencia en promover la creatividad en los planes de estudio, renovar los métodos y formas de enseñanza, porque las nuevas generaciones están creciendo en condiciones diametralmente diferentes a las que prevalecían cuando fueron educados los actuales profesores, de tal manera que se debe promover en el docente una preocupación por conocer a los sus alumnos y comprender las exigencias del entorno social y, sobre todo, las nuevas tecnologías que están llamadas a convertirse en una herramienta útil y eficaz para los procesos de enseñanza-aprendizaje.

Transformadora: Componente de vital importancia, porque debe vincular la educación con la realidad y la vida personal y social del educando, pues esto determina que la adquisición de conocimientos, capacidades, destrezas y actitudes sean las ideales a fin de equiparles para la vida cotidiana.

Finalmente, recordemos que la educación es un derecho fundamental de la persona, es imprescindible para el desarrollo de un país y, con ello, el bienestar de todos y cada uno de los que lo conforman. Por lo tanto, debemos promover una educación con una perspectiva humanista, con una visión compartida, que trabaje en la búsqueda de un bien común, del respeto y la dignidad, los derechos humanos; de erradicar la pobreza y lograr la sostenibilidad. En la medida en que la educación ofrezca a la sociedad personas íntegras y preparadas en las diferentes áreas del saber, sensibles a la realidad social, con valores y al servicio del desarrollo de la comunidad de forma equitativa, incluyente y sustentable, estaremos al nivel de las exigencias que reclama la sociedad actual.

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