¿Por qué la Iglesia debe preocuparse por los presos?

¿Por qué se le ocurriría a Jesús decir que seríamos benditos de su Padre porque lo fuimos a ver cuando estaba preso? Él quiere ser el hambriento, el sediento, el desnudo, el sin hogar, el enfermo. Quiere ser cada uno de esos inocentes que sufren sin culpa, pero, ¿por qué quiere ser un preso? ¡Un preso, se supone, es culpable!

Hay quienes piensan que quizá debió haber hecho una distinción entre los que están presos siendo inocentes y los que lo están porque se lo merecen, porque estar en la cárcel por alguna injusticia ha de ser un doble infierno.

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Y es que nos dan miedo los presos. Sabemos que fueron delincuentes y que algunos lo siguen siendo aún desde la cárcel. Sabemos que sufren, pero pensamos que es justo que lo hagan.

Pero Jesús no razona como nosotros los humanos. Él nos habla del perdón para los que nos han hecho daño y nos habla de amarlos y de regresarles bien por mal. Quizá porque Jesús se parece a esos papás que, a pesar de la maldad de sus hijos, siguen descubriendo que en el fondo son buenos y los siguen amando, no porque son malos, sino a pesar de que son malos. ¡Benditos papás!

Nuestras cárceles mexicanas son muy interesantes. A mí me conmueve la perseverancia y la devoción de los familiares de los presos que cada día de visita forman enormes filas para encontrarse con sus seres queridos y compartir con ellos los santos alimentos. No faltan los amigos que se acercan a la familia porque a ellos nadie los fue a visitar. En la desgracia se conoce a los amigos.

Los presos necesitan de nuestra solidaridad porque, a pesar de todo, no dejan de ser humanos hambrientos de un trato digno. A nadie nos gusta que nos tengan lástima; como que ese sentimiento nos rebaja. Los presos no piden nuestra lástima; ellos esperan de nosotros un trato digno y la oportunidad de reiniciar su vida.

Los presos son muy importantes para nosotros los cristianos, que vemos en ellos a Jesús preso doliente. Por eso no sólo el actual Papa, sino también los anteriores, visitan con frecuencia las cárceles y celebran con ellos la Eucaristía. Lo mismo hacen nuestros obispos que no pierden la oportunidad de visitar y consolar a los presos.

Preocupada por la atención espiritual a los presos, nuestra Iglesia de México instituyó la Pastoral Penitenciaria, que ha hecho posible el que haya capellanes en las cárceles y el que un grupo muy bien preparado de laicos comprometidos colabore en la evangelización de nuestros hermanos en desgracia. Esta institución ayuda a los presos a acelerar los trámites de sus juicios y logra, con frecuencia, la liberación de aquellos a los que ya les toca salir.

La Megamisión que inicia en este mes de octubre en la Arquidiócesis de México contempla el ambiente carcelario para llevar la Palabra de Dios. Si no te puedes unir físicamente al ambiente carcelario, te invitamos a hacerlo en oración.

Por cierto, una vez que los tratamos más de cerca, llegamos a hacer de los presos nuestros buenos amigos y ya no les tenemos miedo. ¡Cómo se parecen a Jesús!

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