Mario Galgano - Quito
Cuando la Hermana Rosa Elena Pico recibió su encargo actual, se horrorizó. "Oh Dios, me envían a la selva", fue su primer pensamiento. La mujer de 58 años perteneciente a la comunidad misionera de María Corredentora aceptó el desafío. En noviembre de 2017, con un velo blanco y un hábito gris, abordó un pequeño avión y aterrizó en una pista de aeropuerto cubierta de hierba en el verde mar de la selva ecuatoriana. Desde entonces ha vivido con dos hermanas en una cabaña de madera en el pueblo indio de Sarayacu, lejos de la civilización.
«Hay muchas carencias. Empezando por la falta de una buena educación. Hay escuelas y colegios, pero la educación no es tan buena como debería ser. Otra gran carencia de los indígenas es el afecto de los familiares. Esta cultura se ocupa de los niños. En general, los hombres se quedan en casa la mayor parte del tiempo. Ambos padres suelen trabajar juntos en el campo. Van por la mañana y trabajan hasta las 3 o 4 de la tarde. Para tener fuerzas como desayuno beben su bebida llamada "chicha"».
Se trata de una bebida alcohólica que da energía. Cuando la Hermana Rosa Elena camina por la plaza de la aldea indígena de Sarayacu rodeada de chozas a la hora del almuerzo, es recibida por niños indígenas. A la hora de educar, busca poner su propio acento cuando se trata de jóvenes, por ejemplo, en el tema de la moral sexual, ya que muchos se inician en las relaciones sexuales a la edad de doce o trece años.
"Es normal aquí", dice la Hermana Pico con un trasfondo crítico. Se defiende de los "clichés" románticos de la selva y de una visión demasiado transfigurada de la cultura indígena. "Aman el bosque y quieren protegerlo. Pero no todos son ambientalistas natos. Por ejemplo, los residuos de gasolina a menudo se eliminan en el cercano Río Bobonaza debido a la ignorancia", explica la religiosa a la vez que manda un mensaje para los padres sinodales:
"Que escuchen mucho las voces de la Amazonía. Hay muchas necesidades, especialmente para el apoyo de la Iglesia a los pueblos indígenas. Es cierto que los misioneros y religiosos estamos aquí, pero hay muchos pueblos en la Amazonía que no tienen misioneros ni religiosos. Le falta la Palabra de Dios, y del Amor hacia ellos. Hay algunos pueblos indígenas que son visitados por sacerdotes o religiosos una vez al mes. Aquí, este pueblo es bendecido porque constantemente tiene religiosos presentes. Nos quedaremos aquí todo el tiempo que sea posible y estamos aquí", añade.
Las críticas a la monja y su postura sobre algunos asuntos de fe no siempre son bien recibidas.
"Ya me han pedido que me vaya", admite. En estas conversaciones señala que sólo el obispo puede y debe decidir. La comunidad acepta la respuesta del prelado. Conflictos como estos muestran que los aldeanos han aceptado el catolicismo de muchas maneras. La capilla en el corazón de Sarayacu es un testimonio de ello. Sin embargo, muchos son reacios a ser persuadidos a hablar de su vida privada y espiritual. Asimismo, la Hermana Pico define la falta de sacerdotes en el Amazonas como el mayor problema de su trabajo.
"Lo que he aprendido de los nativos es a amar el bosque. A ellos les encanta el bosque, luchan por su protección y contra la contaminación. Los pueblos indígenas viven constantemente en intercambio con la naturaleza. Trabajan y viven de lo que cultivan y luchan por lo que se les quita, es decir, el espacio donde viven", afirma la Hermana Rosa Elena.
"Necesitamos urgentemente más representantes para dar los sacramentos", pide la misionera, quien espera que se encuentre una solución en el Sínodo que se llevará a cabo en el Vaticano. Está convencida de que esto haría que el mensaje de Dios se sintiera mucho más fuerte, en la amenazada selva.
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